Los olivos de Belchite

Elena Moya

Fragmento

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Capítulo 1

 

 

 

 

María solía sentirse incontrolablemente sexual en las salas business de los aeropuertos. Cuando volvía de reuniones en el extranjero, a la ejecutiva de veintiséis años le gustaba sentarse con un gin-tonic en una mano y el ¡Hola! en la otra. Mientras se relajaba en las butacas de las salas VIP de British Airways de todo el mundo, María solía excitarse; se le abrían los sentidos después de una jornada de trabajo, especialmente cuando llevaba puesto su traje Armani de ochocientos euros, que le hacía sentirse sexi, poderosa. Sin embargo, muy a su pesar, todos sus pensamientos no eran más que fantasías, ya que su satisfacción casi nunca llegaba a materializarse.

María, alta y esbelta, se dirigió discretamente hacia los servicios de la sala business del aeropuerto de Heathrow, en Londres. Varias mujeres se retocaban el maquillaje, sentadas en sillas de madera bien acolchadas, frente a un tocador de mármol repleto de pequeñas toallitas blancas. El amplio espejo estaba bien iluminado y reflejaba los rostros pálidos y cansados de las ejecutivas que ahora intentaban ocultar su agotamiento. María se acarició el pelo, largo, negro y brillante, y miró su cuerpo bien tonificado, imaginándose a Jordi tras ella, abrazándola. Pero Jordi, su novio, casi nunca le ponía las manos encima; y si lo hacía, acudía a confesarse inmediatamente después.

María se imaginó el cuerpo desnudo de Jordi, aunque jamás lo había visto completamente; su atlético torso, sus duros abdominales, sus fuertes brazos acariciando su suave piel morena. Su imaginación estaba desbocada. «Es humano, no es nada malo. Menuda cruz que mi novio sea un católico radical, miembro del Opus Dei. Vaya grupo de extremistas».

María deseaba pasar la noche con Jordi. De hecho, ya lo había intentado, pero éste, siguiendo las directrices del Opus, sólo aceptaba la consumación matrimonial después de la boda, nunca antes. Cuando el asunto surgió por primera vez, en la universidad donde se conocieron, ella inicialmente se negó a continuar una relación sin afecto físico, pero la fuerte amistad que ya les unía y la paz y comprensión que hallaba en él hicieron que al final siguieran juntos. María era persona de pocos amigos, y con Jordi se sentía más cómoda que con nadie. Además, tampoco era muy consciente de lo que se estaba perdiendo, ya que después de veinte años de educación católica, todavía no había tenido ninguna experiencia.

Con la mirada aún pegada al espejo, María suspiró.

Seguro que Jordi estaría deseando lo mismo que ella, pero todavía estaba asustada de lo que su novio hacía para contener la tentación. Una vez le había hablado de las prácticas de autoflagelación que aconsejaba el Opus, incluido el uso del cilicio, un aro de espinas que se aplicaba sobre el muslo y dejaba pequeñas heridas en la carne. Jordi también le había confesado que a los quince años, cuando tenía la firme convicción de dedicar su vida a Dios y al celibato, también utilizaba un látigo con el que se fustigaba las nalgas y la espalda. El interés de María la había llevado a descubrir que el fundador del Opus Dei era tan fanático en el uso del látigo que había llegado a manchar las paredes de su cuarto de baño con sangre.

María se estremeció al recordar esas confesiones, a pesar de que Jordi le había repetido mil veces que el cilicio apenas dejaba algunos rasguños. María decidió ignorar esas prácticas y vivía con la esperanza de que la boda acabaría con tanta insensatez.

«¿Cuándo voy a tener una vida sexual normal? Paciencia, ya sólo faltan seis meses».

—Salida del vuelo 480 de British Airways con destino a Barcelona. Rogamos a los señores pasajeros que embarquen por la puerta cincuenta y cuatro. Vuelo 480 con destino a Barcelona, puerta cincuenta y cuatro —dijo una voz por los altavoces, arrancando a María de sus pensamientos.

 

 

—¡Hola, cariño! —dijo Jordi con una amplia sonrisa cuando María salió por la puerta de llegadas de la Terminal A del aeropuerto de Barcelona. La rodeó con un brazo y le dio un beso en cada mejilla—. ¿Cómo ha ido el viaje? ¿Qué tal Londres? —Jordi le tendió una rosa roja que había estado ocultando a la espalda.

María la cogió y sonrió. «Es tan predecible».

Como de costumbre, Jordi, también de veintiséis años, había estado esperándola con una sonrisa y la rosa de rigor. Enfermo u ocupado, siempre venía a recibirla al aeropuerto, con la única excepción del fútbol. Cuando el Barça jugaba en casa a la misma hora, María cogía un taxi.

—¡Hola! —dijo María, besándolo brevemente en los labios, sonriendo y mirándolo de arriba abajo. Llevaba su uniforme de cuando no trabajaba, el típico polo Ralph Lauren impecablemente planchado, unos Levi’s y un jersey de cachemir atado al cuello. El impoluto corte de pelo resaltaba sus grandes ojos verdes y expresivos y su larga nariz.

—Te he echado de menos —dijo Jordi—. Has estado fuera desde el domingo, cuatro días, pero se ha hecho muy largo. —Le acarició la espalda con dulzura. Ambos se abrazaron y se quedaron inmóviles durante un instante. María sintió el calor de sus brazos, la gentileza de su tacto. Poco después, se separó.

—Estoy muy cansada —dijo María en voz baja—. No sé la de reuniones que habré tenido con ese consejo. ¡Es agotador! No he parado un momento. Habrá que trabajar mucho, porque los criterios de construcción son muy estrictos, ya veremos qué pasa.

—Pobrecita —dijo Jordi, dándole un breve masaje en los hombros.

—Esto es lo que necesito —dijo María, suspirando—. Gracias, cariño. —Y volvió a apartarse.

—Por ti, lo que sea. —Dio un paso atrás y la miró—. ¿Tienes hambre?

—¡Mucha! —dijo María, por fin con un poco de energía—. Estoy desesperada por comer algo bueno, después de tanta mantequilla y crema en todos los platos. Me apetece un buen pescado, o un pa amb tomàquet.

—Pues vamos.

Avanzaron con los brazos entrelazados hacia el coche de Jordi, al que llamaban Óscar. Jordi también tenía un Jeep Grand Cherokee, pero con María prefería usar el Golf por los recuerdos que le traía. Del retrovisor colgaba una banderita del Barça, junto a una imagen de la Virgen de Montserrat, exactamente igual que cuando conoció a María en la universidad. Después de cuatro años de relación, María aún se preguntaba cómo sobreviviría a tanto fútbol.

—Ayer ganamos al Manchester en la Champions, fue sensacional —dijo Jordi—. Además, en el d

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