Engaño

Philip Roth

Fragmento

—Así que se encuentra tranquilamente en una habitación de hospital. ¿Crees que la nena estará allí?

—Nena es una palabra encantadora.
—Pensé que te gustaría. Por fin tendrás unas pequeñas vacaciones.

—Creo que le he dado injustamente mala prensa. Tiene muchísimas cualidades, pero la verdad es que hacía mucho tiempo que no dormía bien. Esta mañana, al levantarme, me sentía completamente normal.

* * * —¿Escuchas el disco que te regalé?
—No, tuve que esconderlo.
—¿Por qué?
—Porque sería raro que comprara un disco. No suelo hacerlo.

—¿Qué vas a hacer con él?
—Lo escucharé por la noche, cuando esté sola.
—¿Y qué harás si lo descubren? ¿Comértelo a trocitos con sal y pimienta?

—Antes compraba discos, pero pasé una época tan trastornada que... bueno, eso pertenece al pasado.

—¿Qué? ¿También os peleabais por esas cosas? —Sí.
—¿De veras?
—Sí.
—Eso es innecesario.
—Lo sé.

* * * —Estás preciosa. Llevas un traje muy bonito. ¿Te lo has puesto al revés?

—No, tengo muchas prendas con las costuras en el exterior. No te habías dado cuenta. Es muy elegante, sugiere que eres una persona algo anárquica.

—En fin, estás muy guapa, pero pareces terriblemente cansada, y otra vez te estás adelgazando. ¿No tomas vitaminas o algo por el estilo?

—Lo hago a intervalos. Es que llevo tres días sin comer. Estoy demasiado ocupada.

—Demasiado ocupada.
—Sí. Verás, estoy sentada en la habitación, tratando de escribir a máquina, y la chiquitina entra y lo primero que hace es mearse en la alfombra. Sale, llora un poco más y vuelve a entrar. Cambia varias páginas de sitio, descuelga el teléfono, viene a mi lado y se hace caca en el sofá. Entonces tengo que ir a trabajar y dirigir ruidos aduladores a mi jefe durante ocho horas.

—¿Y el marido?
—Es más fácil cuando no te veo. Una se adapta, busca otras distracciones... y se olvida, ¿sabes? Tú no eres objeto de esas terribles comparaciones. Deseaba muchísimo explicarte lo que he estado pensando, pero creo que quizá abuso de ti y no quiero hacer eso. No quiero tener que seguirte explicando toda esa mierda. Si me lo pides lo haré, pero preferiría no hablar de ello.

—Habla de ello. Me gusta saber qué piensas. Estoy muy encariñado con tus pensamientos.

—Mi madre pasó en casa el fin de semana y él se esfumó. Estuve a solas con ella durante un par de días, no duermo bien desde hace varias noches, pienso mucho en ti y mañana comeré con mi suegra, lo cual es una experiencia un tanto abrumadora... Es una mujer que sabe criticar de veras y puede ser tan endiabladamente desagradable que una intenta ocultarle las cosas. Y la institutriz está impaciente. Esas chicas se pasan la vida saltando de una casa a otra, comparando patronos, y la nuestra se está impacientando mucho. ¿Y sabes qué es el cérvix?

—Creo que sí.
—«Cérvix.» Qué palabra más estúpida. Bueno, pues tengo un bulto en el mío y me han de hacer unas pruebas. Mi marido dice que he echado a perder su vida sexual. «Eres tan pesada», me dice, «todo es tan serio para ti, tan terrible, no hay alegría ni diversión ni humor en nada»... y creo que es cierto, él exagera enormemente, pero es cierto. Ya no disfruto del sexo en absoluto, me siento sola, me resulta duro. Pero así es la vida, ¿verdad?

—¿Por qué no le haces un favor a tu marido y procuras correrte?

—Es que no quiero.
—Hazlo. Abandónate y hazlo. Dicen que eso es mejor que discutir.

—Me enfado tanto con él...
—No te enfades. Es tu marido y te está jodiendo. Déjale.

—Quieres decir que me esfuerce más.
—No, sí... en fin, hazlo.
—Una no tiene un control consciente de esas cosas.

