Todo se mueve

Alfonso Albacete

Fragmento

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DIEZ SECRETOS

Todos tenemos secretos. Las circunstancias hacen que algunos salgan a la luz y otros permanezcan en el anonimato, ocultos en el pasado, en el desván de nuestra mente, aparcados en nuestros recuerdos, escondidos en los cajones bajo la ropa interior, o ahogados en una continua lucha por salir a flote. No siempre somos conscientes de ellos. Algunos, al resurgir, provocan alivio; otros deberían permanecer inertes bajo la tierra húmeda, sin haber resucitado nunca.

Hiba la besó y ambas se fueron estrechando, acoplando como piezas de un puzle que encajaba a la perfección. Ninguna de ellas se había sentido nunca tan bien con otro ser, ya fuera hombre o mujer, jamás habían imaginado la existencia de un complemento tan perfecto. Olvidada quedaba cualquier historia anterior, que perdía todo significado ante un presente tan arrollador. Tampoco había futuro, por lo menos ninguna de las dos pensaba en ello, solo importaba el ahora, vivir intensamente, saborear cada instante, seleccionar pequeños momentos y guardarlos en rincones del pensamiento, para luego conformar con ellos cada uno de los recuerdos que, una vez acabada la pasión, consolidarían el amor de una relación duradera.

—Creo que Samia tiene problemas —susurró Hiba.

No solía hablar de sus cosas. Había dejado atrás Madrid y allá habían quedado sus amigas, su hermana, el resto de su familia y Lavapiés, donde había pasado toda su infancia y adolescencia.

—¿Qué le sucede? —preguntó Ruth.

No supo qué contestar. Solo sabía que debía volver y afrontar su pasado. Tenía la sensación de estar en medio de un laberinto sin conocer el camino que la conduciría a la salida. Debía elegir bien, pues contaba con una sola vida.

No lo sabía, pero era solo el principio para averiguar cuáles eran los diez secretos. Estos se irían descubriendo uno a uno, revelándose poco a poco, provocando un cambio radical en sus existencias. Diez secretos. Cada uno iría llevando a otro más oculto, más difícil de comprender y aceptar. Hay veces en que es mejor cerrar los ojos o mirar hacia otro lado, pero Hiba no era así. Ella tendría la fuerza suficiente para enfrentarse a cada uno de ellos por mucho dolor que le provocaran.

¿Cuál sería el secreto de Samia para que, con apenas dieciséis años, hubiera tomado la decisión de llamarla y, en silencio, hacerle saber que necesitaba su ayuda? ¿Qué ocultaba Lisa tras su sonrisa? ¿Sería capaz de compartir la dualidad que estaba experimentando, sin ella misma darse cuenta del peligro que suponía meterse en algo tan turbio? ¿Quién podía suponer que el oscuro secreto de Laura, que parecía una mujer fuerte, capaz de dominar cualquier situación y resolverla mejor que la mayoría de los hombres, estaba tan enquistado y oculto que nadie tenía las claves para siquiera imaginarlo? ¿Y el suyo? Porque Hiba también tenía su secreto. Un secreto a voces, pero que ni ella misma había descubierto hasta ese momento.

La verdad es lo contrario de la cobardía. La mentira es un germen que puede crecer y acabar con la amistad, el amor y hasta con la propia vida.

Diez secretos. Hiba era lo suficientemente fuerte para volver y enfrentarse a ellos. Al fin y al cabo, eso era solo el principio.

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LIBERTAD

La libertad no se compra, se roba. Laura era un espíritu libre. No obstante, cada día salía de trabajar a las ocho y media de la tarde. Cada día caminaba hasta su casa recorriendo la calle Preciados hasta la Puerta del Sol, subiendo luego por Carretas, deteniéndose en los cines Ideal para mirar la cartelera, y siguiendo hasta Tirso de Molina para desembocar en Lavapiés. Cada día, lloviera copiosamente, cayera calabobos, hiciera un frío de tundra o un calor seco y arenoso, ella repetía el mismo recorrido, tardando exactamente el mismo tiempo. Nunca lo había cronometrado, pero si lo hubiera hecho el resultado habría sido igual, segundo más segundo menos. Seguía siempre ese idéntico ritual, era un animal de costumbres, como la mayoría de la especie humana, pero ese día todo fue diferente.

Eran apenas las cuatro de la tarde y se dirigía apresuradamente por los pasillos de unos grandes almacenes hacia la salida. Vestía una llamativa chaqueta de cuero y unos vaqueros ajustados que le marcaban una figura espectacular. Más que guapa, era una mujer con personalidad, con carácter. De niña habría preferido pertenecer al género masculino, pero ahora, a sus veintidós años, estaba muy feliz en su papel de joven independiente y poco femenina, de mujer capaz de tomar la iniciativa en cualquier momento y resolver las cosas con mayor acierto que cualquier hombre.

La libertad no se compra, se roba. El secreto está en que nadie se percate de ello. Ser libre significa también carecer de responsabilidades que te aten y coarten esas ansiadas ganas de volar. Ser libre es huir de relaciones que aprisionan, que ahogan los sueños hasta convertirlos en pesadillas. Laura era todo lo libre que puede llegar a ser una joven de hoy.

Caminaba presurosa. Al llegar a la salida y atravesar el dispositivo de seguridad, se disparó una alarma, lo que activó el protocolo de control y vigilancia del centro comercial. Un guardia de seguridad la localizó al instante y la chica, al verse sorprendida, echó a correr como alma que lleva el diablo. La adrenalina le recorría todo el cuerpo, era consciente del riesgo, pero no le importó. El placer de ir contra lo establecido era superior al bochorno de ser sorprendida in fraganti; además, aquel hurto menor, por lo menos en su cabeza, estaba más que justificado esta vez.

Corrió por Preciados intentando no chocar con los numerosos transeúntes que deambulaban por la calle peatonal. El guardia, veloz, casi le pisaba los talones, pero ella logró sacar fuerzas y aumentar su velocidad hasta llegar a la calle Mayor, cruzar zigzagueante entre los taxis, meterse por las callejuelas peatonales del centro y camuflarse entre los turistas. Dobló una esquina y se detuvo para ver si había logrado escapar de aquel perro de caza. Viéndose fuera de peligro, recobró el aliento y caminó tranquilamente hasta detenerse tras uno de los arcos de la plaza Mayor. Se quitó la chaqueta y la revisó. Efectivamente, un pequeño dispositivo antirrobo escondido en un bolsillo le había pasado desapercibido. Decidida, sacó de su bolso un aparatito especial para desprender etiquetas de seguridad de las prendas. La quitó y guardó el chisme, ya tendría ocasión de volverlo a utilizar. La libertad no se compra, se roba, aunque a veces el corazón te lata tan desbocado que conseguir acompasarlo tenga su precio.

No deseaba ver a nadie. Subió directamente a su casa, fue a la cocina, abrió el grifo y se llenó un vaso de agua que se bebió de un trago; la carrera la había dejado sedienta. Sentía rabia, aunque, para ella, quedarse sin empleo en ese momento no era más que un contratiempo; hasta ahora nunca había pasado más de una semana entre un trabajo y otro y, en el peor de los casos, siempre podría ayudar a su padre en la librería, cosa que prefería no hacer. Bastante tenía con se

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