Montauk

Max Frisch

Fragmento

cap-1

 

Un cartel que promete una vista panorámica de la isla: OVERLOOK. Ha sido él quien ha propuesto pararse aquí. Un aparcamiento para cien coches por lo menos, a esta hora vacío. El coche de ella es el único sobre las rayas divisorias pintadas en el asfalto. Es la mañana. Día de sol. Arbustos y maleza alrededor del aparcamiento vacío; nada de vistas panorámicas, por tanto, pero hay un sendero que conduce a través de la maleza y no han necesitado largas deliberaciones: el sendero los llevará hacia la gran vista panorámica. Luego ella ha vuelto al coche. Él espera. Tienen tiempo. Un fin de semana entero. Él permanece de pie e ignora lo que en este preciso instante está pensando... En Berlín serán ahora las tres de la tarde... Por lo general, no le gusta esperar. A ella se le ha ocurrido que para ver el Atlántico no le hace falta, en realidad, su bolso de mano. A él todo le resulta un tanto inverosímil, pero transcurrido un rato lo ve como una simple certeza: susurros en los arbustos, a continuación los pantalones de ella (el azul claro ajado, por supuesto) y sus pies en el sendero, detrás de muchas ramas y tallos su pelo bastante rojo. Su marcha al coche ha merecido la pena: YOUR PIPE. Y luego echa a andar de nuevo por delante. Se agacha aquí y allá bajo las ramas enmarañadas, y él se agacha bajo las mismas ramas cuando ella camina de nuevo erguida, aún por medio de la espesura. Es una especie de sendero, no siempre distinguible, un sendero silvestre. Primero ha ido él delante: como hombre que está tan poco familiarizado con el terreno como ella. De pronto una zanja cenagosa donde ha tenido que prestarle ayuda, y desde entonces va ella delante. Él también lo prefiere. A ella le causa alegría, así muestra su andar ligero y ágil. El Atlántico no puede quedar lejos. En la altura, una gaviota solitaria. Mientras camina, él carga la pipa y se admira sin querer saber de qué se admira. En algunos lugares huele a flores. Ni idea de lo que florece por aquí. Se trata de plantas extrañas. Él se ha comprometido a encontrar el coche en cualquier momento y ella parece confiar en él. Para encender después la pipa tiene que detenerse un instante. Sopla viento. Le han hecho falta cinco cerillas y ella, entretanto, ha continuado la marcha, de forma que durante unos momentos él no alcanza a verla. Durante unos momentos le parece una fantasía o un recuerdo lejano: ese caminar en compañía de una mujer joven. A decir verdad, hay muchos senderos o lo que tiene apariencia de sendero. Por eso ella se ha parado: ¿hacia dónde, ahora? El mapa que él compró ayer está en el coche. Tampoco sería de gran ayuda en este paraje. Se dirigen hacia donde hay sol. No es un sendero adecuado para entablar diálogo. Donde no hay espesura se ve el terreno en rededor: no resulta extraño, por más que él no ha estado aquí en toda su vida. Esto no es Grecia. La vegetación no se parece en nada. Sin embargo, él piensa en Grecia, después otra vez en Sylt. Le molesta que le vengan de continuo los recuerdos. Los dos llevan ya media hora de camino. Quieren ver el Atlántico. No tienen otra cosa que hacer; tienen tiempo. Tampoco esto es Bretaña, donde él estuvo hace un año junto al mar por última vez. El mismo aire costeño. Puede ser que lleve la misma camisa, los mismos zapatos, todo un año más viejo. Sabe dónde se encuentran:

MONTAUK

un nombre indio. Designa la punta norte de Long Island, distante ciento diez millas de Manhattan, y él podría precisar también la fecha:

