No es medianoche quien quiere

António Lobo Antunes

Fragmento

cap-2

1

Despertaba en medio de la noche seguro de que el mar me llamaba a través de las persianas cerradas, giraba la cabeza hacia la ventana y lo sentía mirándome como el sonido de los pinos mirándome y las voces de mis padres, al final del pasillo, mirándome, todo me miraba en la oscuridad y repetía mi nombre, preguntaba

—¿Qué es lo que he hecho?

y silencio, el mar y los pinos desaparecían de la ventana, adónde os habéis marchado, y mis padres callados, si perdemos el mar y los pinos no queda casi nada, unos tejados, unos cañizos, la arena, sin huellas de gaviotas, por la mañana muy temprano, solo la porquería de la bajamar que todavía no han barrido, maderas, algas, gasoil, yo cinco años, mis hermanos siete y nueve, no voy a hablar de mi hermano mayor, no se habla de mi hermano mayor, ahí está sonriéndome

—Niña

y bajando a la playa en bicicleta y yo en el cuadro que me hacía algo de daño, feliz y con miedo

—No vamos a caernos prométemelo

y no nos caíamos, al saltar del cuadro seguía doliéndome un poco y después se me pasaba, ponían delante de las olas una bandera verde en un mástil, de vez en cuando un buque a lo lejos, mi padre se quedaba durmiendo, con el periódico sobre el pecho, en el sofá, es decir se veía que dormía por la boca abierta, no tenía canas ni estaba enfermo, no había muerto, mi madre, que charlaba con la vecina de sombrilla

—Me paso la vida repitiéndote que no la traigas en la bicicleta hasta que no se le rompa una pierna a la niña no vas a estar tranquilo

mi hermano no sordo y mi hermano sordo se tiraban cosas el uno al otro y mi hermano sordo, gritábamos su nombre y no nos miraba, empezó a llorar, mi pelo ya no negro como el de mi padre, teñido de rubio, mi madre a la vecina de sombrilla, limpiando las mejillas de mi hermano sordo con la toalla

—¿Ya ha visto qué cruz?

en un extremo de la playa, sobre las rocas más allá de la laguna, una construcción abandonada, con la frase Alto da Vigia Mariscos & Bebidas descolorida en la cal, donde se juntaban los rateros después de cenar para planear sus robos, mi madre

—Ojalá os robasen a todos para tener paz y tranquilidad

aunque no se distinguiese a nadie con un palo y sacos para meternos dentro, vi hacer eso con los gatos pequeños y el saco se movía, sumergían el saco en la pila de la ropa y ya nadie se movía, lo tiraban todo en un hoyo en una esquina del huerto mandándonos

—Fuera de aquí

solo se quedaba mi hermano sordo, intentando levantar la tierra con los pies, yo a él

—No te agobies

y un mirlo dos notas en los pinos, qué motivo hay para agobiarse por un saco que goteaba y la gata por allí olfateando, no tengo hijos, yo, es decir tuve uno y se perdió, en qué hoyo lo metieron, mi marido

—No lo metieron en ningún hoyo todavía no era un bebé

mientras la bicicleta subía despacio la ladera de casa, recuerdo el sonido del timbre, el del cartero más fuerte, llegué por la mañana para despedirme de la casa, la semana que viene entregamos las llaves, los árboles ofendidos conmigo, que esos sentimientos se notan

—Qué maldad dejarnos

no van a mirarme esta noche, fingen olvidar quién fui, habitaciones sin muebles, un trozo de papel a la derecha y a la izquierda en la tarima, restos de paja de colchón en el sitio de mi cama, las mismas hormigas de otro tiempo en la cocina pero los estantes sin tazones, un paquete de azúcar cerrado con una pinza de la ropa, solo en el armario, y el recuerdo de mi padre buscando la botella en la despensa, yo a su prisa que había dejado de existir, más los dedos temblorosos desprendiéndose de mi memoria

—Se han acabado las botellas padre

y mi padre, tozudo, escudriñando un baúl, intentándolo con una caja, renunciando mirándome con los mechones despeinados, no me acostumbro a mi rubio, murió hace años, cuál es el motivo para volver aquí, señor, hoy, para atormentarme con su sed más el pañuelo con el que intenta limpiarse la frente y no llega ni a la cara, agita un adiós sin destinatario, reflexiona por un momento, duda, termina escondiéndose en el bolsillo, como un gato en el saco, dentro de poco inmóvil, se cava un hoyo en el huerto y desaparece para siempre a medida que lo que queda tropieza en el salón, mi madre a la vecina de sombrilla, señalándonos

—No sirven para nada

mi cruz, doña Liberdade, uno sordo, una inútil, otro que se mata, otro loco, por no mencionar al marido con los efluvios del alcohol

—Quítame las arañas de la ropa

una tropa de cuidado, amiga, en el Alto da Vigia Mariscos & Bebidas me pareció que un ratero pero, fijándome mejor, un arbusto sacudido por el viento del mar, dos o tres burros flaquísimos olvidados por los gitanos, pisando el mundo con la fragilidad de los cascos, en silencio como el mar y los pinos, mirándome desilusionados

—¿De verdad vas a dejarnos?

y que mi hermano sordo parecía entender por el modo como las cejas le cambiaban de sitio, se daba con una cuchara en una cazuela y mi hermano sordo como si tal cosa, nos callábamos para pensar y él, midiendo cada letra

—Tal vez

descubrió antes que los demás, no sé cómo, que me iba a casar y me empujó hasta el pasillo

(muchas menos gaviotas que cuando era pequeña ¿por qué?)

en un aliento

—No

muchas menos gaviotas, ningún ratero, el Alto da Vigia inexistente, ni un muro, ni un trozo de huerta, hierbas balanceándose sin descanso, uno de los burros se cayó al ceder un pico de una roca y los perros a su alrededor, esqueléticos, despertaba en medio de la noche seguro de que el mar me llamaba a través de las persianas cerradas, quién habrá revelado mi nombre, giraba la cabeza hacia la ventana y lo sentía mirándome, si me acercaba a las persianas todo oscuro, dónde están los ojos, el burro hinchado en la costa, las patas tiesas, solo dientes, mi padre, también hinchado en pijama

—Niña ¿has visto por ahí una botella?

los pies con dificultades para andar, la voz empujando por una cuesta difícil, mi madre

—¿Quieres matarte como tu hijo mayor?

he venido a esta casa para despedirme de ella, los socorristas taparon el burro con un hule y se lo llevaron al almacén, ecos de pinos en el eco de mis pasos, cuál de nosotros es los árboles y cuál de nosotros soy yo, un mirlo cambió de rama en un frenesí de páginas, las habitaciones aumentaron de tamaño, me pareció que un trozo de vestido de Esmeralda, una muñeca que tuve, y al final el sol en una esquirla de plato, si me sirviese para comunicarme en cuántas voces se dividiría mi voz, mi madre

—¿No puedes estarte quieta?

abrochándome la blusa que me picaba en la espalda, lo único que me fastidia de la idea de crecer es que mi hermano mayor no me lleve en el cuadro hasta la playa, a partir de la próxima semana, después de entregar las llaves, no podré divisar la casa a lo lejos, las páginas del periódico se caían al suelo mientras mi padre dormía, de vez en cuando iba a la despensa a echar un trago a escondidas

—Jarabe para la tos niña jarabe para la tos

con un color diferente en las orejas y en la frente, decir a los pinos que no me miren, no tengo la culpa, llegábamos en agosto, nos marchábamos durante las mareas vivas, con las gaviotas no en

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