Tú serás mi cuchillo

David Grossman

Fragmento

3 de abril

Miriam:

Tú no me conoces, y mientras te escribo ni yo mismo estoy muy seguro de conocerme. Y es que he intentado no escribirte, hace ya dos días que lo intento, pero ahora me he dejado vencer.

Te vi anteayer en la reunión de antiguos alumnos; tú a mí no me viste porque me mantuve en un rincón apartado, puede que en un ángulo muerto para ti. Alguien pronunció tu nombre y unos chicos te llamaron «señorita». Estabas con un hombre alto, tu marido, por lo visto. Eso es todo cuanto sé de ti, y hasta me parece demasiado. No te asustes, no quiero citarme contigo ni interferir en el normal transcurrir de tu vida, pero desearía que aceptaras recibir cartas mías. Es decir, poder hablarte de mí (de vez en cuando) por escrito. No es que mi vida sea demasiado interesante (no lo es, aunque no me quejo), pero quiero entregarte las cosas que no tengo a quien entregar. Me refiero a las cosas que ni siquiera sabía que podían darse a alguien de fuera o tan siquiera quererse dar. Ni que decir tiene que esto no te obliga a nada, no necesitas responder (y estoy casi seguro de que no me vas a contestar), pero por si de todas formas fueras a querer alguna vez dar señales de que lo lees, voy a anotar en el remite el número del apartado de correos que he contratado esta mañana destinado exclusivamente a ti.

Si fuera necesario dar explicaciones, entonces no merece la pena y ni siquiera tendrías que responderme, porque por lo visto me he confundido de persona. Aunque si eres tú la que vi allí, la que te rodeabas el cuerpo con los brazos y llevabas pintada una sonrisa medio rota, entonces creo que lo vas a entender.

YAIR W.

7 de abril

Hola, Miriam:

¡Desde la llegada de tu carta no hago nada, soy incapaz, ni trabajo ni vivo; me limito a dar vueltas a tu alrededor rugiendo tu nombre para mis adentros, y si ahora estuvieras aquí, te abrazaría con todas mis fuerzas hasta destrozarnos juntos con todo lo que siento por ti en este momento (no te preocupes, que no soy demasiado fuerte), y prometo además responder a todas las preguntas que me has formulado, ya que te mereces las respuestas más sinceras por lo que has escrito y por el simple hecho de haberme contestado! ¡Por haber aceptado! Por no haberte asustado de mi dudosa carta suicida (dos círculos profundos de las marcas de los dientes me han quedado de ella en la parte interior de las mejillas), pero primero, antes que nada, tengo que contarte cómo nos conocimos de verdad (¡me has contestado!, ¡y en un solo día!; no te has reído de este loco que de repente se ha plantado delante de ti), y no me refiero a nuestro encuentro en el instituto hace una semana, porque eso pertenece a la realidad, y ¿qué tenemos nosotros que ver con ella? ¿Qué lugar va a estar dispuesta a cedernos?

¿Por dónde empezar? Si se pudiera empezar por todas las cosas a la vez, y después la sensación esa de que cada palabra está de repente repleta de letras de más, ¿verdad? Que alguien en la punta del bolígrafo convierte el hebreo en francés... No me imaginé lo complicado que sería explicar y descomponer este sentimiento en palabras. Has escrito que te he recordado mucho al muchacho de las botas de las siete leguas. Ojalá, ya lo creo, ojalá pudiera saltarme de un golpe la fase de las explicaciones, la de la lógica, y que ya lo supieras todo, al instante, que me recibieras todo entero, encontrarme contenido en ti, abrir los ojos y verte sonreír frente a mí diciendo, de acuerdo, podemos empezar. (Lo dejo aquí. Tengo la sensación de que cualquier palabra que añadiera lo estropearía todo. Ahora te toca a ti.)

YAIR

7 de abril

(Solo unas palabras más.) La he enviado, he vuelto, pero no me he quedado tranquilo, aunque ¿quién quiere tranquilizarse, en realidad? Eh, Miriam, no hagas caso del necio que desde esta mañana sonríe sin control y que de pura felicidad quisiera ahora, al instante, desnudarse y despojarse incluso de la epidermis y de todo lo demás para plantarse ante ti en su desnudez hasta la mismísima pepita blanca de su alma. Ojalá supiera pintar, rebuznar, relinchar, ladrar, hasta silbarte lo que bulle en mí (y eso me recuerda que con aproximadamente veinte años intenté alcanzar la perfección espiritual a lo laico, de manera que me propuse que por lo menos una vez a la semana me sentaría en el autobús detrás de una mujer solitaria, preferiblemente, claro está, de una viuda vestida de luto, aunque no debía ser demasiado selecto, y sin que me viera silbarle muy bajito al oído una melodía llena de amor que se infiltrara por entre los pliegues más recónditos de ella hasta llegar a tocar todo lo que se encontrara adormecido, desesperanzado, endurecido)...

No, a mí el desconocimiento mutuo que hay entre nosotros no me asusta en absoluto. Al contrario, naturalmente que al contrario; porque, dí, ¿qué puede haber más atractivo y loco que la posibilidad de dar algo muy valioso, lo más valioso de todo, un secreto, una debilidad, o pedir un favor completamente descabellado como el que yo te he pedido a ti y depositarlo en manos de un completo desconocido? (¡Precisamente un desconocido!) Y torturarse luego de pura vergüenza y horror por haberse dejado tentar por esta ilusión tan pura, por haber sido capaz de mendigar hasta tal punto, y así durante tres días y tres noches, minuto a minuto, como si me encontrara en el interior de un calabozo, o de una trampa, y entonces, cuando he estado a punto de renunciar, por lo descabellado que todo esto me parecía, contento del fracaso, embotado y taciturno, de repente, tu blanca mano.

Mira, puede que ni siquiera te des cuenta de por qué me emociono tanto, pero tu cálida y resplandeciente carta, y especialmente la posdata del final, una sola línea, en realidad, de verdad que ha sido para mí como si vinieras a tomarme de la mano para sacarme de las sombras hacia la luz, así es como me he sentido, como si me dieras la mano y me ayudaras a cruzar hacia la claridad, y con toda sencillez, como si fuera completamente natural que alguien haga una cosa así por un extraño.

(Y ahora, una oleada de frío. Precisamente ahora, justamente en este momento, ¿por qué? ¿Porque todo va bien? Una oleada de frío que me sube desde el vientre, como un puño helado que se cierra redondo debajo del corazón: te lo presento.)

Ojalá que lo entiendas; de verdad que solo hablo de cartas, no de citas, nunca de algo físico, nada que tenga que ver con la carne, contigo no, lo he visto tan claro después de tu carta: las palabras bastan. Porque si estuviéramos cara a cara lo echaríamos todo a perder dejándonos llevar por sendas ya trilladas. Y por supuesto que el secreto es absoluto, nada de contárselo a nadie, no vaya a ser que nuestras propias palabras se vuelvan contra nosotros desde fuera. Que solo mis palabras se encuentren con las tuyas y que sintamos cómo poco a poco el ritmo de nuestra respiración se va aunando. Me fatiga tanto escribir así; no se trata de un cansancio corriente, p

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