Cuentos de Navidad

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Una de las anécdotas favoritas de los biógrafos de Dickens es la que recogió por primera vez Theodore Watts-Dunton, después de oír el 9 de junio de 1870 que una niña de un puesto ambulante preguntaba: «¿Dickens ha muerto? Entonces, ¿Papá Noel también morirá?».[1] Esta asociación entre el escritor y la Navidad, profundamente arraigada en la cultura anglosajona, nació cuando él todavía era joven, poco menos de un mes después de cumplir los treinta y dos años, aunque ya había ascendido hasta convertirse en el novelista predilecto de Inglaterra. Todo empezó a finales de diciembre de 1836 con «Un bienhumorado capítulo navideño», la décima entrega de Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero el «éxito prodigioso», en palabras de Dickens («el mayor, creo, que he conseguido nunca»),[2] le llegó con su primer «libro de Navidad»: «Canción de Navidad. En prosa. Cuento navideño de espectros». Publicado por primera vez el 17 de diciembre de 1843, consiguió vender más de cinco mil ejemplares antes de Nochebuena, y sus editores, Chapman & Hall, planeaban ya la primera de muchas reimpresiones. Después de ese glorioso debut, «Canción de Navidad» nunca se ha dejado de reimprimir, acostumbra a estar disponible en varias ediciones diferentes y se ha convertido en un elemento más de la Navidad angloamericana, junto con el acebo, el muérdago, los árboles de Navidad y los Christmas crackers. El gran impacto que ha causado esta narración en los últimos ciento sesenta años no se ha producido solo a través del papel; en Lives and Times of Ebenezer Scrooge,[3] Paul David nos ofrece una visión global y esclarecedora de la compleja historia de esta obra, a la que se refiere como «texto cultural», y analiza el sinfín de modificaciones y cambios a que se ha visto sometido el original de Dickens en las numerosas adaptaciones teatrales y cinematográficas británicas y estadounidenses que han proliferado a lo largo de los años, cada una con sus particularidades, que en efecto responden a la evolución de las condiciones y las aspiraciones sociales de ambos lados del Atlántico.

Lo que Philip Collins ha descrito como el «estatus institucional» de «Canción de Navidad» ayuda a mantener la creencia popular de que Dickens es poco menos que el creador de la Navidad inglesa.[4] Es cierto que tuvo una influencia extraordinaria, principalmente como resultado de la tremenda y perenne popularidad de «Canción de Navidad», pues impulsó la incipiente recuperación de las celebraciones navideñas tradicionales de Gran Bretaña durante los años treinta y cuarenta del siglo XIX. Este impulso supuso que el concepto cristiano de caridad cobrara una importancia capital. El editorial del Pictorical Times del 23 de diciembre de 1843 (titulado «The Merriest Christmas to All») demuestra que Dickens no era el único en concederle tanta importancia:

En esta época alegre de comidas y caras sonrientes, conviene, a los que tienen el honor de disfrutar plenamente de este júbilo, pensar en los pobres, en los pobres que, sin nuestra ayuda, no podrían encontrar regocijo. Mientras el fuego arde en nuestro hogar, y la mesa está generosamente dispuesta, dediquemos un pensamiento a los pobres en sus frías chozas con la mesa vacía, y a los que son todavía más miserables, en los sin techo que vagan por las calles.

Sin duda, podríamos encontrar un gran número de editoriales de la época que exhortaban a los lectores en ese sentido (se acababa de superar la Gran hambruna irlandesa, 1845-1849, un período de grandes dificultades económicas y sufrimiento generalizado) y con seguridad muchas incluían también un sermón de Navidad. En su primer número navideño (1841), la revista Punch publicó un artículo del dramaturgo y periodista liberal radical Douglas Jerrold, amigo de Dickens, titulado «How Mr. Chokepear Kept a Merry Christmas», en el cual un próspero vendedor celebra la «Navidad de la barriga», dándose banquetes y festejando mientras ignora a los pobres que le ruegan caridad. Jerrold insta a sus lectores a celebrar «la Navidad del corazón» y a «Dar, dar». Este mensaje también podía encontrarse en la primera tarjeta de felicitación navideña, que se envió en el mismo año en el que apareció «Canción de Navidad». Diseñada por John Calcott Horsley, miembro de la Royal Academy, para Henry Cole (después sir Henry, fundador y primer director del Museo de Victoria y Alberto), tenía forma de tríptico, y la escena central mostraba la celebración de una familia de apariencia acomodada que brindaba hacia el lector con copas colmadas de vino, y, en los laterales, las consignas de caridad «Vestir al desnudo» y «Alimentar al hambriento». Pero el cuento de hadas moderno de Dickens sobre Scrooge y los Cratchit, con su marcado, aunque en absoluto sectario, cariz cristiano, tuvo un impacto que ningún editorial, ningún periodista satíricomoralizante, ningún predicador o ningún diseñador de tarjetas hubieran podido alcanzar nunca (pues ni los editoriales ni los sermones se escenificaban[5] ante miles de personas que o no leían los periódicos o bien simplemente no eran capaces de ello, y que raras veces, o tal vez nunca, habían escuchado un sermón). El auto-proclamado «Crítico Laureado» de Dickens, Lord Jeffrey, le escribió:

Bendito sea tu buen corazón […], puedes estar seguro de haber hecho más favor con esta pequeña publicación, pues entraña mejores sentimientos e incita a actos más positivos de beneficencia, que el que se ha predicado desde los púlpitos y confesionarios de la cristiandad desde la Navidad de 1842.[6]

Las primeras reseñas de «Canción de Navidad» también pusieron de relieve la humanidad del libro, sus «ideas beneficiosas» y la compasión por los que sufren «las verdaderas penurias acuciantes de la vida». Thackeray afirmó que supuso «un beneficio nacional, y un bien personal para todo hombre y mujer que lo lea».[7]

La recuperación del interés por las tradiciones navideñas que nació entre los literatos durante los años veinte y treinta del siglo XIX no surgió por el anhelo de promover el ejercicio de la caridad cristiana. Se debía más bien al creciente gusto por lo pintoresco y a la nostalgia que los tories sentían por aquellos «viejos tiempos» en que la sociedad era más sólida, se respetaban las jerarquías y existía una supuesta armonía de clases. Robert Southey, el «Poeta Laureado», había declarado en 1807: «Todo el mundo afirma cuán diferente era esta fiesta en la época de sus padres, y hablan de las antiguas ceremonias y celebraciones como de algo obsoleto».[8] Un año después apareció la famosa evocación de Scott, en su introducción al canto sexto del Marmion, a las «antiguas» festividades navideñas, y describe el palacio del barón con la cabeza de jabalí, los pasteles navideños, el leño de Navidad y los «villancicos entonados con entusiasta algarabía». Esta imagen hizo mella en el imaginario de muchos de sus miles de lectores y seguía manteniendo su vigor treinta años después, cuando el buen amigo de Dickens, Daniel Maclise, recreó la escena en el cuadro de grandes dimensiones Merry Christmas in the Baron’s Hall,[9] en el que aparece el barón, su familia y, como en el verso de Scott, «vasallos, capataces, siervos y todos los demás» celebrando juntos la festividad. Mientras tanto, el escritor estadounidense Washington Irving realizó un retrato rocambolesco, no sin un deje de sátira, de las celebraciones navideñas de Squire Bracebridge, un hacendado inglés de costumbres anticuadas que mantenía los pintorescos rituales navideños de antaño en su casa familiar, Bracebridge Hall, y que festejaba con sus parientes lejanos, sirvientes e invitados (en The Sketch Book of Geoffrey Crayon, Gent., 1820). Dickens, devoto lector de Irving, describió bajo su gran influencia los anticuados festejos de Navidad que celebran los pickwickianos como invitados del viejo Wardle en la Granja Manor de Dingley Dell. En realidad, ese fragmento de Pickwick, como el cuadro de Maclise, deben leerse como respuesta a la nostalgia romántica de Scott e Irving por lo antiguo y a la idealización de la Navidad tradicional inglesa en obras como The Book of Christmas: Descriptive of the customs, ceremonies, traditions, superstitions, fun, feeling and festivities of the Christmas Season de T. K. Hervey (1837, ilustrado por Robert Seymour, el primer ilustrador de Pickwick). Debemos fijarnos también en la aparición en 1831 y 1832 de The Humorist, a Companion for the Christmas Fireside de W. H. Harrison, y en 1833 de Selection of Christmas Carols, Ancient and Modern de William Sandy. En todos estos compendios se enfatizaba la celebración tradicional en un ambiente rebosante de comodidades que se compartían con júbilo con empleados y sirvientes.

