Goodbye, Columbus

Philip Roth

Fragmento

—¿Qué ocurre? ¿Por qué no me dijiste nada cuando hablamos por teléfono?

—Ha ocurrido hoy.
—¿Es cosa de los estudios?
—De casa. Se han enterado de lo nuestro.

La obligué a mirarme de frente.
—Pues muy bien. Yo también le he dicho a mi tía que venía a verte. ¿Qué más da?

—Me refiero a lo del verano. Que dormíamos juntos. —¿Ah?
—Sí.
—¿Ha sido Ron?
—No.
—La noche aquella, ¿estás queriéndome decir que Julie…?

—No —dijo ella—. No ha sido nadie.
—No entiendo.

Brenda se levantó de la silla y se acercó a la cama, en cuyo borde se sentó. Yo me dejé caer en la silla.

—Mi madre encontró la cosa esa.
—¿El diafragma?

Asintió con la cabeza.
—¿Cuándo? —le pregunté.
—El otro día, creo.

Se acercó al escritorio y abrió su bolso.
—Toma. Léelas en el orden en que me llegaron. Me lanzó un sobre: tenía los bordes sucios y estaba algo arrugado, como si ya hubiera salido y entrado unas cuantas veces del bolsillo de Brenda.

—Ésta la recibí esta mañana por correo urgente —me dijo.

Saqué la carta del sobre y la leí:

LAVABOS Y FREGADEROS PATIMKIN

Todos los tamaños — Todos los modelos

Querida Brenda:

No hagas caso de la carta de tu madre cuando la recibas. Te quiero mucho, mi niña, y si te apetece comprarte un abrigo, yo te lo compro. Nunca te negaré nada. Tenemos plena Confianza en ti, así que no te molestes por lo que te dice tu madre en su carta. Claro, se ha puesto histérica de la impresión, con lo que había trabajado por la Hadassah. Siendo mujer, le cuesta trabajo entender las cosas que pasan en la Vida. Claro, no voy a decirte que no nos hemos llevado todos una sorpresa, porque yo lo traté muy bien desde el principio y pensamos que nos agradecería las vacaciones tan estupendas que pasó con nosotros. Hay gente que nunca resulta como uno esperaba, pero estoy dispuesto a perdonar, y lo Pasado, Pasado, tú siempre has sido una buena chica y has sacado buenas notas, y Ron siempre ha sido lo que queríamos, un buen chico, que es lo más importante, y agradable. A estas alturas de mi Vida no voy a ponerme a odiar la Carne de mi Carne. En cuanto a tu error, hacen falta Dos Personas para cometer un error, y ahora que estás en Boston estudiando, lejos de él y de la situación en que te metiste, estoy seguro, estoy totalmente convencido de que te comportarás como Dios Manda. Uno tiene que confiar plenamente en los hijos, como en los negocios y en cualquier empresa seria, y no hay nada tan malo que no pueda perdonarse, sobre todo tratándose de la Carne de nuestra Carne. Tenemos una familia muy unida y ¿¿¿por qué no??? Pásatelo bien estas vacaciones y yo rezaré por ti en la sinagoga, como todos los años. El lunes quiero que vayas a Boston y te compres un abrigo. Todo lo que necesites, que sé yo muy bien el frío que puede hacer por ahí arriba… Dale recuerdos a Linda y no te olvides de traértela el Día de Acción de Gracias, igual que el año pasado. Con lo bien que os lo pasasteis juntas. Yo nunca jamás he dicho nada malo sobre ninguno de tus amigos, ni de los de Ron, y esto no es más que la Excepción que confirma la regla. Que disfrutes las Vacaciones.

TU PADRE

Y luego venía la firma, BEN PATIMKIN, pero eso lo había tachado para volver a escribir encima «TU PADRE», con lo cual «TU PADRE» aparecía dos veces, una debajo de la otra, como haciéndose eco.
—¿Quién es Linda? —le pregunté.
—Mi compañera de habitación del año pasado.

Me lanzó otro sobre.
—Toma. Llegó esta misma tarde. Por correo aéreo. La carta era de la madre de Brenda. Empecé a leerla y la dejé por un momento:

—¿Ésta te ha llegado después?
—Sí —dijo ella—. Cuando llegó la de mi padre no comprendí lo que estaba pasando. Lee la de ella.

