El señor de las llanuras

Javier Yanes

Fragmento

Índice

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Cubierta

Portadilla

PRIMERA PARTE. EL SIGLO QUE DORMIMOS DESNUDOS

1 El avestruz errante

2 Lux Domini

3 El señor de las llanuras

4 Un violín en la tormenta

5 Elegimos el abismo

6 Estatuas de sal

7 Las Cuatro Plumas y un águila imperial

8 Una flor blanca en el barro

9 En honor al soldado desconocido

10 Lux Lucis

11 La novia de Sandokán

12 Caballeras y leonas

13 Mariposas de piedra

14 Un mono y una magdalena

15 Pregoneros

16 Un día, un adiós

17 Seres del ayer

18 Por el camino de Delsey

19 Héroes de ficción

20 El siglo que dormimos desnudos

INTERMEZZO (ALLEGRO)

SEGUNDA PARTE. EL LEÓN EN EL PÁRAMO

21 La ciudad lejos del sol

22 La sabana invisible

23 Afroditas en pugna

24 Cuando una puerta se cierra, otra también

25 Y cuando una puerta se abre, otra también

26 La destrucción y la derrota

27 El cielo de Naivasha

28 Un resquicio en la falla

29 La pista Boston

30 El club de los Sísifos

31 Cenizas sin polvo al que volver

32 Donde rezan los búfalos

33 Huellas en el río

34 El horror

35 El kiboko tundido

36 Casi amanece en Treetops

37 Sonata de la eterna primavera

38 Y el mundo va alrededor

39 Niña nueva de mañana

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Notas

Portada
cover
Portadilla
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Two drifters
off to see the world
there’s such a lot of world
to see…

A Ana, mi amiga Huckleberry

PRIMERA PARTE EL SIGLO QUE DORMIMOS DESNUDOS

PRIMERA PARTE

EL SIGLO QUE DORMIMOS

DESNUDOS

1 El avestruz errante

1

El avestruz errante

Mi abuelo me contaba historias de África.

En una de ellas, había una granja encabalgada en la línea del ecuador. Un día su propietario, un colono inglés, decidió que sería una buena idea criar avestruces, pues en Londres hacían furor los tocados femeninos con adornos de plumas. Reunió a sus hombres, construyeron un cercado y se dispusieron a capturar su primer ejemplar. No tardaron en avistar un macho portentoso, grande como una grúa portuaria y con plumaje de canciller. Tras ceñirlo con varios lazos lo arrastraron hasta el corral, mientras el animal, histérico, pateaba violentamente en el atardecer africano. El colono pensó que conseguiría tranquilizar al ave si cubría sus ojos, como hacen los cetreros con sus halcones o los dueños de loros con sus loros. Un avestruz no deja de ser un pájaro.

Corrió a casa y rebuscó en sus cajones, hasta que cayó de la cómoda un largo calcetín deportivo de color azul, recuerdo de sus años de colegio en Eton. ¡Qué mejor capucha para tan largo cuello! Satisfecho de su ingenio, exclamó «Floreat Etona!»* recordando el lema de la escuela, agarró la prenda y salió veloz al aire ligero y templado que se estremecía con los gritos de sus hombres, afanados en dominar al furioso cautivo. El colono saltó la cerca, blandió el calcetín ante su cuadrilla con una sonrisa triunfal y con gesto imperial ordenó inmovilizar a la bestia. Mientras la cabeza del animal se inclinaba bufando a sus pies, el granjero la encapuchó de un solo intento certero. Los breves vítores dieron paso a un silencio expectante al tiempo que las miradas se hincaban en la figura encapuchada y los brazos relucientes de sudor relajaban la tensión de las cuerdas. Por un instante, solo por un instante, pareció que el diminuto cerebro del animal se quedaba en blanco y que los ojos pestañudos se resignaban a que el mundo hubiera dejado de existir.

Pero fue solo por un instante. Menos de un segundo después

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