Dickens trata la temática navideña por primera vez en un escrito que apareció en el Bell’s Life in London del 27 de diciembre de 1835, como parte de una colección de bosquejos llamada «Scenes and Characters» con la que el joven periodista colaboraba en ese periódico bajo el seudónimo de «Tibbs». Su título, «Christmas Festivities» (que cambió a «A Christmas Dinner» al incluirlo en la primera recopilación de Escenas de la vida de Londres por «Boz» pocos meses después), quizá hiciera esperar al lector un ejercicio de nostalgia al estilo de Washington Irving. Sin embargo, el escrito posee un aire en gran medida contemporáneo. Encontramos los rituales tradicionales de la «vieja Navidad», pero modificados para encajar en el hogar de una familia londinense acomodada, la clase de hogar al que los padres de Dickens aspiraron. El «anticuado» barón y su señora se convierten en los maravillosos anfitriones tío y tía George, los «súbditos» son ahora sirvientes que lucen cofias nuevas y elegantes con ribetes rosados (pero celebran la Navidad en sus dependencias, no con la familia), la cabeza de jabalí se ha transformado en un suculento pavo, y los pasatiempos medievales resultan en «el glorioso juego de la gallina ciega». Cuando, al principio del texto, Dickens se refiere a «aquellos que te dicen que la Navidad ya no es lo que era», no alude a quien idealiza el tiempo pasado como Southey y Scott, sino a quienes han sufrido penurias, injusticias y desgracias que esta gran fiesta, con seguridad, les traerá de nuevo e inevitablemente a la memoria. La cuestión de lidiar con los recuerdos dolorosos, o de no ser capaz de hacerlo, será más adelante un tema principal en casi todos los escritos navideños de Dickens, a menudo asociado, como es el caso, a la muerte de un querido niño pequeño. En este esbozo, Dickens exhorta al lector a no relegar al olvido los recuerdos dolorosos, como hará Scrooge, ni borrarlos, como hará el fantasma de Redlaw, sino solo dejarlos a un lado, reconocer los positivos y disfrutar de ellos. Sin embargo, un año más tarde, en Pickwick, considera estos recuerdos como parte de las alegrías navideñas:

Muchos corazones que entonces [en las celebraciones navideñas de nuestros primeros años] palpitaban con tanto ánimo ahora han dejado de latir; muchos ojos que entonces brillaban tan claros ahora han dejado de refulgir; las manos que estrechábamos se han enfriado; las miradas que buscábamos han ocultado su resplandor en la tumba; y sin embargo, la vieja casa, el cuarto, las voces alegres y las caras sonrientes, la broma, la risa, las circunstancias más menudas y triviales en relación con esas felices reuniones, se agolpan en nuestra mente cada vez que vuelve esa época, como si hubiéramos estado juntos ayer mismo. ¡Feliz, feliz Navidad, que puede devolvernos la ilusión de nuestros días infantiles […]! (Pickwick)

Este exordio no parece tener más que ver con las escenas siguientes, las celebraciones de los pickwickianos, que el de «Christmas Festivities». Ni el señor Pickwick y sus amigos ni el viejo Wardle y su familia parecen rememorar a los seres queridos que han perdido (quizá deberíamos obviar la afición de la vieja señora Wardle por invocar el espíritu de la «hermosa lady Tollimglover, ya fallecida») o, es más, no guardan el más mínimo recuerdo en general, aparte del que se desprende de la alusión que hace el señor Pickwick a patinar sobre hielo cuando era más joven. Es como si Dickens todavía no hubiera encontrado una manera satisfactoria de combinar los sentimientos (el tema del recuerdo) con el argumento (las celebraciones navideñas).

En cuanto al asunto de la misericordia hacia los pobres, está del todo ausente del esbozo al que nos referimos y, por bien que aparece en todas las escenas de Dingley Dell, es objeto de parodia: los «parientes pobres», serviles, son meros objetos de diversión (en el juego de la gallina ciega, por ejemplo, «agarraron a quienes consideraron que les gustaría, y cuando el juego languideció, volvieron a quedarse»). Sin embargo, es interesante notar que los pobres que aparecen en el relato que el viejo Wardle narra alrededor del fuego estén dotados de dignidad y «pathos». Este cuento sobre Gabriel Grub, el viejo misántropo solitario que se convierte, por medios sobrenaturales, a la benevolencia y empieza a creer en la bondad humana, es el primer cuento navideño de Dickens, y en su centro reside el heroísmo cotidiano de los pobres que luchan para conseguir una vida familiar cálida y respetable.

Como señaló por primera vez John Butt, «La historia de los duendes que se llevaron a un enterrador» es el precedente de «Canción de Navidad».[10] La familia Cratchit y el niño tullido ya se adivinan, a pesar de que aún no tienen nombre ni están bien definidos, y el viejo Grub se conmueve con el amor que se profesan y el sufrimiento al que están siempre sometidos y que los duendes le obligan a observar. Pero no tiene ninguna relación personal con ellos, ni les afecta que deje de comportarse como un misántropo, ni los mecanismos de la memoria desempeñan papel alguno. Conocemos tan poco su historia personal como la del señor Pickwick. Algunos elementos principales de «Canción de Navidad» ya están presentes en este esbozo, aunque de un modo incipiente. El siguiente paso de Dickens hacia la creación de su obra maestra navideña está contenido en un pasaje que escribió en 1840 en su nueva revista miscelánea semanal Master Humphrey’s Clock.

A finales de 1839, Dickens llevaba cuatro años escribiendo de forma ininterrumpida y cada vez cosechaba mayores éxitos. Oliver Twist sucedió a Pickwick, y Nicholas Nickleby al primero: las sucesivas entregas de los libros se solapaban con las del siguiente o las del anterior. En ese momento Dickens buscaba un poco de descanso, y esperaba conseguirlo a través de esta revista, en la cual pretendía que colaboraran otros escritores, lo que al final no sucedió. Master Humphrey, el supuesto «editor» de la publicación, era un soltero solitario, un lisiado (una especie de Pequeño Tim avant la lettre), cuyos recuerdos del pasado, aunque teñidos de tristeza, lo predisponían a sentir amor por la humanidad. Su comportamiento el día de Navidad parece que tuviera como modelo el consejo que da Leigh Hunt, en 1817, en uno de sus ensayos sobre las costumbres navideñas antiguas y la «conveniencia de su recuperación» en el mundo de la segunda y tercera década del siglo XIX, que consideraba utilitarista y obsesionado con el dinero:

Atizad el fuego de vuestros hogares, y sonreíd, y salid a pasear, […] cada nueva acción que hagáis para el prójimo, cada celebración que organicéis para los amigos, o los sirvientes, o el pueblo, […] cada vez que os frotéis las manos, o las encajéis con las de otros, dentro de casa, comportará un gran beneficio para el espíritu y para la felicidad real de la época.[11]

Un día de Navidad, mientras paseaba tranquilamente (algo que al mismo Dickens le encantaba practicar),[12] Master Humphrey se encuentra y rescata a otro afligido solitario, el Deaf Gentleman, que parece correr el peligro de convertirse en un precedente de «El hechizado», sentado como está en una cafetería desierta, añorando la felicidad perdida después de haber sido traicionado o abandonado por algún ser querido. En este pequeño episodio, Dickens conecta por primera vez los recuerdos dolorosos y la benevolencia navideña, conexión que desde ese momento será tan fundamental en sus escritos sobre esta festividad.

