La última carta de amor

Jojo Moyes

Fragmento

libro-4

PRÓLOGO

Hablamos. Un beso.

Ellie Haworth ve a sus amigos a través del gentío y se abre camino serpenteando por el bar. Deja el bolso en el suelo y coloca el móvil sobre la mesa delante de ellos. Están ya bien achispados…, se les nota en el tono de voz, en los exagerados movimientos de los brazos y las fuertes carcajadas, y en las botellas vacías que tienen enfrente.

—Llegas tarde. —Nicky levanta su reloj y lo señala con un dedo, mirándola—. No digas nada. «Tenía que terminar un artículo».

—Una entrevista con la esposa cornuda del parlamentario. Lo siento. Era para la edición de mañana —se excusa mientras se desliza en el asiento libre y se echa en un vaso los restos de una botella. Empuja el móvil por encima de la mesa—. Vale. La fastidiosa palabra sobre la que vamos a debatir esta noche: «Hablamos».

—¿Hablamos?

—Como despedida de un mensaje. ¿Se refiere a mañana o a hoy mismo? ¿O no es más que un espantoso convencionalismo de adolescentes que no quiere decir nada en absoluto?

Nicky se asoma a la pantalla iluminada.

—Es un «Hablamos» seguido de «Un beso». Es como decir «Buenas noches». Yo diría que se refiere a mañana.

—Es mañana, sin duda —le confirma Corinne—. «Hablamos» siempre quiere decir «Hasta mañana». —Hace una pausa—. O incluso podría referirse a pasado mañana.

—Es muy informal.

—¿Informal?

—Como algo que podría decírsele al cartero.

—¿Le mandarías un beso al cartero?

Nicky sonríe.

—Es posible. Es muy guapo.

Corinne examina el mensaje.

—No creo que sea eso. Podría significar simplemente que tenía prisa por hacer otra cosa.

—Sí. Como irse con su mujer.

Ellie lanza una mirada de advertencia a Douglas.

—¿Qué? —protesta él—. ¿No crees que estás imaginando demasiadas cosas a la hora de descifrar el lenguaje de los SMS?

Ellie da un trago a su vino y, a continuación, se inclina hacia delante por encima de la mesa.

—Vale. Necesito otra copa si voy a recibir un sermón.

—Si has intimado con alguien lo suficiente como para tener sexo con él en su despacho, creo que debería ser posible pedirle que deje claro cuándo os vais a ver para tomar un café.

—¿Qué pone en el resto del mensaje? Y, por favor, dime que no menciona nada de sexo en su despacho.

Ellie mira su teléfono y revisa los mensajes.

—«He recibido una mala noticia de mi casa. Dublín la semana que viene, pero no estoy seguro de cuáles son los planes. Hablamos. Un beso».

—No se está comprometiendo a nada —dice Douglas.

—A menos que…, ya sabes…, no esté seguro de cuáles son los planes.

—En ese caso, diría: «Te llamaré desde Dublín». O incluso: «Te compraré un billete para que vengas a Dublín».

—¿Se lleva a su mujer?

—Nunca lo hace. Es un viaje de trabajo.

—Quizá se lleve a otra —murmura Douglas antes de dar un trago a su cerveza.

Nicky niega con la cabeza con expresión meditativa.

—Dios, ¿no os parece que la vida era más fácil cuando te tenían que llamar para hablar contigo? Así, al menos, podías saber por el tono de voz si te estaban rechazando.

—Sí —contesta Corinne con un bufido—. Y podías quedarte sentada en casa durante horas junto al teléfono esperando a que te llamaran.

—Ay, la de noches que he pasado…

—… comprobando si el teléfono tenía señal de llamada…

—… y luego colgando de golpe por si acaso te llamaban en ese mismo momento.

Ellie los oye reír, reconociendo que lo que dicen entre risas es verdad, mientras una pequeña parte de su mente sigue esperando ver que la pantallita se ilumina de pronto con una llamada. Una llamada que, dada la hora y «la mala noticia de su casa», no va a ocurrir.

Douglas la acompaña a casa. Es el único de los cuatro que vive en pareja, pero Lena, su novia, tiene un puesto importante en una agencia de comunicación del sector tecnológico y, a menudo, está en su oficina hasta las diez o las once de la noche. A Lena no le importa que él salga con sus antiguas amistades. Ha venido con él en unas cuantas ocasiones, pero le cuesta atravesar el muro de los viejos chistes y las complicidades que acarrea una década y media de amistad. La mayoría de las veces deja que vaya solo.

—¿Y qué tal estás tú, grandullón? —le pregunta Ellie con un codazo mientras rodean un carrito de la compra que alguien ha dejado en la acera—. No has contado nada de ti. A menos que me lo haya perdido.

—No hay mucho que contar —responde él y, después, vacila. Se mete las manos en los bolsillos—. Bueno, eso no es del todo verdad. Eh… Lena quiere tener un hijo.

Ellie le mira.

—¡Anda!

—Y yo también quiero —se apresura él a añadir—. Llevamos mucho tiempo hablándolo, pero hemos llegado a la conclusión de que nunca va a llegar el momento adecuado, así que no hay razón para no intentarlo ahora.

—Qué románticos…

—Yo…, no sé…, la verdad es que estoy bastante contento. Lena va a seguir con su trabajo y yo cuidaré del bebé en casa. Ya sabes, suponiendo que todo salga como debería y…

—¿Y es eso lo que tú quieres? —Ellie trata de mantener un tono neutro.

—Sí. De todos modos, no me gusta mi trabajo. Lleva años sin gustarme. Ella gana una fortuna. Creo que estará bien holgazanear con un bebé todo el día.

—La paternidad consiste en algo más que en holgazanear… —empieza a decirle ella.

—Lo sé. Cuidado…, en la acera. —La aparta suavemente para que no pise una caca—. Pero estoy preparado. No tengo por qué estar saliendo al pub todas las noches. Quiero pasar a la siguiente fase. No estoy diciendo que no me guste salir con vosotras, pero, a veces, me pregunto si no deberíamos…, ya sabes…, crecer un poco.

—¡Ay, no! —Ellie le agarra del brazo—. Te has pasado al lado oscuro.

—Bueno, yo no me siento en mi trabajo igual que tú en el tuyo. Para ti lo es todo, ¿no?

—Casi todo —admite ella.

Siguen caminando en silencio por un par de calles mientras oyen las sirenas a lo lejos, las puertas de los coches al cerrarse y las conversaciones amortiguadas de la ciudad. A Ellie le encanta este momento de la velada, alentada por la charla amistosa, libre por un momento de las incertidumbres que rodean el resto de su vida. Lo ha pasado bien en el pub y se dirige a su acogedor apartamento. Está sana. Tiene una tarjeta de crédito con bastante saldo sin usar, planes para el fin de semana y es la única de sus amigos a la que aún no le ha salido una sola cana. La vida es maravillosa.

—¿Alguna vez piensas en ella? —le pregunta Douglas.

—¿En quién?

—En la mujer de John. ¿Crees que lo sabe?

Su mención hace que la felicidad de Ellie desaparezca.

—No sé. —Y al ver que Douglas no dice nada, añade—: Estoy segura de que, si yo fuera ella, sí lo sabría. Él dice que está más interesada en los niños que en él. A veces, me digo a mí misma que quizá hasta haya una pequeña parte de ella que se alegre de no tener que preocuparse por él. Ya sabes, de tener que mantenerlo contento.

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