Locos, ricos y asiáticos

Kevin Kwan

Fragmento

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[1] Es lo que pasa cuando te haces un estiramiento facial en Argentina.

[2] M. C. es la abreviatura de Mom Chao, el título reservado a los nietos del rey Rama V de Tailandia (1853-1910) y es el nivel más bajo que aún se considera parte de la realeza. Este rango se traduce como «su alteza serenísima». Como muchos miembros de la amplia familia real tailandesa, pasan parte del año en Suiza. Mejor golf y mejor tráfico

[3] M. R. es la abreviatura de Mom Rajawongse, título que ostentan los hijos de un Mom Chao varón. Este rango se traduce como «Honorable». Los tres hijos de Catherine Young y el príncipe Taksin se casaron con mujeres de la nobleza tailandesa. Como los nombres de estas esposas son increíblemente largos e impronunciables para los no hablantes del tailandés y tienen poca relevancia en esta historia, no han sido incluidos.

[4] Que trama huir a Manila con su querida niñera para poder competir en el Campeonato Mundial de Karaoke

[5] Sus célebres chismorreos se difunden más rápido que la BBC.

[6] Pero es padre de, al menos, un hijo natural con una mujer malaya (que ahora vive en un lujoso apartamento de Beverly Hills).

[7] Actriz de telenovelas de Hong Kong de la que se dice que es la chica con la peluca roja de Se agazapa mi tigre, se esconde tu dragón II.

[8] Pero, por desgracia, ha salido a la parte materna de la familia, los Chow.

[9] Vendió sus propiedades de Singapur en los años ochenta por muchos millones y se mudó a Hawái, pero se queja constantemente de que en la actualidad sería milmillonario «si hubiese aguantado unos años más».

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Prólogo:

Los primos

Londres, 1986

Nicholas Young se dejó caer en el asiento más cercano del vestíbulo del hotel, agotado tras el vuelo de dieciséis horas desde Singapur, el trayecto en tren desde el aeropuerto de Heathrow y la caminata por las calles empapadas de lluvia. Su prima Astrid Leong tiritaba estoica a su lado, y todo porque su madre, Felicity, dai gu cheh de él —o «tía» en cantonés— había dicho que era un pecado tomar un taxi para nueve manzanas y les había obligado a recorrer todo el camino a pie desde la estación de metro de Piccadilly.

Cualquier otro que por casualidad hubiese presenciado la escena habría podido ver a un niño de ocho años sorprendentemente tranquilo y a un etéreo suspiro de niña sentados en silencio en un rincón, pero lo único que veía Reginald Ormsby desde su mesa, que dominaba el vestíbulo, era a dos niños chinos que estaban manchando el sofá de tejido adamascado con sus abrigos empapados. Y, a partir de ahí, todo fue a peor. Cerca de ellos había tres mujeres chinas que se secaban frenéticamente con pañuelos mientras un adolescente se deslizaba rápidamente por el vestíbulo, dejando con sus zapatillas huellas de barro sobre el suelo de mármol de cuadros blancos y negros.

Ormsby bajó corriendo desde la entreplanta consciente de que podría encargarse con más eficacia que sus recepcionistas de esos extranjeros.

—Buenas tardes, soy el director. ¿Les puedo ayudar en algo? —preguntó despacio, exagerando la pronunciación de cada palabra.

—Sí, buenas tardes. Tenemos una reserva —contestó la mujer en perfecto inglés.

Ormsby la miró sorprendido.

—¿A qué nombre está?

—Eleanor Young y familia.

Ormsby se quedó helado. Reconocía ese nombre, sobre todo porque el grupo de los Young había reservado la suite Lancaster. Pero ¿quién iba a imaginar que «Eleanor Young» resultaría ser una china? ¿Y bajo qué inaudita circunstancia había terminado aquí? Puede que el Dorchester o el Ritz permitieran la entrada a personas así, pero esto era el Calthorpe, propiedad de los Calthorpe-Cavendish-Gore desde el reinado de Jorge IV y dirigido a todos los efectos como un club privado para el tipo de familias que aparecían en publicaciones como el Debrett’s o el Almanaque de Gotha. Ormsby miró a aquellas mujeres desaliñadas y a los niños empapados. La marquesa viuda de Uckfield se estaba alojando allí el fin de semana y él apenas podía imaginarse qué pensaría de que «gente así» apareciera al día siguiente en el desayuno. Tomó una rápida decisión.

—Lo siento muchísimo, pero parece que no encuentro ninguna reserva a su nombre.

—¿Está seguro? —preguntó Eleanor sorprendida.

—Muy seguro. —Ormsby la miró con una sonrisa tensa.

Felicity Leong se unió a su cuñada en el mostrador de recepción.

—¿Hay algún problema? —preguntó impaciente, ansiosa por llegar a la habitación para secarse el pelo.

—Alamak[1], no encuentran nuestra reserva —respondió Eleanor con un suspiro.

—¿Cómo es posible? ¿Puede que hicieras la reserva con otro nombre? —preguntó Felicity.

—No, lah. ¿Por qué iba a hacerlo? Siempre reservo a mi nombre —respondió Eleanor molesta. ¿Por qué Felicity daba invariablemente por hecho que era una incompetente? Volvió a dirigirse al director—: ¿Puede volver a comprobarlo, señor? Yo confirmé nuestra reserva hace tan solo dos días. Se suponía que iban a darnos su suite más grande.

—Sí, sé que reservaron la suite Lancaster, pero no encuentro su nombre por ningún sitio —insistió Ormsby.

—Perdone, pero, si sabe que hemos reservado la suite Lancaster, ¿por qué no nos da la habitación? —preguntó Felicity, confundida.

«Demonios». Ormsby se maldijo por su propio desliz.

—No, no. Me ha interpretado mal. Lo que quería decir es que puede que ustedes creyeran que habían reservado la suite Lancaster, pero lo cierto es que no encuentro ningún registro al respecto. —Se giró un momento fingiendo que rebuscaba en otros papeles.

Felicity se inclinó por encima del mostrador de roble pulido, tiró hacia ella del libro de reservas de cubierta de piel y pasó las páginas.

—¡Mire! Lo dice aquí mismo. «Señora Eleanor Young. Suite Lancaster para cuatro noches». ¿No lo ve?

—¡Señora! ¡Eso es PRIVADO! —gritó Ormsby enfurecido y sobresaltando a sus dos recepcionistas subalternos, que miraron

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