11.5.1974

No sólo hay ramas que cuelgan sobre el sendero, haciendo que uno tenga que agacharse; aquí y allá, una rama seca caída en tierra. Entonces ella salta por encima. Es muy delgada, pero no huesuda. Tiene los vaqueros recogidos hasta las pantorrillas; su pequeño trasero en los pantalones ceñidos que lleva sin cinturón, y, metido en un bolsillo lateral, un peine. No es más alta ni más baja que él, pero sí ligera. Sus cabellos, cuando los lleva sueltos, le llegan hasta las caderas. Ahora se los ha anudado arriba. Una roja cola de caballo que oscila al caminar. Como hay que estar atentos al sendero, si es que esto merece tal nombre, y como además él tiene que andar con ojo para adivinar por dónde convendría tal vez avanzar para salir de la espesura, sólo ve la figura de ella de vez en cuando; su blusa clara al sol, también sus cabellos aparecen ahora claros al sol. A menudo es tan sólo cuestión de cálculo si conviene continuar. No hay sendero. A veces ella da un paso largo para subir a una piedra o al tronco de un árbol; sus piernas largas, sus pasos un tanto grandes, lo que hace que su cuerpo no se pueda enderezar sin esfuerzo. Ella lo haría igual si estuviera sola: ese movimiento brusco de cabeza para echar la cola de caballo detrás de los hombros. Parece cada vez más dudoso que lleguen a la costa. Pero continúan. Más tarde vuelve a parecer, durante un rato, que ella camina sobre una cuerda, un pie delante del otro a la manera de una funámbula, al tiempo que la parte superior de su cuerpo busca, flexible, y encuentra el equilibrio. No hay rastro aún de dunas. Ninguna gaviota en el cielo. Ella se detiene de pronto para subirse las mangas de la blusa. Aquí, en la hondonada, hace calor. Ni un atisbo de brisa marina. Cuando permanecen uno junto al otro como ahora: la extraña presencia de dos. Él advierte que tiene ambas manos dentro de los bolsillos del pantalón, la pipa fría en la boca. La cara de ella: él no lo ha olvidado, pero ella lleva esas grandes gafas oscuras, y no se le pueden ver los ojos. Sus labios, de día, delgados, a menudo burlones.

HOW DID I ENCOURAGE YOU?

su pregunta, no ahora, sino ayer mientras viajábamos hacia aquí. Por lo visto la extraña, como le extraña a él tenerlo a su lado, como ocurre ahora.

WHEN DID I ENCOURAGE YOU?

Tiene el vuelo reservado para el martes.

Primero he creído que ella sería la clásica hada de la cámara fotográfica que en ocasiones como ésta nos acompaña, se pone de repente en cuclillas y aprieta el disparador, pidiéndole a uno cómo se tiene que sentar, y cada vez que por fin la hemos olvidado vuelve a apretar el disparador, una vez, dos, tres, cuatro. Ella, sin embargo, no tiene cámara. Se limita a estar ahí sentada y callada, sin molestar, mientras el hombre de un periódico de mala muerte formula preguntas por espacio de una hora: HAVE YOU BEEN IN THIS COUNTRY BEFORE, etc. Una entrevista centrada en la persona. ARE YOU MARRIED, WHERE IN EUROPE ARE YOU LIVING, DO YOU HAVE CHILDREN, etc. Todo esto lo sabe ella, por descontado, la mujer joven. En una ocasión coge el teléfono, pues está sentada precisamente al lado, y resuelve el asunto de la mejor manera. Doy las gracias. WHAT ARE YOU GOING TO WRITE NEXT, PLAY OR NOVEL OR ANOTHER DIARY? Me pongo contento, ya que ésta suele ser la última pregunta o por lo menos la penúltima. Declaro a la opinión pública americana: la vida es aburrida, solamente me ocurren vivencias cuando escribo. En realidad no es un chiste. Él se ríe, sin embargo. Ella, no. Más tarde, cuando le sostengo la chaqueta con flecos que tira a blanca, le vuelvo a preguntar por cortesía cuál es su nombre. LYNN, dice como si me bastara con saber el nombre de pila. Sus largos cabellos sueltos: resultan un tanto problemáticos a la hora de ponerse la chaqueta, y yo en este caso no la puedo ayudar, no es incumbencia mía. Otra pregunta, la última: DO YOU CONSIDER YOURSELF A DOOMED MAN?

Después compruebo

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