Pasaron tres años y medio hasta que concibió «Canción de Navidad». Mientras escribió dos novelas más, La tienda de antigüedades y Barnaby Rudge, realizó la traumática gira por Estados Unidos y regresó al formato de Pickwick y Nickleby de veinte entregas mensuales para su nueva obra, Martin Chuzzlewit. La escena culminante de La tienda de antigüedades, con el paisaje nevado y el hermoso y tan querido niño agonizando (que, a diferencia del Pequeño Tim, «muere de verdad») parece quedarse a punto de convertirse en un cuento de Navidad de Dickens y, en realidad, como ha señalado Malcolm Andrews, «se convierte en una especie de Natividad».[13] Sin embargo, Dickens no volvió a escribir sobre la Navidad hasta que una inspiración repentina, en octubre de 1843, precipitó la creación de «Canción de Navidad».

Un poco antes, ese mismo año, quedó horrorizado, como Elizabeth Barrett y tantos otros, por los brutales datos que reveló el segundo informe (de oficios y fábricas) de la Comisión del empleo infantil que presentó el Parlamento. Barrett publicó un poema muy conmovedor titulado «The Cry of the Children», y Dickens, a quien el informe dejó «absolutamente descompuesto», consideró publicar «un panfleto muy barato, llamado “An appeal to the People of England, on behalf of the Poor Man’s Child”».[14] En una conferencia durante la primera velada anual del ateneo de Manchester, una institución que tenía por objetivo acercar la cultura y «la inocente diversión racional» a la clase obrera, Dickens abundó en los terribles espectáculos que había presenciado entre la gente joven en las cárceles y albergues londinenses, e insistió en la desesperada necesidad de educar a los pobres.[15] Esta experiencia parece que plantó en su mente la semilla de un cuento que construiría sobre la base del viejo relato de Pickwick acerca del día de Navidad de Gabriel Grub, aunque con variaciones, y que ayudaría a que las familias acomodadas y poderosas abrieran sus corazones a los pobres y desamparados, pero que también sacaría a relucir el tema principal de los recuerdos que, como ya hemos visto, estaba ligado para él de un modo tan estrecho a la Navidad.

Dickens escribió al fin «Canción de Navidad» en una época de gran agitación, en los «escasos momentos de ocio» que podía robar a su trabajo en la undécima entrega mensual de Chuzzlewit. En una carta a su amigo estadounidense Cornelius Felton, describió así el proceso de creación: «Charles Dickens lloriqueó, y se rió, y volvió a lloriquear, y se sobreexcitó, fuera de sí, mientras redactaba el cuento; y pensando en él anduvo, más de una noche, por las oscuras calles de Londres hasta quince o veinte millas en la hora en que los sobrios ya se han ido a la cama».[16] La buena acogida que obtuvo la pequeño obra ya la hemos mencionado antes. Fue vendido como regalo de Navidad con una presentación muy llamativa, con cubiertas marrón claro, tipografía dorada, guardas de color, bordes dorados y las maravillosas ilustraciones de John Leech, el artista de Punch, buen amigo de Dickens. Cuatro de ellas estaban intercaladas entre el texto y otras cuatro a toda página y pintadas a mano. Catherine Waters ha señalado con acierto que, teniendo en cuenta que una parte importante de la tradición navideña era contar cuentos alrededor del fuego («Historias de fantasmas, o aun otras más vergonzosas»),[17] una edición como la de «Canción de Navidad» posee «una doble función», pues «forma parte del ritual […] del que se ocupa de retratar».[18] Dickens exagera este efecto a través de un tono particularmente cercano, similar al de la descripción del encuentro de Scrooge con el primer espíritu: «Cara a cara con el visitante ultraterrenal […] tan cerca de él como ahora lo estoy yo de ustedes, pues estoy, en espíritu, a su lado».

Para nosotros, hoy en día, el mayor interés del cuento se halla en torno al protagonista, Scrooge, nombrado de un modo tan brillante, pues evoca dos significados: «screw» («tacaño») y «gouge» («arrancar los ojos»). Resulta una combinación extraordinaria de, por un lado, criaturas míticas como Jack Frost y los ogros que aterrorizan a los niños y, por otro, un negociante de dinero londinense gruñón, hosco y egoísta. Esta figura es uno de los personajes grotescos más exagerados de Dickens (cuando Chesterton dijo que sospechábamos que Scrooge había estado regalando pavos toda su vida, se refería, en su inimitable manera, a esta exageración).[19] Pero, como ha señalado Paul Davis, para los primeros lectores de «Canción de Navidad» «el centro emotivo del cuento» lo constituyen las escenas de los Cratchit.[20] Debemos recordar que resulta un libro muy de su tiempo, enmarcado en la Gran hambruna irlandesa, cuando la propia supervivencia de las familias necesitadas fuera de los asilos para pobres era de una gran precariedad. Hay algo de desafiante en la suculenta frugalidad de la cena de Navidad de los Cratchit, la solidaridad de la familia unida y la ternura con que cuidan al Pequeño Tim, que dio valor y esperanza a miles de familias en apuros, algunas de las cuales llegaron a escribir a Dickens para contarle «en confianza, sobre sus hogares, que leían “Canción de Navidad” en voz alta, que lo guardaban en una estantería solo para él, y que les había hecho un bien infinito».[21]

A la vez, al mantenerse alejado de los tópicos (que Bob Cratchit no se vea tentado de hacerse cartista, por ejemplo), Dickens evitó distanciarse de sus lectores de clase media. Es verdad que la Westminster Review lo criticó, en junio de 1844, por su ignorancia en política económica y en las «leyes» de la oferta y la demanda: «Que alguien se fuera sin pavo y sin ponche para que Bob Cratchit se pudiera quedar con ellos (pues, a menos que hubiera excedente de pavos y de ponche, alguien tenía que quedarse sin nada) es un reflejo inadecuado, del todo alejado de la realidad». Era perfectamente predecible que los utilitaristas radicales reaccionaran así. Con seguridad, la mayoría de los lectores de clase media reconocieron en los pequeños y espeluznantes personajes de la Ignorancia y la Carencia, y en el realismo exagerado de la descripción alegórica, la experiencia de la precariedad de los hijos de los pobres subyacente en el personaje casi de cuento de hadas del Pequeño Tim (debemos fijarnos en que Leech ilustra a los niños simbólicos de Dickens en un escenario que no es el de las calles del Londres de Scrooge, sino el de los edificios ruinosos, asilos y «oscuros y satánicos molinos»).[22] Al servirse de la voz del Fantasma de la Navidad del Presente para que dé el funesto aviso de una posible catástrofe social, Dickens está usando una retórica que ya era familiar a los lectores de clase media gracias a las invectivas del héroe intelectual de Dickens, Carlyle, cuya severa diatriba sobre la condición de Inglaterra, Pasado y presente, se había publicado pocos meses antes. Sin embargo, en contraste al pesimismo social fuliginoso de Carlyle, Dickens ofrece un futuro alternativo a la vez que esperanzador, representado por el jolgorio benéfico de un redimido Scrooge. Por muy desesperado que pareciera el estado de la nación, no era demasiado tarde para un cambio, el cual, por supuesto, debía empezar por la caridad de las familias acomodadas e irse extendiendo en círculos cada vez más amplios hasta dar lugar a una sociedad más bondadosa y justa. Ni el mismo Carlyle, aun con su crítica al sentimentalismo blando de Dickens, quedó inmune al poder de «Canción de Navidad». La descripción de las festividades en el libro había «afectado tanto a su sensibilidad», escribió Jane Carlyle a su prima Jeannie Welsh el 23 de diciembre, «que en un ataque de hospitalidad había llegado a insistir en improvisar dos cenas con tan solo un día de diferencia».[23]

