Miguel Street

V.S. Naipaul

Fragmento

1

BOGART

Nada más levantarse, Hat se sentaba todas las mañanas en la barandilla de la galería de atrás y gritaba:

–¿Cómo va eso, Bogart?

Bogart se daba la vuelta en la cama y mascullaba de modo que no se le oía:

–¿Cómo va eso, Hat?

Era un tanto misterioso por qué le llamaban Bogart, pero yo sospecho que fue Hat quien le puso ese nombre. No sé si recordarán el año del estreno de Casablanca. Ese fue el año en el que la fama de Bogart se extendió como reguero de pólvora por todo Puerto España, y centenares de jóvenes empezaron a adoptar la pose bogartiana del tipo duro.

Antes de llamarle Bogart le llamaban el Solitarios, porque se pasaba el día con ese juego de cartas, de la mañana a la noche. Sin embargo, no le gustaban las cartas.

Siempre que entrabas en la casita de Bogart, allí te lo encontrabas, sentado en la cama, con los naipes en siete columnas sobre una mesita.

Preguntaba en voz baja «¿Cómo va eso, tío?», y no volvía a abrir la boca durante diez o quince minutos. Y es que tenías la impresión de no poder hablar nunca con Bogart, de lo aburrido y superior que parecía. Era de ojos pequeños y somnolientos, cara rechoncha, pelo negro, reluciente, y brazos regordetes. Sin embargo, no te daba risa. Lo hacía todo con una para repartir las cartas tenía su encanto.

Era el hombre más aburrido que he conocido en mi vida. Fingía ganarse la vida con su oficio de sastre, y hasta me dio un dinero para que le escribiera un rótulo:

sastre y patronista Se hacen trajes a medida Precios populares y competitivos

Se compró una máquina de coser y jaboncillos blancos, azules, marrones; pero nunca pude imaginármelo haciéndole la competencia a nadie, y tampoco recuerdo que confeccionara ni un solo traje. Se parecía un poco a Popo, el carpintero de al lado, que jamás hizo ni un solo mueble y se pasaba el día cepillando, tallando y haciendo algo que, según creo, llamamortajas. Y siempre que le preguntaba «¿Qué hace, señor Popo?», me respondía: «¡Ah, chico! Ese es el problema. Estoy haciendo lo que no tiene nombre». Pero Bogart ni siquiehacía eso.

Como yo era pequeño, no me planteaba cómo le llegaba el dinero a Bogart. Pensaba que los mayores tenían dinero porque sí. La mujer de Popo trabajaba en un montón de cosas y acabó siendo la amiga de muchos hombres. A Bogart nunca me lo imaginé con padre y madre, y él nunca llevaba a ninguna mujer a su habitacioncita. La llamaban habitación del servicio, pero allí no vivía nadie al servicio de la casa. Era una simple convención arquitectónica.

Todavía me sigue pareciendo una especie de milagro que Bogart tuviera amigos. Y los tenía: durante una temporada fue el hombre más conocido de toda la calle. Yo le veía acuclillado en la acera con todos los mayores de la calle. Y mientras Hat, Edward o Eddoes hablaban, Bogart se limitaba a trazar círculos con los dedos en la acera, con la mirada gacha. Nunca se reía estrepitosamente. Nunca contaba nada; pero cuando había una fiesta o algo por el estilo, todo el mundo

Y así, cada mañana, como ya he contado, Hat decía a voz –¿Cómo va eso, Bogart?

Y esperaba a que Bogart rezongara confusamente: –¿Cómo va eso, Hat?

Pero una mañana, cuando Hat gritó, no hubo respuesta. Faltaba algo que parecía inalterable.

Bogart había desaparecido; nos había dejado sin decir pa

Los hombres de nuestra calle estuvieron silenciosos y pesarosos dos días enteros. Se reunieron en la habitacioncita de Bogart. Hat cogió el mazo de naipes que había en la mesita y tiró un par de ellos al mismo tiempo, con expresión reflexiva. Dijo:

–¿Qué pensáis? ¿Se habrá ido a Venezuela?

Pero nadie sabía nada. Bogart no les contaba gran cosa.