Volví a empezar.

Querida Brenda:

No sé ni cómo empezar. Llevo toda la mañana llorando y he tenido que saltarme la reunión de la junta de esta tarde, porque tengo los ojos hinchados. Nunca pensé que esto podría ocurrirle a una hija mía. No sé si sabes a qué me refiero, no sé si lo tendrás siquiera en la conciencia, para así no tener que envilecernos ninguna de las dos con una descripción. Lo único que puedo decirte es que esta mañana, mientras limpiaba los cajones y guardaba tu ropa de invierno, encontré una cosa en el último cajón, debajo de unos jerséis que te dejaste aquí, como seguramente recuerdas. Me eché a llorar nada más verlo y no he parado hasta ahora. Tu padre llamó por teléfono hace un rato y ahora está viniendo a casa, porque se ha dado cuenta del disgusto que tengo.

No sé qué hemos hecho para merecer que nos castigues así. Te hemos dado una bonita casa y todo el amor y el respeto que una niña puede necesitar. Siempre me ponía muy ufana, cuando eras pequeña, al ver lo bien que te las apañabas por ti sola. Cuidabas tan bien de Julie, que daba gusto verlo, cuando sólo tenías catorce años. Pero te fuiste alejando de la familia, aunque te mandamos a los mejores colegios y te dimos las mejores cosas que pueden comprarse con dinero. Me moriré sin haber averiguado por qué nos pagas de este modo.

En cuanto a tu amigo, no tengo palabras. Son sus padres quienes deben responder por él, y no sé en qué casa habrá vivido, para ser capaz de comportarse así. Desde luego que fue una buena manera de agradecernos la hospitalidad con que tuvimos la amabilidad de acogerlo, a un chico que para nosotros era un perfecto desconocido. Que os comportarais de ese modo en nuestra propia casa es algo que nunca me entrará en la cabeza. Mucho han cambiado los tiempos desde que yo tenía tu edad, para que semejante cosa ocurra. No paro de preguntarme si por lo menos no habrás estado pensando en nosotros mientras hacías eso. Yo te daré igual, pero ¿cómo has podido hacerle eso a tu padre? No quiera Dios que Julie llegue a enterarse nunca.

Dios sabe lo que habrás estado haciendo todos estos años, mientras nosotros teníamos plena confianza en ti.

Les has roto el corazón a tus padres y quiero que lo sepas. Vaya manera de agradecernos todo lo que hemos hecho por ti.

Mamá

Sólo firmaba «Mamá» una vez, y ello en letra extraordinariamente pequeña, como un susurro.

—Brenda —dije. —¿Qué?
—¿Vas a llorar?
—No. Ya he llorado. —No vuelvas a empezar.

—Estoy intentándolo, ¡por Dios!
—Vale… Brenda, ¿puedo hacerte una pregunta? —¿Cuál?
—¿Por qué te lo dejaste en casa?
—Porque aquí no tenía intención de utilizarlo. Por eso.

—¿Y si yo venía a verte, como he venido? ¿Entonces? —Pensé que yo bajaría antes.
—Sí, pero ¿no podías habértelo llevado desde el principio, igual que el cepillo de dientes?

—¿Te estás haciendo el gracioso?
—No. Te estoy preguntando que por qué te lo dejaste en casa.

—Ya te lo he dicho —dijo Brenda—. Pensé que volvería a casa ahora.

—Pero es que la cosa no tiene pies ni cabeza, Brenda. Supongamos que sí, que ahora hubieras vuelto a casa, pero luego habrías tenido que regresar aquí. ¿Lo habrías cogido esa segunda vez?

—No lo sé.
—No te enfades —le dije.
—Eres tú quien se enfada.
—Estoy contrariado, no enfadado.
—Bueno, pues yo también estoy contrariada.

No le di respuesta, pero me acerqué a la ventana y miré al exterior. Había luna y había estrellas, de plata y duras, y desde la ventana se veía el campus de Harvard, cuyas luces parecían pestañear cuando, por acción del viento, las ramas de los árboles las tapaban un instante.

—Brenda…
—¿Qué?
—Conoces muy bien la acti

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