El éxito extraordinario que alcanzó «Canción de Navidad» entre el público (aunque a Dickens le supusiera una pérdida económica a causa de los grandes costes de producción y el bajo precio de venta) hizo inevitable que produjera otros volúmenes para las Navidades siguientes, e incluso durante varias más. Escribió cinco «libros de Navidad» en total, tal como se los tituló colectivamente cuando se recopilaron en un volumen único para la edición de bolsillo de las obras completas de Dickens en 1852. Todos se publicaron en el mismo formato que «Canción de Navidad», con ilustraciones de distinguidos artistas amigos de Dickens, pero las láminas coloreadas a mano se descartaron por su alto coste. El cuento posterior al que tratamos fue «Las campanas. Un cuento de duendes sobre unas campanas que anuncian el final del año y la llegada del nuevo» (1844), seguido por «El Grillo del Hogar. Un cuento de hadas sobre la morada familiar» (1845), «La batalla de la vida. Una historia de amor» (1846) y «El hechizado y el trato con el fantasma» (1848). En 1847 no apareció ningún volumen porque aquel otoño Dickens necesitó concentrarse del todo en su novela Dombey e hijo, de la que ya llevaba más de la mitad de las veinte entregas mensuales que la conformaron. Tuvo que dejar en suspenso la elaboración de «una idea muy fantasmagórica y salvaje» que tenía para el esperado libro de Navidad,[24] pero no lo pospuso a la ligera. Como le escribió a Forster, no solo estaba «dolido por perder el dinero», sino «aún más por dejar un vacío en las chimeneas navideñas que se suponía que debía llenar»,[25] hecho que demuestra que el reconocimiento del que entonces gozaba entre el público británico lo había convertido en un elemento significativo de la celebración anual.

El tema del hogar y la familia, el más importante de la Navidad para Dickens, es muy marcado en todos estos relatos, y el uso de lo sobrenatural, ese elemento que juzgaba tan esencial para un cuento verdaderamente navideño, resulta crucial en todos ellos (excepto en «La batalla de la vida», donde su ausencia es perjudicial, como él mismo reconoció), pero solo «Canción de Navidad» y «El hechizado» poseen un escenario navideño, y son los únicos de los que se puede afirmar que tratan sobre esta festividad. «Las campanas» es ferozmente político y, como se lee en su subtítulo, un libro más de Año Nuevo; el bellísimo cuento de hadas de «El Grillo del Hogar» también está ambientado en Año Nuevo; y «La batalla de la vida», a pesar de que sí tiene una escena que ocurre durante las Navidades, va encadenando diferentes épocas del año.

«El hechizado» no solo tiene un escenario navideño, sino que retorna a algunos de los personajes centrales de «Canción de Navidad»: el protagonista solitario y de algún modo desplazado de la comunidad, la familia pobre que sobrevive del amor y las terribles apariciones de la Ignorancia y la Carencia, aquí encarnadas (mejor dicho, hechas piel y huesos) en el inolvidable y sin nombre niño salvaje de la calle. A partir de ellos Dickens desarrolla una historia sobre la interrelación de los recuerdos, en especial los dolorosos y los tristes, la vida moral, la responsabilidad social y la supervivencia de los sentimientos humanos entre la gente pobre en extremo que, de alguna forma, escruta estas cuestiones con más profundidad y dolor que la «Canción de Navidad». Redlaw es un personaje más complejo que Scrooge: su figura no se corresponde con la de un ogro, sino con la de un científico y profesor famoso cuya vida naufraga a causa de los recuerdos de un pasado doloroso, pero cuya última fase es terriblemente peor que la primera, cuando opta por ser liberado de estos a través de métodos sobrenaturales. La devoción que los Tetterby sienten por el miembro más joven y débil de la familia, la pequeña Moloch, no se corresponde del todo (como sugieren las connotaciones siniestras de su sobrenombre cómico) con lo inequívocamente conmovedor que existe entre los Cratchit y el Pequeño Tim. Dickens, además, pretende avergonzar a sus lectores de una forma mucho más directa que en «Canción de Navidad» (no volverá a ser tan beligerante hasta la famosa interpelación al lector después de la muerte del pobre Jo al final del capítulo XLVII de La Casa lúgubre). Refiriéndose al niño salvaje, el fantasma que acecha a Redlaw le advierte:

No hay un padre […] por cuyo lado estas criaturas [como el niño salvaje] pasan en su deambular de día o de noche; no hay una madre entre la infinidad de madres amorosas que habitan esta tierra; no hay nadie que haya salido de la infancia y que no sea responsable en una u otra medida de esta atrocidad; no hay un país en toda la tierra al que no llegue su maldición; no hay religión en la tierra a la que no niegue; no hay pueblo en la tierra al que no avergüence.

«El hechizado» no resultó un éxito de ventas, pero fue mejor recibido que «La batalla de la vida», atacado por la mayor parte de la crítica aunque, gracias a la gran popularidad de su predecesor, vendió veintitrés mil copias el día de su publicación. De «El hechizado», la crítica alabó el retrato de Johnny y la pequeña Moloch («Dickens —declaró el crítico del Atlas del 23 de diciembre— tiene mucha habilidad con los niños»), y también del niño salvaje, pero la obra fue considerada, en general, demasiado incoherente y «metafísica». Para académicos modernos como Harry Stone, su atractivo principal son las obvias resonancias autobiográficas.[26] La presencia de estas resonancias resulta poco sorprendente teniendo en cuenta que desde el final de los años cuarenta del siglo XIX era evidente que Dickens reflexionaba mucho sobre su propio pasado, en especial en lo que Forster llamó esas «duras vivencias de su infancia» que se manifiestan en el conocido como «Fragmento autobiográfico» (escrito durante aquella época pero inédito hasta que Forster incluyó algún pasaje en su biografía).[27] Es significativo que la novela en la que Dickens se puso a trabajar cuando terminó «El hechizado» fue la casi autobiográfica David Copperfield.

Cuando se acercaba la Navidad de 1849, Dickens estaba absorto en la creación del Copperfield y no se hizo mención a ningún libro de Navidad. La experiencia de 1846 de escribir uno de ellos mientras trabajaba en una novela mayor no era algo que deseara repetir. Sin lugar a dudas, estaba molesto por la aparición de otros libros de Navidad de pseudoDickens que inundaban el mercado cada diciembre. En cualquier caso, hacia el otoño de 1850 tuvo listo otro formato para transmitir la esperada salutación navideña a su público entusiasta. Había editado, desde finales de marzo, un semanal llamado Household Words y era de esperar que el último número antes del 25 de diciembre trataría sobre temas navideños. Así pues, lo llenó de artículos de diferentes autores con títulos del tipo «Navidad en los albergues», «Navidad en la marina», «Navidad entre los pobres y enfermos de Londres», etc. Dickens escribió el primero, a modo de editorial: el ensayo superlativo «Árbol de Navidad», una virtuosa variación sobre el tema de los recuerdos. Usó el «pretty German toy», como solía llamar al árbol adornado (en referencia a su introducción en Gran Bretaña por parte del príncipe Alberto en 1841), como recurso sobre el cual construir el ensayo en el que un notable estudioso de Dickens moderno ha afirmado encontrar «la esencia en miniatura del mundo de Dickens», una mezcla paradójica de alegría y terror, realidad e ilusión, «infancia truncada por la muerte», imaginación y seriedad.[28]

Animado por las excelentes ventas de este número, Dickens decidió que el año siguiente sacaría un «número extra por Navidad» de Household Words, y así empezó una tradición que duró dieciséis años y que traspasó de Household Words a su sucesora, All The Year Round, en 1859. Las ventas de estos números navideños eran siempre prodigiosas, alcanzando el cuarto de millón en los años sesenta del siglo XIX. Igual que con el número de 1850, Dickens reunió a otros escritores para que colaboraran en estos. Empezó en 1851 con un título en común como punto de partida, «What Christmas Is» (por ejemplo, la contribución de Harriet Martineau se titulaba «What Christmas Is in Country Places»), y cuando recibió los ensayos, decidió que el número necesitaba «algo sin detalles, sino con una tierna fantasía que llegara a mucha gente».[29] En 1851 había perdido a dos seres queridos, su padre y su hija recién nacida, Dora, por lo que resultaba natural que su tema navideño favorito, el de la necesidad de estar abierto al recuerdo amoroso de los seres queridos fallecidos, encontrara la máxima expresión en su ensayo «What Christmas Is as We Grow Older».