Y a la mañana siguiente, Hat se levantó, encendió un cigarrillo, fue a la galería trasera de su casa y cuando estaba a punto de gritar, se acordó. Aquella mañana ordeñó las vacas antes de lo normal, y a las vacas no les hizo gracia.

Pasó un mes, y otro. Bogart no volvía.

Hat y sus amigos empezaron a usar la habitación de Bogart como club. Jugaban al wappee, bebían ron y fumaban, y de vez en cuando llevaban a alguna perdida. Al poco tiempo, Hat tuvo que vérselas con la policía, por juego y por patrocinar peleas de gallos, y tuvo que gastarse un montón de dinero en sobornos para salir del lío.

Era como si Bogart nunca hubiera venido a Miguel Street. Y, al fin y al cabo, tan solo había vivido en nuestra calle unos cuatro años. Se presentó un día con una sola maleta, buscando una habitación, y habló con Hat, que estaba acuclillado delante de la verja de su casa, fumando un cigarrillo y leyendo los resultados del críquet en el periódico de la tarde. Ni siquiera entonces dijo gran cosa. Según contó Hat, se limitó a preguntar «¿Sabes de alguna habitación?», y Hat le acompañó amueblada, que se alquilaba por ocho dólares al mes. Bogart se instaló allí inmediatamente, sacó el mazo de cartas y se puso a hacer solitarios.

A Hat le impresionó.

Por lo demás, Bogart siguió siendo un hombre misterioso. Empezaron a llamarle el Solitarios.

Cuando Hat y todos los demás ya se habían olvidado de él, o poco menos, Bogart volvió. Apareció un día alrededor de las siete de la mañana y se encontró en su cama a Eddoes con una mujer. La mujer se levantó de un brinco, chillando. Eddoes también se levantó de un brinco, pero con más vergüenza que miedo.

Bogart dijo:
–Largo. Estoy cansado y quiero dormir.

Durmió hasta las cinco de la tarde, y cuando se despertó se encontró con toda la antigua panda en la habitación. Eddoes estaba montando mucho jaleo para disimular su vergüenza. Hat había llevado una botella de ron. Dijo:

–¿Cómo va eso, Bogart?

Y se alegró al ver que Bogart le seguía el juego. –¿Cómo va eso, Hat?

Hat abrió la botella de ron y le dio una voz a Boyee para que fuera a comprar una de soda.

–¿Qué tal las vacas, Hat?
–Bien están.
–¿Y Boyee?
–Bien también. ¿No me has oído llamarle?
–¿Errol?
–Bien también. Pero ¿qué pasa, Bogart? ¿Bogart asintió y bebió un largo trago de ron. Luego otro y otro, y se terminaron la botella en nada de tiempo.

–Tranquilos –dijo Bogart–. Ya voy yo a por otra.

Nunca le habían visto beber tanto, ni tampoco hablar tanto, y estaban asustados. Nadie se atrevía a preguntarle dónde había estado.

–No era lo mismo sin ti –replicó Hat.

Pero todos estaban preocupados. Bogart apenas despegaba los labios al hablar. Tenía la boca un poco torcida y un acento ligeramente norteamericano.

–Claro, claro –dijo, y le salió muy bien, como a un actor. Hat no sabía con certeza si Bogart estaba borracho.

Han de saber que Hat recordaba a Rex Harrison y que había hecho todo lo posible por aumentar el parecido. Se peinaba hacia atrás, entornaba los ojos y hablaba casi como –Maldita sea, Bogart –dijo, y entonces sí que se le notó el parecido con Rex Harrison–. Ya podías contarlo de una vez.

Bogart enseñó los dientes y se rió cínicamente, torciendo –Claro que sí –dijo, levantándose y enganchando los pulgares en la cinturilla de los pantalones–. Claro, os lo contaré

Encendió un cigarrillo, se echó para atrás hasta que se le metió el humo en los ojos y, entornándolos, empezó a contar la historia con aire cansino. Había encontrado trabajo en un barco y se había marchado a la Guyana británica. Después desertó y se fue al interior. Fue vaquero en el Rupununi; llevó cosas de contrabando (no dijo qué) a Brasil, donde recogió a varias chicas brasileñas y las llevó

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