El gran dinero (Trilogía USA 3)

John Dos Passos

Fragmento

Charley Anderson

Charley Anderson estaba echado en su litera, sumido en un zumbido rojizo y fulgurante. Oh,Titine...! ¡Al diablo con la tonadilla aquella de la noche pasada! Tendido cuan largo le escocían los ojos y sentía la lengua caliente, acre y espeSacó los pies de la manta, los descolgó de la litera;
grandes y blancos, con pequeños bultos rosados en los dedos. Pisó la alfombra roja y se arrastró tambaleante hasta el ojo de

Asomó la cabeza.

En lugar del muelle, la niebla, las pequeñas olas verdigrises rompiendo contra el costado de la escala.El vapor estaba an

Arriba, oculta entre la niebla, gritó una gaviota. ley sintió un escalofrío y retiró la cabeza.

Se echó agua fría de la jofaina en la cara y el cuello; donde la salpicaba el frío del agua, se teñía de rosa.

Empezó a sentirse enfermo y aterido; volvió a meterse en estirando las mantas aún tibias, se cubrió hasta la

El hogar... ¡Maldita tonadilla!

Se levantó de un salto.Ahora la cabeza y el estómago le latían al unísono. Sacó el orinal, se inclinó sobre él,

Llegó a su boca un poco de bilis verde. No,

Se puso la ropa interior y los pantalones de dril y se enjabonó la cara para afeitarse. El afeitado le puso triste. Lo que necesito es un... Hizo sonar el timbre para llamar al camarero.

Bonjour, m’sieur. –Oye, Billy, prepárame enseguida un coñac doble.

Se abrochó con cuidado los botones de la camisa y se puso la guerrera; al mirarse en el espejo, reparó en los bordes enrojecidos de sus ojos y en el matiz verdoso de su semblante bajo la tez tostada. De pronto empezó a sentirse enfermo otra vez; sintió la ácida arcada que le subía del estómago a la boca.
estos barcos franceses apestan! Llamaron a la puerta;
ció la sonrisa de rana del camarero.

Voilà, m’sieur–, y el platillo blanco con el pequeño charco ambarino derramado por el vaso.

–¿Cuándo vamos a atracar?

El camarero se encogió de hombros y gruñó: La brume.

Cuando subía por la escalera,que olía a linóleo,
lando ante sus ojos pequeños manchones verdes.En cubierta, húmeda bruma le azotó la cara. Se metió las manos en los bolsillos y se adentró en ella.No había nadie en cubierta;
cuantos baúles, sillas de tijera plegadas y apiladas.
estaba todo mojado. Por las ventanas orladas de latón de la sala de fumar se deslizaban gotas. Nada en torno, sino bruma.

Dio otra vuelta por cubierta y se encontró con Joe Askew. Joe tenía buen aspecto. El pequeño bigote bien recortado bajo la nariz fina, los ojos claros.

–¿No es endiablada esta niebla, Charley? –Odiosa.
–¿Tienes dolor de cabeza?

–Tú pareces estar como nunca, Joe.
–Claro, ¿y por qué no? Antes estuve intranquilo: levantado desde las seis. Maldita niebla. Puede que tengamos que quedarnos aquí todo el día.

–Es una niebla en toda regla.

Dieron un par de vueltas por cubierta.
–¿Te das cuenta de cómo huele el barco, Joe?
–Debe ser que estamos anclados y la niebla nos estimula

¿Qué tal si desayunamos?

Charley guardó silencio un instante; luego aspiró profundamente y dijo:

–De acuerdo, vamos.

El comedor olía a cebolla y a abrillantador de bronces. Johnson estaban ya a la mesa. La señora Johnson tenía un aire pálido y flemático. Llevaba un sombrerito gris que Charley nunca le había visto,lista para desembarcar.Charley dijo «hola», y Paul le dirigió un amago de sonrisa. Charley advirtió que la mano de Paul, al levantar el vaso de naranjada, temblaba. Y que tenía los labios blancos.