De un simple título que cohesionaba varias historias independientes, Dickens pasó en 1852 a enmarcarlas en «Round of Stories by the Christmas Fire». De aquí, dos años después, desarrolló la idea de un marco narrativo a partir del cual aparecieran los distintos relatos, imitando así el esquema básico de sus queridas Las mil y una noches, fórmula que ya había probado en el semanal Master Humphrey’s Clock. El primer número navideño en este formato fue el de 1854, «The Seven Poor Travellers», cuyo esquema narrativo está ambientado en Rochester, el lugar favorito de la infancia de Dickens, en Nochebuena. Un tiempo antes había visitado la organización benéfica de Watt en la calle mayor de Rochester, y tal vez allí se le ocurrió que media docena de caminantes que coinciden durante una noche en un albergue conformaban un marco ideal para contar historias; y asignó un viajante a cada uno de sus colaboradores literarios, que a su vez inventarían una historia apropiada para el personaje en cuestión. En los números navideños siguientes, el marco narrativo tendió a ser cada vez más elaborado, en especial en aquellos números en los que Wilkie Collins constituía su principal o único colaborador. El que apareció el año siguiente, «The Holly Tree Inn» (1855), mantiene el escenario de Nochebuena, pero de una forma más anecdótica que «The Seven Poor Travellers», y después, estas historias enlazadas a las que Dickens continuó dedicando tanta atención, dejaron de estar relacionadas con la Navidad.

Aunque Dickens aseguró a sus colaboradores que no le importaba si sus relatos hacían o no referencia directa a la Navidad, sí quería que «esta época resonara».[30] Definió el «espíritu navideño» en «What Christmas Is as We Grow Older» como «el espíritu útil, perseverante, que, alegre, se desentiende de las obligaciones, que es amable y paciente», cualidades que encontramos en sus Cuentos de Navidad, historias que se centran en los temas del perdón, la restitución, la reconciliación, la ternura, el poder del amor sacrificado hasta en las más terribles circunstancias, los efectos devastadores de aislarse del resto de la humanidad y, siempre, la importancia vital de la memoria y la imaginación para la salud moral del individuo.[31] Aunque ya no escribe con la «especie de mascarada fantástica» de los primeros libros de Navidad, uno de los objetivos principales de Dickens en estos números especiales puede aún describirse con las palabras de su prefacio general para «Canción de Navidad» y los cuentos sucesivos: «Despertar algunos pensamientos de afecto y tolerancia, nunca fuera de lugar en una tierra cristiana». Desde los primeros números, la idea de un narrador en primera persona parece ser primordial en la concepción de Dickens sobre cómo debe ser un especial navideño, y a mediados de los años sesenta del siglo XIX vieron la luz de esta forma algunos de sus grandes éxitos: Christopher, el camarero de «Somebody’s Luggage»; la señora Lirripier, de «La pensión de la señora Lirriper» y «La herencia de la señora Lirriper»; así como el doctor Marigold en «Dr Marigold’s Prescriptions».

Los Cuentos de Navidad, el nombre colectivo con que se conocen los relatos de Household Words y All The Year Round, en efecto ayudaron a perpetuar la asociación del público entre Dickens y la Navidad (curiosamente, esta festividad aparece en las novelas posteriores en un tono muy distinto, no festivo: lo atestiguan la tormentosa cena de Navidad del joven Pip en Grandes esperanzas y la desalentadora escena en Cloisterham de Edwin Drood que es, en apariencia, el marco de un asesinato horrible en particular). Pero, por encima de todo, lo que provocó que prosperara la idea de que Dickens era el oficiante principal de la Navidad fueron las multitudinarias lecturas públicas de «Canción de Navidad» entre 1853 y 1870, al principio con un motivo benéfico y más tarde ya profesionalizadas.[32] Philip Collins describe las lecturas de este cuento, que el autor fue acortando hasta llegar a sesiones de una hora y media, como «la quintaesencia de Dickens leyendo […] los mejores fragmentos de sus obras», y enumera no menos de ciento veintisiete lecturas públicas solo de este relato. El autor también incluyó en su repertorio algunos cuentos de Navidad posteriores, así como algunas novelas, pero «Canción de Navidad» permaneció como uno de los dos favoritos, junto con la escena del juicio de Pickwick. La lectura del relato se centraba en gran medida en las partes de los Cratchit, con la cena familiar de Navidad como apogeo (el baile de Fezziwig y la última escena del pasado de Scrooge fueron también muy apreciadas por el público en la versión final de las lecturas). La Ignorancia y la Carencia se excluyeron pronto (sin duda Dickens consideraba que eran criaturas demasiado propias de los años cuarenta) dejando así al Pequeño Tim como único, pero muy efectivo, foco de pathos. Han sobrevivido un gran número de testimonios que alaban la fuerza de las lecturas de «su bendito evangelio de la Navidad», como un admirador estadounidense denominó a «Canción de Navidad»:[33] «A diferencia de las demás lecturas —comenta Collins—, había en esta un elemento ritual, de afirmación religiosa».

No se sabe si John Ruskin asistió a alguna de estas lecturas. Aunque lo hubiera hecho, no hubiese cambiado su famoso veredicto de que la Navidad, para Dickens, no era más que «muérdago y budín, ni resurrección, ni aparición de nuevas estrellas, ni enseñanzas de hombres sabios, ni pastores».[34] Pero lo cierto es que la estrella, el ángel, los pastores y los hombres sabios aparecen en la descripción de la Natividad de Life of Our Lord, que escribió para uso doméstico y de sus hijos, y que permaneció inédito hasta 1934. Sin embargo, la forma en que presenta aquí a Jesús quizá tampoco sería aprobada por Ruskin. Dickens lo recrea como un niño muy humano, el hijo de José y María, que cuando crezca será tan bueno que Dios lo amará como si fuera su propio hijo «y enseñará a los hombres a quererse así entre ellos». Para Dickens, reacio a las discusiones teológicas tanto por temperamento como por ideas, Jesús constituía, más que nada, el mayor maestro y sanador que nunca hubiera existido. Fue él quien, como dice el Pequeño Tim, «hizo caminar a los mendigos cojos y ver a los ciegos», y sus milagros eran posibles gracias al poder que Dios le había conferido. Era la encarnación del bien, y para Dickens, lector devoto de Wordsworth, estamos más cerca de parecernos a Jesús cuando somos niños. Es esencial para nuestra salud moral y espiritual que nunca perdamos el contacto con nuestra infancia, «es bueno ser niño de cuando en cuando, y nunca mejor que en Navidad, cuando su todopoderoso Fundador también había sido un niño». Dickens escribió al reverendo David Macrae que sus libros de Navidad eran «imposibles por completo […] de ser separados de la ejemplificación de las virtudes cristianas y de la inculcación de los preceptos cristianos», añadiendo que en cada uno «hay algún sermón, siempre tomado de los labios de Cristo».[35] Sería difícil de ilustrar, creo, pero no hay duda del fuerte tono cristiano, además de las referencias explícitas a las Escrituras. Por lo menos un lector notable encontró una gran profundidad espiritual en ellos. Van Gogh contó a su hermano en la primavera de 1889 que había leído los libros de Navidad de Dickens, y añadió: «Contienen cosas tan profundas que uno los debería leer una y otra vez».[36] En efecto, contienen mucho más que «muérdago y budín».