—Claro que sí. Sé una puta durante media hora. Eso no te matará.

—Las putas no se corren y, por supuesto, no quieren correrse.

—Limítate a representar el papel de puta. No te lo tomes tan en serio.

—Ése es el problema... Él se lo toma muy en serio. Es uno de esos que creen que las mujeres deben tener orgasmos múltiples y que los dos miembros de la pareja han de correrse al mismo tiempo. Bueno, todo esto es perfectamente normal y es lo que ocurre entre los jóvenes, porque es muy fácil para ellos, pero en cuanto tienes una historia a tus espaldas y unos cuantos resentimientos... hay demasiado antagonismo entre nosotros. ¿Y por qué pierde uno totalmente el interés sexual por alguien?

—¿Por qué no me preguntas por qué nieva?
—Pero es una razón para dejarle, ¿no?
—Ésa no es la razón de que le abandones, si es cierto que le abandonas.

—No, pero si voy al fondo de la cuestión, ésa es la causa de todo. Él no podría soportar que haya dejado de interesarme.

* * * —¿Cómo estás?
—Atareada y enfadada, como de costumbre. —Pareces cansada.
—Eso no es sorprendente, ¿no crees? Me temo que se me ha corrido el rímel.

—¿Por qué estas enfadada?
—Ayer tuve una escena terrible con mi marido, porque era el día de San Valentín y hay que hacer una escena. Alguien le había dicho que no es el marido adecuado para mí porque me gusta mucho que me mimen, y, por supuesto, me indigné mucho... pero a veces me pregunto si no será cierto.

—Pues mira, quizá porque era San Valentín, me desperté en plena noche y tuve la deliciosa sensación de tu mano en mi polla. Claro que, bien pensado, podría haber sido mi mano. Pero no, era la tuya.

—Ni la mía ni la de nadie... No era más que un sueño. —Sí, un sueño llamado «Sé mi Valentín». ¿Cómo me he encaprichado tanto de ti?

—Creo que es porque te pasas todo el día en esta habitación. Estás aquí sentado y no tienes ninguna experiencia nueva.

—Te tengo a ti.
—Soy igual que todo lo demás.
—No, de ningún modo. Eres adorable.
—¿De veras? ¿Eso crees? La verdad es que me siento un poco correosa... me siento muy vieja.

—¿Cuánto tiempo hace ya?
—¿Te refieres a nosotros? Año y medio más o menos. No suelo hacer nada que dure más de dos años, me refiero a trabajos y esas cosas. Mira, la verdad es que no sé nada de ti. Bueno, sí, sé algunas cosas, por la lectura de tus libros, pero no es mucho. Es difícil conocer a alguien en una habitación. Parecemos la familia Frank, encerrada en una buhardilla.

—Sí, lo sé, pero tenemos que cargar con eso.
—Ya. Así es la vida.
—Y no hay otra.
—¿Por qué no me sirves una copa?
—Estás a punto de llorar, ¿no es cierto?
—¿Tú crees? Es que necesito tanto estar a solas conmigo misma... Hace mucho tiempo, ya no recuerdo desde cuándo, que anhelo dormir sola. No, eso es una exageración, pero al final del día, cuando estoy cansada de veras y he de librar otra batalla emocional... Y no sólo eso, sino también la molestia de otra persona que duerme a mi lado. Tenemos una cama muy grande, pero no lo suficiente. Es tan triste, ¿verdad? Quiero decir que él tiene muchas cualidades magníficas... ¿Quieres darme esa copa, por favor? Hoy no estoy demasiado estable. Considero absolutamente intolerable que me diga: «Te he dado mucho y no merece la pena.» Es tan doloroso, tanto, y en los últimos quince días ha dicho eso un par de veces. ¿Por qué no pueden mejorar las cosas? ¡Nos llevamos muy bien! Y me preocupo de veras por él. Si no estuviéramos juntos le añoraría terriblemente. Me gusta en tantos aspectos... En fin, no debo seguir hablándote de eso.

—¿Por qué no?
—Porque no sé lo que quiero.
—Lo que quieres es poner fin a esta situación. —¿Eso es lo que quiero? ¿Lo dices de veras?

* *

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos