La colmena

Camilo José Cela

Fragmento

Nota sobre esta edición

Nota sobre esta edición

Tanto o más que La familia de Pascual Duarte, La colmena constituye un hito fundamental en la narrativa española de la posguerra, cuyo desarrollo catalizó en buena medida, y sobre la que ejerció una influencia determinante y muy prolongada.

Por fin, en su cuarta novela, Cela, que desde un principio venía experimentando con la novela como «forma», da con un molde con el que se siente a sus anchas, y que le servirá de patrón para otras novelas posteriores, en las que la técnica empleada en La colmena evolucionará de manera cada vez más radical. Así ocurre en la portentosa secuencia que va de San Camilo, 1936 (1969) a Madera de boj (1999), pasando por Mazurca para dos muertos (1982) y Cristo versus Arizona (1988), por enumerar aquí cuatro títulos que, superpuestos a La colmena, por sí solos aseguran a Cela el lugar muy destacado que sin duda ocupa en la narrativa del siglo XX. Cuatro títulos en los que se percibe, de uno a otro, la progresiva intensificación de una «manera» de narrar que, desentendiéndose de las nociones convencionales de trama, de argumento, de personaje, de tiempo y de espacio narrativos, explora estructuras reticulares en las que aparece apresada una humanidad bullente, abigarrada, pululante, de la que la imagen de la colmena ofrece, de entrada, una metáfora eficaz, insuficiente más adelante, cuando el número de criaturas contempladas haga pensar más bien en un hormiguero o en los protozoos observables a través de un microscopio en una gota de agua.

La estructura narrativa de La colmena (seis capítulos y un «final» integrados por múltiples viñetas de pequeña extensión, en las que se da cuenta de los destinos cruzados de un gran número de personajes) fue previamente ensayada por Cela, de manera aún inmadura y titubeante, en Pabellón de reposo (1943), y se consolidaría de forma todavía demasiado esquemática y más bien jocosa en Tobogán de hambrientos (1962). En estos y otros títulos es precisamente la estructura del relato lo que llama la atención y lo que acredita la inquietud de Cela respecto a un género —el de la novela— que trató siempre de adaptar a sus muy personales dotes como prosista, como observador, como retratista, como humorista, como escritor poco dado, en cualquier caso, a las servidumbres que supone contar una historia de principio a fin, conforme a los cánones consagrados por la narrativa decimonónica.

Importa prestar atención a lo que el autor dice en la «Historia incompleta de unas páginas zarandeadas», texto que, publicado originalmente en la revista Papeles de Son Armadans (CXX, tomo XL, marzo de 1966, pp. 231-240), Cela optó por incluir como prólogo a la edición definitiva de La colmena en el tomo 7 de su Obra completa (Barcelona, Destino, 1969), y que desde entonces se ofrece en calidad de tal en casi todas las ediciones de la novela, incluida esta. Cuenta allí Cela que empezó a escribir La colmena en 1945, y que ya en 1948 la tenía casi ultimada, si bien no fue hasta 1950 cuando, después de una enésima lectura del manuscrito, lo dio por definitivamente concluido. Antes de eso, en 1946, sometió a la censura una versión que fue rechazada en dos ocasiones sucesivas, como también lo habría sido la versión más «acabada» de 1950, razón por la cual la novela terminó publicándose originalmente en Argentina (Buenos Aires, Emecé, 1951). No fue hasta 1955 que se autorizó la circulación de la novela en España, en edición de la editorial Noguer impresa supuestamente en México. La primera edición oficialmente española no vería la luz hasta 1963, y la publicaría también la editorial Noguer, esta vez con el pie Barcelona-Madrid-México. En 1966, una nueva edición en la editorial Alfaguara (Madrid) daría por vez primera el texto completo (reintegrados los pasajes purgados por la censura argentina), con la puntuación y la ortografía modificadas por el propio autor. Este revisaría de nuevo el texto en 1969, con ocasión de su inclusión en la Obra completa impulsada por la editorial Destino (Barcelona), en versión que desde entonces se tiene por definitiva.

El mismo Cela recuerda cómo a raíz de la publicación de su novela fue expulsado de la Asociación de Prensa de Madrid y quedó prohibido mencionar su nombre en los periódicos españoles. Así ocurrió a pesar de las buenas relaciones que Cela mantenía con algunas autoridades culturales del régimen, como Juan Aparicio, delegado nacional de Prensa; a pesar también de la consideración que le habían procurado sus anteriores libros, en particular La familia de Pascual Duarte, y a pesar, incluso, de haber ejercido el mismo Cela como censor de dos revistas religiosas y una farmacéutica. Pero es que La colmena, ambientada en el Madrid del año 1943, ofrecía un retrato crudísimo de la sociedad española de la inmediata posguerra, y chocaba de frente con la moral puritana del nacionalcatolicismo.

En el informe de la censura eclesiástica, a cargo del padre Andrés Lucas de Casla, se leía: «¿Ataca el dogma o la moral? Sí. ¿Ataca al régimen? No. ¿Valor literario? Escaso. Razones circunstanciales que aconsejan una u otra decisión: Breves cuadros de la vida madrileña actual hechos a base de conversaciones entre los distintos personajes, a quienes une una breve ligazón, pero sin que exista en esta mal llamada novela un argumento serio. Se sacan a relucir defectos y vicios actuales, especialmente los de tipo sexual. El estilo, muy realista a base de conversaciones chabacanas y salpicadas de frases groseras, no tiene mérito literario alguno. La obra es francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente».

No le faltaba parte de razón al padre Lucas de Casla. Si bien es cierto que Cela restituyó en 1966 los pasajes purgados por la censura, el caso es que, leída en la actualidad, muchas décadas después desde su publicación, La colmena sorprende aún por el recurrente y explícito tratamiento que hace de la materia sexual. En cuanto a que no atacara al régimen… Sin duda no lo hacía de manera explícita, pero el cuadro de miseria, barbarie y depresión que ofrecía de la España de la posguerra constituía un osado contrapunto al triunfalismo y al idealismo que ese régimen se esforzaba por transmitir y promover.

Muy justificadamente se suele decir de La colmena que inaugura el cauce por el que en España transitará, en la década de los 50, el realismo social de acentos más o menos críticos. Lo hace recogiendo influencias de la tradición clásica española (El libro de buen amor, La Celestina, la picaresca), de Baroja, de Valle-Inclán, pero también de la más adelantada narrativa de Europa y de Norteamérica, de la que Cela demuestra ser buen conocedor. Se ha subrayado hasta la saciedad la semejanza estructural de La colmena con Manhattan Transfe

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