En cuanto a la Navidad en concreto, el tema capital de Dickens, la importancia espiritual y moral de estas fechas como un momento para recordar nuestro pasado y las vidas y caracteres de nuestros seres queridos ya desaparecidos, va ligada al recuerdo más profundo de la vida y enseñanzas de Cristo, de quien se celebra el aniversario.

MICHAEL SLATER

2002

cap-2

Cronología

1812El 7 de febrero nace Charles John Huffam Dickens en Portsmouth, donde su padre trabaja como empleado de la oficina de pagos de la Armada Real. Es el primogénito de una familia de ocho hermanos, dos de los cuales murieron a temprana edad.

1817Después de ser destinado a Londres y Sheerness, y de cambiar con frecuencia de domicilio, John Dickens se establece en Chatham con su familia.

1821Asiste a la escuela local.

1822La familia regresa a Londres.

1824Su padre ingresa tres meses en la cárcel de deudores de Marshalsea. Durante ese período y algún tiempo después, Dickens trabaja en una fábrica de betunes, etiquetando botellas.

1825-7Reanuda los estudios en la Wellington House Academy, en Hampstead Road, Londres.

1827Trabaja como ayudante de un abogado.

1830-3Se enamora de Maria Beadnell.

1830Es admitido como lector en el Museo Británico.

1832Trabaja como periodista político después de estudiar taquigrafía. Se pierde una prueba de interpretación en Covent Garden a causa de una enfermedad.

1833Publica su primer cuento, «A Dinner at Poplar Walk», en el Monthly Magazine.

1834-5Aparecen otros cuentos y artículos en el Monthly Magazine y en otras publicaciones periódicas.

1834Empieza a trabajar como periodista en el Morning Chronicle.

1835Se compromete con Catherine Hogarth, hija del editor del Evening Chronicle.

1836Se publican la primera y la segunda entrega de Escenas de la vida de Londres por «Boz». Se casa con Catherine Hogarth. Conoce a John Forster, su consejero literario y futuro biógrafo. Se representan profesionalmente en Londres The Strange Gentleman, una farsa, y The Village Coquettes, una opereta pastoril.

1837-9 Dirige la publicación Bentley’s Miscellany.

1837Los papeles póstumos del Club Pickwick se publica en un único volumen (en entregas mensuales durante 1836 y 1837). Nace el primero de sus diez hijos. Muere Mary Hogarth, su cuñada.

1838Bentley’s Miscellany publica Oliver Twist en tres volúmenes (en entregas mensuales entre 1837 y 1839). Visita escuelas en Yorkshire como modelos de Dotheboys, la escuela a la que asistirá Nicholas Nickleby.

1839Se publica Nicholas Nickleby en un volumen (en entregas mensuales entre 1838 y 1839). Se muda al número 1 de Devonshire Terrace, en el Regents Park de Londres.

1841Declina la invitación de presentarse como candidato al Parlamento. Se publican, en volúmenes separados, La tienda de antigüedades y Barnaby Rudge después de aparecer por entregas semanales en Master Humphrey’s Clock entre 1840 y 1841. Se celebra, en su honor, una cena pública en Edimburgo.

1842Desde enero hasta junio realiza su primer viaje a Norteamérica, que narra en los dos volúmenes de Notas de América. Georgina Hogarth, su cuñada, se muda con la familia de forma permanente.

1843Imparte una conferencia sobre la prensa en la Sociedad de Impresores Retirados, seguida de otras a lo largo de su carrera en defensa de múltiples causas. En diciembre se publica «Canción de Navidad».

1844Se publica Las aventuras de Martin Chuzzlewit en un volumen (en entregas mensuales durante 1843 y 1844). Viaja con su familia a Italia, Suiza y Francia. Dickens vuelve a Londres por poco tiempo para leer «Las campanas» a un amigo antes de que se publique en diciembre.

1845Regresa de Italia con su familia. En Navidad se publica «El Grillo del Hogar». Escribe un «Fragmento autobiográfico» (?1845-1846), que no sale a la luz hasta la publicación de The Life of Charles Dickens de Forster (tres volúmenes, 1872-1874), donde se incluye.

1846Es nombrado editor jefe del Daily News, pero renuncia al cargo después de diecisiete números. Se publica Estampas de Italia. Viaja con su familia a Suiza y París. En Navidad se publica «La batalla de la vida».

1847Vuelve a Londres. Participa en la fundación y en la puesta en marcha de un hogar para mujeres sin techo de la señora Burdett Coutts.

1848Se publica en un solo volumen Dombey e hijo (en entregas mensuales entre 1846 y 1848). Organiza y actúa en representaciones teatrales benéficas, de Las alegres casadas de Windsor de William Shakespeare y Every Man in His Humour de Ben Jonson, en Londres y otras ciudades. En Navidad se publica «El hechizado».

1850Household Words, un periódico semanal «Dirigido por Charles Dickens», nace en marzo y sigue en funcionamiento hasta 1859. Pronuncia un discurso en la primera reunión de la Asociación Sanitaria Metropolitana. Se publica David Copperfield en un volumen (en entregas mensuales entre 1849 y 1850).

1851Mueren su padre y su hija recién nacida. Más actividades teatrales en ayuda del Gremio de Arte y Literatura, entre ellas, una representación ante la reina Victoria. A Child’s History of England se publica por entregas en Household Words en tres volúmenes (1852, 1853, 1854). La familia se muda a la Tavistock House, en Tavistock Square, Londres.

1853Se publica en un volumen La Casa lúgubre (en entregas mensuales entre 1852 y 1853). Dickens organiza por primera vez lecturas públicas (de «Canción de Navidad») para la beneficencia.

1854Visita Preston, Lancashire, para observar la agitación de los obreros. Tiempos difíciles aparece por entregas semanales en Household Words y se publica en formato de libro.

1855Conferencia a favor de la Asociación para la Reforma Administrativa. Encuentro decepcionante con la ahora casada Maria Beadnell.

1856Compra la casa de campo Gad’s Hill Place, cerca de Rochester.

1857Se publica en un volumen La pequeña Dorrit (en entregas mensuales entre 1855 y 1857). Actúa en el melodrama Profundidades heladas de Wilkie Collins y se enamora de la joven actriz Ellen Ternan. Aparece The Lazy Tour of Two Idle Apprentices en Household Words relato escrito con Wilkie Collins sobre unas vacaciones en Cumberland.

1858Publica Reprinted Pieces (artículos de Household Words). Se separa de su mujer, y aparece una declaración en esa publicación. Organiza la primera lectura pública para su propio beneficio en Londres, y hace una gira por la provincia. Su cuñada Georgina asume la administración de la casa de Dickens.

1859Nace All the Year Round, un periódico semanal de nuevo «Dirigido por Charles Dickens». Historia de dos ciudades, ambas publicadas por entregas mensuales en All the Year Round, aparecen en un volumen.

1860Vende la casa de Londres y se muda con la familia a Gad’s Hill.

1861Grandes esperanzas se publica en tres volúmenes después de aparecer semanalmente en All the Year Round (1860-1861). Publica The Uncommercial Traveller (artículos de All the Year Round); aparece una edición ampliada en 1868. Más lecturas públicas entre 1861 y 1863.

1863Mueren su madre y su hijo Walter, en la India. Se reconcilia con Thackeray, con quien se había peleado poco antes de la muerte de su hijo. Publica «La pensión de la señora Lirriper» en el número especial de Navidad de All the Year Round.

