Prosa selecta

Gaspar Melchor de Jovellanos

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

1. PERFILES DE LA ÉPOCA

El siglo XVIII se inicia en España con el advenimiento de una nueva dinastía. Tras los penosos años del reinado del último Austria, se establecen en el trono español los Borbones, con Felipe V. Su reinado (1700-1746) abarca prácticamente la primera mitad del siglo y trae un nuevo aire a la política y a la sociedad española. Con el nuevo monarca, nieto de Luis XIV, se inician reformas que se desarrollarán con más fuerza durante el reinado de su sucesor, Fernando VI, y culminarán en el de Carlos III.

Al advenimiento de los Borbones, la situación interior de España era lamentable en todos los órdenes: hacienda, ejército, administración pública, etc. La política que siguieron, inspirada en la de los Borbones franceses, fue centralista y orientada a potenciar el poder del estado. Durante el reinado de Fernando VI se resolverá la crisis financiera, el marqués de la Ensenada reorganizará la Hacienda, se dará gran impulso a las obras públicas (carreteras, puertos, navegabilidad de los ríos…), prosperará la industria y, en suma, España vivirá una época de paz interior. Ésta será la España que recibirá a Carlos III, que, con experiencia de gobierno en el reino de Nápoles durante veinte años, adviene al trono español en 1759.

Ya desde los últimos años del siglo XVII empezó a notarse en España cierta influencia francesa, que, por lo tanto, no se puede achacar exclusivamente a la nueva dinastía establecida en 1700. Esa presencia de lo francés en el XVIII español, que en lo político se manifiesta en el centralismo, supone un cambio de talante cultural y moral. Se lee a los autores franceses, literatos o filósofos, se traducen e imitan obras, se sigue a Francia en las modas y en las costumbres.

El espíritu de la Enciclopedia, cuyo primer tomo aparece en 1751, da origen a un clima de pensamiento que se ve favorecido por el interés que adquiere la Filosofía. Un ambiente de empirismo y racionalismo envuelve las mentes, dando origen y potenciando un sentido crítico que será característico del siglo XVIII. Se ponen en tela de juicio los valores tradicionales, lo que, en lo tocante a las creencias religiosas, le valió al siglo la calificación de heterodoxo por parte de algunos.

La parte positiva de este sentido crítico fue el desarrollo del espíritu científico y de la investigación. En el terreno humanístico adquiere importancia la Historia como medio para comprender el momento presente. Se buscan datos, no interpretaciones, con lo que cobran impulso la bibliografía y la recopilación de materiales.

Este nuevo talante había tenido su primera gran manifestación literaria con la publicación, en 1726, del primer tomo del Teatro Crítico Universal, del padre Feijoo, que representa los ideales del siglo XVIII en la primera mitad de la centuria.

En 1764, cuando Feijoo muere, reina ya Carlos III, que contempla un año después el famoso motín de Esquilache y decreta en 1767 la expulsión de los jesuitas. El cambio de mentalidad que se ha ido fraguando durante los reinados anteriores toma cuerpo en éste, con el reconocimiento oficial de la cultura ilustrada que, apoyada desde el gobierno, adquiere una pujanza creciente. Hasta entonces las fuerzas de la tradición española (ideológicas, políticas, culturales) ofrecían resistencia a la nueva mentalidad. Es en el último tercio del XVIII cuando este siglo comienza a llamarse a sí mismo siglo ilustrado, aunque la expresión venía utilizándose desde años atrás para referirse a todo lo que conllevaba un matiz innovador.

La Ilustración dará ahora rienda suelta a sus ideales. De acuerdo con los planteamientos del despotismo ilustrado, el cambio ideológico señalado se desarrolló entre algunos intelectuales, que se sentían portadores de algo que debían transmitir a los demás. Con respecto a los medios de difusión de las nuevas ideas suelen distinguirse tres cauces: las Academias y Tertulias, la Prensa periódica, y las Sociedades Económicas de Amigos del País.

En 1713 nace la Real Academia Española, imitación de la Francesa que en 1635 había promovido Richelieu. Tuvo como finalidad, desde el momento de su fundación, la elaboración de un diccionario, y llevó a cabo el conocido como Diccionario de Autoridades, porque sus redactores respaldaron la definición de cada palabra con un texto clásico.

Años después, en 1738, el rey aprobará la creación de la Academia de la Historia, cuyos miembros venían reuniéndose desde 1735 como academia particular. Otras Academias oficiales nacieron en España en esos años: la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona y la Academia Sevillana de Buenas Letras. Otras instituciones tenían carácter privado, como la Tertulia de la Fonda de San Sebastián, en Madrid, fundada por Leandro Fernández de Moratín y punto de reunión de escritores de gusto neoclásico. La más interesante fue la Academia del Buen Gusto, que existió en Madrid en los años 1749-1751, impulsada por la que luego sería marquesa de Sarriá. Su importancia estriba en el eclecticismo que la caracterizaba: allí se reunían poetas de distintas tendencias e intercambiaban sus ideas, por lo que se puede decir que contribuyó al nacimiento de una nueva poética.

Otro medio de difusión de las nuevas ideas fue la Prensa periódica, aunque en la primera mitad del siglo no tiene el alcance que lograría a partir de 1750 y, sobre todo, en el último tercio del siglo, en que adquiere la pujanza de un nuevo fenómeno social. Por su interés cultural es importante el Diario de los Literatos, que salió por primera vez en 1737 (año de la publicación de la Poética de Luzán) respaldado por la Academia de la Historia, ya que lo redactaban algunos de sus miembros. Más adelante, las críticas que provocó condujeron a que se publicara de forma independiente, una vez que sus autores hubieron abandonado la Academia. Esta publicación trimestral, que trataba de las más diversas materias, transmitió las ideas ilustradas y contribuyó a la transformación del gusto literario.

El tercer cauce del pensamiento nuevo fueron las Sociedades Económicas de Amigos del País, que surgieron a imitación de la Real Sociedad Vascongada. Ésta había nacido al calor de una de las mencionadas tertulias ilustradas, que se reunía en Azcoitia (Guipúzcoa) hacia 1748. Fueron estas Sociedades centros de cultivo ideológico y focos de difusión de las ideas ilustradas. Allí se recibían libros y todo tipo de publicaciones extranjeras, cuyo contenido era materia de discusión y propagación. Recordemos que de una de estas Sociedades partió el Informe sobre la Ley Agraria de Jovellanos.

Entre los fines de estas Sociedades se contaba, además de la preocupación por el desarrollo de la agricultura y la beneficencia, la mejora de la enseñanza, por medio de la creación de escuelas. Uno de los centros más importantes, el Real Seminario de Vergara, lo creó la Real Sociedad Vascongada, y en él se pusieron en práctica los ideales ilustrados sobre enseñanza y educación.

El sustrato ideológico precedente tuvo, claro está, reflejo en la creación literaria, tanto en la concepción de la literatura y su finalidad, como en los géneros que se cultivaron y en los temas y materias que se trataron.

La literatura dieciochesca no se limita a los géneros

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