–¿Ha visto alguien a Ollie Taylor? –preguntó Charley. –Apuesto a que el mayor se siente bastante mal –dijo Paul –¿Y usted cómo está, Charley? –preguntó melodiosa y dulcemente la señora Johnson.
yo..., yo no puedo estar mejor.
–Embustero –dijo Joe Askew.
–Alguien que yo sé –dijo la señora Johnson– se acostó vestido –y su mirada topó con la de Charley.

Paul cambió de tema:

–Bien, regresamos al país de Dios.
–No consigo imaginar –se lamentó la señora Johnson– cómo vamos a encontrar América.

Charley engullía los bollos con bicarbonato y sorbía el que tenía cierto sabor a sentina.

–De lo que me muero de ganas –decía Joe Askew– es de tomarme un verdadero desayuno americano.

–Pomelo –sugirió la señora Johnson.
–Cereales con crema –dijo Joe.
–Tortitas de maíz calientes –aventuró la señora Johnson. –Huevos frescos con auténtico jamón de Virginia –pro–Pastelillos de trigo con salchichas camperas –sentenció la señora Johnson.

–Buñuelos de harina de maíz con carne picada de cerdo –expuso Joe.

–Buen café con verdadera crema de leche –remató la señora Johnson, riendo.

–Está bien, me rindo –dijo Paul, con una sonrisa forzamientras se levantaba y abandonaba la mesa.

Charley apuró el último sorbo de café; luego dijo que pensaba ir a cubierta a ver si habían llegado los oficiales de inmi

«Vaya, ¿qué es lo que le pasa a Charley?»,
riendo, Joe y la señora Johnson mientras él subía apresuradamente las escaleras.

Una vez en cubierta, decidió no volver a sentirse indisLa niebla había despejado un tanto.A popa del pudo distinguir las sombras de otros vapores anclados y, una forma redonda que tal vez era tierra.

sobre su cabeza, chillaban y revoloteaban las gaviotas.
en alguna parte del agua,una sirena de niebla dejaba oír a intervalos su alarido. Charley avanzó unos pasos y se asomó a la bruma húmeda.

Joe Askew apareció a su espalda fumando un cigarro, cogió del brazo.

–Es mejor pasear, Charley –dijo–. ¿No es un gemido infernal? Parece como si la pequeña y vieja Nueva York hubiera sido torpedeada durante esta maldita guerra... No veo absolutamente nada, ¿y tú?

–Me ha parecido ver un trozo de tierra hace un minuto, pero ya se ha esfumado.

–Habrán sido las montañas de la costa atlántica; anclados frente al Hook*... Maldita sea, quiero desembarcar –Tu mujer te estará esperando, ¿no, Joe?
–Debería estar... ¿Conoces a alguien en Nueva York,

Charley negó con la cabeza.
–Me queda todavía un largo camino para llegar a casa... No sé lo que voy a hacer cuando llegue.

–Maldita sea –dijo Joe Askew–. Quizá tengamos que pasarnos aquí todo el santo día.

–Joe –dijo Charley–,¿qué te parece si tomamos una copa..., –Han cerrado ya el maldito bar.

* Sandy Hook: Promontorio de la costa de Nueva Jersey que jalona la entrada sur de la bahía de Nueva York. (N. del T.)

Habían hecho las maletas la noche anterior.
nada que hacer. Se pasaron la mañana jugando al rummy la sala de fumar. Nadie podía mantener la atención en el jue

A Paul se le caían una y otra vez las cartas de las manos. Jamás sabían quién había hecho la última baza.
taba de mantener los ojos apartados de los de la señora Johnde la pequeña curva de su cuello al esconderse bajo la cenefa de piel gris de su vestido.

–No consigo imaginar –dijo de nuevo ella– de qué pudieron ustedes hablar anoche hasta tan tarde...Creí que habíamos hablado ya de todo lo divino y lo humano cuando me fui a la cama.

–Bueno, encontramos temas, pero la mayoría de ellos salieron en forma de canciones –explicó Joe Askew.

–Sé que siempre me pierdo cosas cuando me voy a la cama

Charley advirtió que Paul, a su lado,
unos ojos mates y enternecidos–.Pero –siguió diciendo, sonrisa burlona– es tan aburrido quedarse levantada hasta tan

Paul se rubor

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