1865Se publica en dos volúmenes Nuestro amigo común (en entregas mensuales entre 1864 y 1865). Dickens queda bastante afectado tras sufrir un accidente de tren en Staplehurst, Kent, cuando volvía de Francia con Ellen Ternan y su madre.

1866Empieza otra tanda de lecturas. Compra una casa en Slough para Ellen. Aparece «Mugby Junction» en el número especial de Navidad de All the Year Round.

1867Ellen se muda a Peckham. Viaja por segunda vez a América. Ofrece lecturas en Boston, Nueva York y Washington, entre otras ciudades, a pesar de su cada vez más deteriorada salud. Aparece «La declaración de Georg Silverman» en el Atlantic Monthly, y en 1868 en All the Year Round.

1868Vuelve a Inglaterra. Ahora las lecturas incluyen el sensacional episodio de Sikes y Nancy de Oliver Twist. Su salud empeora.

1870Más lecturas en Londres. El misterio de Edwin Drood se publica en seis entregas, y se intenta completar en doce. Muere el 9 de junio, después de un infarto, en Gad’s Hill, a la edad de cincuenta y ocho años. Lo entierran en la abadía de Westminster.

cap-3

CUENTOS DE NAVIDAD

cap-3

Con cariño, a la memoria de Michael Trayler,
fundador de Wordsworth Editions

cap-3

PREFACIO DEL AUTOR

El reducido espacio en el que fue preciso confinar estos cuentos de Navidad, en su publicación original, hizo de su elaboración una tarea de cierta dificultad, y prácticamente exigió lo que es peculiar de su engranaje. Nunca fue mi intención recrearme al detalle en la descripción de los personajes dentro de esos límites, con la convicción de que no podría conseguirlo. Mi propósito era, en una especie de mascarada fantástica con el buen humor que la época del año justificaba, despertar algunos pensamientos de afecto y tolerancia, si bien estos nunca llegan a destiempo en una tierra cristiana.

CHARLES DICKENS

cap-4

Canción de Navidad

En prosa

Cuento navideño de espectros

cap-5

PREFACIO DEL AUTOR A «CANCIÓN DE NAVIDAD»

Con este relato fantasmal he tratado de evocar el espectro de una idea que no deberá contrariar a mis lectores ni enemistarlos con otros, con estas fiestas o conmigo. Confío en que frecuente gratamente sus hogares y que nadie sienta el deseo de conjurarlo.

Su leal amigo y servidor,

CHARLES DICKENS

Diciembre de 1843

cap-6

PRIMERA ESTROFA

EL FANTASMA DE MARLEY

Para empezar, Marley estaba muerto. De eso no cabía la menor duda. En el acta de defunción figuraban las rúbricas del clérigo, el secretario, el director de la funeraria y la persona que presidía el duelo. También la de Scrooge. Y su nombre bastaba para validar en el Mercado de Valores todo cuanto deseara emprender. El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.

Pero ¡cuidado!, con esto no pretendo decir que sepa por experiencia propia qué hay de especialmente muerto en el clavo de una puerta. Podría haber optado por considerar un clavo de un ataúd como el artículo más muerto de una ferretería, pero el símil entraña la sabiduría de nuestros antepasados, y no serán mis manos impías las que la profanen, o desaparecería el país. Habrán de permitirme, por consiguiente, que insista en que Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta.

¿Sabía Scrooge que aquel estaba muerto? Por supuesto. ¿Cómo podría haberlo ignorado? Scrooge y él habían sido socios durante no sé cuántos años. Scrooge era su único albacea, su único administrador, su único cesionario, su único legatario, su único amigo, y el único que lloró su muerte. Pero ni siquiera Scrooge se sintió tan afligido por el luctuoso suceso como para dejar de ser un brillante hombre de negocios el mismo día del funeral y solemnizarlo con un ventajoso trato.

La mención del entierro de Marley me lleva de vuelta al punto en el que empecé. No cabe duda de que Marley estaba muerto. Es algo que debemos comprender con total claridad, pues de lo contrario nada habría de extraordinario en la historia que me dispongo a relatar. Si no estuviésemos plenamente convencidos de que el padre de Hamlet había muerto antes del inicio del drama, nada habría en su paseo nocturno por las murallas, con viento de levante, más singular de lo que habría en cualquier otro lugar expuesto al viento —el cementerio de San Pablo, pongamos por caso— para sobresaltar el débil espíritu de su hijo.

Scrooge nunca borró el apellido del viejo Marley. Allí seguía años después, sobre la puerta del almacén: «Scrooge y Marley». Por tal nombre era conocida la firma. Los no familiarizados con ella unas veces se dirigían a Scrooge como Scrooge y otras como Marley, pero él respondía en ambos casos. Le era indiferente.

¡Ay, pero Scrooge era un avaro incorregible! ¡Un viejo pecador que en su insaciable codicia extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, rebañaba y arrebataba! Era duro e incisivo como el pedernal, del que ningún acero había conseguido nunca arrancar una chispa de generosidad; reservado, hermético y solitario como una ostra. El frío que albergaba en su interior helaba sus ajadas facciones, afilaba su puntiaguda nariz, acartonaba sus mejillas y envaraba su paso; le enrojecía los ojos, le amorataba los finos labios, y se delataba astutamente en su áspera voz. Una gélida escarcha cubría su cabeza, sus cejas y su tenso mentón. Siempre llevaba consigo su gélida temperatura, que congelaba su despacho los días de canícula y que nunca ascendía un solo grado por Navidad.

El calor y el frío exteriores apenas influían en Scrooge. No había calor que pudiera templarlo ni frío glacial que pudiera estremecerlo. No había viento más implacable que él, ni nevada más pertinaz ante un propósito, ni aguacero más sordo a una súplica. Las peores inclemencias del tiempo no habrían sabido abordarlo. La lluvia más feroz, la nieve, el granizo y la cellisca habrían podido presumir de aventajarlo en un solo aspecto. Con frecuencia, todos ellos «llegaban» de forma generosa, mientras que Scrooge jamás lo hacía.

Nadie le abordaba nunca en la calle para preguntarle con gesto alegre: «Mi querido Scrooge, ¿cómo se encuentra? ¿Cuándo irá a visitarme?». Ningún mendigo le imploraba una mísera limosna, ningún niño le pedía la hora, ningún hombre ni ninguna mujer le habían preguntado en toda su vida por dónde se iba a tal o cual sitio. Incluso los perros lazarillos parecían conocerle, y, cuando le veían acercarse, tiraban de sus dueños hacia portales o patios, y después meneaban la cola como diciendo: «¡Es preferible no tener ojos a recibir un mal de ojo, amo invidente!».

Pero ¡qué le importaba a Scrooge! Eso era precisamente lo que le gustaba. Abrirse paso por los atestados senderos de la vida, asegurándose de ahuyentar todo gesto de simpatía humana, era lo que quienes conocían a Scrooge afirmaban que le deleitaba.

Cierto día —de todos los días buenos del año, el de Nochebuena—, el viejo Scrooge se hallaba trabajando en su contaduría. El tiempo era frío y desapacible, además de neblinoso. Scrooge alcanzaba a oír a la gente que había fuera, en el callejón, correteando jadeante de un lado al otro, dándose palmadas en el pecho y pisoteando las losas del suelo para entrar en calor. Los relojes de la ciudad apenas acababan de dar las tres, pero ya casi había oscurecido —la luz había sido muy pobre todo el día— y se veían velas encendidas en las ventanas de las oficinas aledañas, como manchas rojizas en el aire denso y lúgubre. La niebla se colaba hasta por la última rendija y por el ojo de la última cerradura, y era tan espesa que, aunque el callejón era de los más angostos, las casas de enfrente parecían meros fantasmas. La escena de aquella tétrica nube abatiéndose y oscureciéndolo todo invitaba a pensar que la naturaleza habitaba por allí cerca y crecía a gran escala.

Scrooge tenía abierta la puerta del despacho para vigilar en todo momento a su escribiente, que copiaba cartas en una pequeña y deprimente estancia contigua a la suya, una especie de celda. La lumbre de Scrooge era pobre, pero la del escribiente lo era tanto más que incluso parecía reducirse a una sola ascua; pero no podía alimentarla, pues Scrooge guardaba la caja del carbón en su estancia, y en cuanto apareciera con la pala en la mano, sin duda el patrono pronosticaría que iba a ser necesario prescindir de sus servicios. Razón por la que el escribiente se arropaba con su bufanda blanca e intentaba calentarse con la vela, empeño en el que, no siendo un hombre de gran imaginación, fracasaba.

—¡Feliz Navidad, tío! ¡Dios le guarde! —exclamó una voz alegre. Era la voz del sobrino de Scrooge, que se acercó a él tan raudo que solo entonces se apercibió de su presencia.

—¡Bah! —repuso Scrooge—. ¡Paparruchas!

El sobrino de Scrooge había caminado a paso tan ligero por entre la niebla y la escarcha que parecía acalorado; tenía el rostro rubicundo y agraciado, sus ojos chispeaban y su aliento se condensaba en vaho.

—¡Tío! ¿Paparruchas, la Navidad? —se sorprendió el sobrino de Scrooge—. Estoy seguro de que en realidad no lo cree.

—¡Por supuesto que sí! —contestó Scrooge—. ¡Feliz Navidad! ¿Qué derecho tienes a sentirte feliz? ¿Qué motivo tienes para sentirte feliz, siendo pobre como eres?

—¡Vamos, vamos! —replicó el sobrino, jovial—. ¿Qué derecho tiene usted para ser tan taciturno? ¿Qué motivo tiene para ser tan arisco, siendo rico como es?

No ocurriéndosele mejor respuesta en ese momento, Scrooge volvió a decir «¡Bah!», y de nuevo añadió «¡Paparruchas!».

—¡No esté de tan mal humor, tío! —dijo el sobrino.

—¿Cómo no voy a estarlo —repuso el tío— cuando vivo en un mundo de necios como este? ¡Feliz Navidad…! ¡Basta ya de feliz Navidad! ¿Qué son las navidades sino una época de pagar facturas sin disponer de dinero, una época para verse un año más viejo y ni una hora más rico, una época para hacer balance de cuentas y descubrir que todas y cada una de las entradas de los libros de los doce meses anteriores son negativas? Si pudiera imponer mi voluntad —prosiguió Scrooge con indignación—, todos esos idiotas que van por ahí con el «¡Feliz Navidad!» en la boca acabarían en una cazuela y después enterrados con una estaca de acebo clavada en el corazón. ¡Así acabarían!

—¡Tío! —suplicó el sobrino.

—¡Sobrino! —replicó el tío con aire adusto—. Celebra la Navidad a tu manera, y permíteme que yo lo haga a la mía.

—¡Celebrarla! —repitió el sobrino de Scrooge—. Pero usted no la celebra.

—Pues permíteme que la obvie —dijo Scrooge—. ¡Que te resulte provechosa! ¡Gran provecho te ha hecho ya!

—Creo que hay muchas cosas que me habrían resultado provechosas, de las que sin embargo nunca he sabido beneficiarme —respondió el sobrino—, como la Navidad. Aunque estoy seguro de que, cuando llegan las navidades, aparte de la veneración debida a su nombre y origen sagrados, si es que puede dejarse aparte algo de ellas, siempre las he considerado unas fechas buenas, un tiempo agradable de amabilidad, de perdón y de caridad, el único tiempo que conozco, en el largo almanaque del año, en que los hombres y las mujeres parecen convenir en abrir sus cerrados corazones y tratar a los más humildes como auténticos compañeros de viaje hacia la tumba, y no como a una especie diferente de criaturas embarcadas en otros periplos. Por tanto, tío, aunque nunca haya reportado a mis bolsillos ni un ápice de oro o plata, creo que me ha hecho y que me hará provecho, y por eso digo ¡bendita sea!

El escribiente aplaudió de forma espontánea en su cubículo. Consciente de inmediato de la impropiedad de su conducta, atizó el fuego y apagó así sin remedio el último y débil rescoldo.

—Si vuelvo a oír otro ruido procedente de ahí —dijo Scrooge—, ¡celebrará la Navidad perdiendo su empleo! Eres un convincente orador, caballero —agregó, volviéndose hacia su sobrino—. Me pregunto cómo es que no estás en el Parlamento.

—No se enoje, tío. ¡Vamos! Venga a cenar con nosotros mañana.

Scrooge le dijo que le vería en el in… Sí, eso fue lo que le dijo. Concluyó la expresión, y añadió que antes le vería en tal extremo.

—Pero ¿por qué? —vociferó el sobrino de Scrooge—. ¿Por qué?

—¿Por qué te casaste tú? —preguntó Scrooge.

—Porque me enamoré.

—¡Porque te enamoraste! —gruñó Scrooge, como si aquella fuera la única cosa en el mundo más ridícula que una feliz Navidad—. ¡Buenas tardes! —dijo Scrooge.

—Pero, tío, usted nunca fue a visitarme antes de que eso ocurriera. ¿Por qué lo esgrime ahora como motivo para no hacerlo?

—Buenas tardes —repitió Scrooge.

—No quiero nada de usted, no le pido nada. ¿Por qué no podemos ser amigos?

—¡Buenas tardes! —insistió Scrooge.

—Lamento de todo corazón verle tan obcecado. Nunca hemos discutido por mi culpa. Lo he intentado en honor a la Navidad, y conservaré mi espíritu navideño hasta el final. De modo que ¡feliz Navidad, tío!

—Buenas tardes —repuso Scrooge.

—¡Y feliz Año Nuevo!

—¡Buenas tardes! —zanjó Scrooge.

Pese a ello, su sobrino salió de la estancia sin pronunciar una sola palabra airada. Se detuvo junto a la puerta para transmitirle sus buenos deseos al escribiente, quien, pese a estar aterido, no se mostró tan gélido como Scrooge, pues le correspondió cordialmente.

—Otro que tal —musitó Scrooge, que le había oído—: mi escribiente, con quince chelines a la semana, esposa e hijos, hablando de la feliz Navidad. ¡Estoy por pedir que me internen en el manicomio de Bedlam!

Al despedir al sobrino de Scrooge, aquel demente había dejado entrar a otras dos personas. Eran dos caballeros corpulentos, de porte afable, que se apostaron en el despacho de Scrooge con la cabeza descubierta. Llevaban libros y documentos, y le saludaron con una leve reverencia.

—Scrooge y Marley, supongo —dijo uno de los caballeros mientras consultaba un listado—. ¿Tengo el placer de dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley?

—El señor Marley lleva siete años muerto —respondió Scrooge—. Murió hace siete años, precisamente una noche como esta.

—No dudamos de que su generosidad seguirá bien encarnada en el socio que le ha sobrevivido —repuso el caballero al tiempo que le tendía un documento acreditativo.

Y, en efecto, así era, pues ambos habían sido como dos almas gemelas. Scrooge frunció el entrecejo ante la ominosa palabra «generosidad»; acto seguido, sacudió la cabeza y le devolvió el documento.

—En esta época festiva del año, señor Scrooge —prosiguió el caballero mientras tomaba una pluma—, es más deseable que nunca que prestemos alguna ayuda a los pobres y a los indigentes, que tanto están sufriendo en estos tiempos. Se cuentan por miles los que carecen de lo indispensable; son centenares de miles los que precisan un mínimo alivio.

—¿Acaso no hay ya cárceles? —preguntó Scrooge.

—Sí, muchas —conte

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