Cuentos de Navidad

Charles Dickens

Fragmento

cap-1

INTRODUCCIÓN

Una de las anécdotas favoritas de los biógrafos de Dickens es la que recogió por primera vez Theodore Watts-Dunton, después de oír el 9 de junio de 1870 que una niña de un puesto ambulante preguntaba: «¿Dickens ha muerto? Entonces, ¿Papá Noel también morirá?».[1] Esta asociación entre el escritor y la Navidad, profundamente arraigada en la cultura anglosajona, nació cuando él todavía era joven, poco menos de un mes después de cumplir los treinta y dos años, aunque ya había ascendido hasta convertirse en el novelista predilecto de Inglaterra. Todo empezó a finales de diciembre de 1836 con «Un bienhumorado capítulo navideño», la décima entrega de Los papeles póstumos del Club Pickwick, pero el «éxito prodigioso», en palabras de Dickens («el mayor, creo, que he conseguido nunca»),[2] le llegó con su primer «libro de Navidad»: «Canción de Navidad. En prosa. Cuento navideño de espectros». Publicado por primera vez el 17 de diciembre de 1843, consiguió vender más de cinco mil ejemplares antes de Nochebuena, y sus editores, Chapman & Hall, planeaban ya la primera de muchas reimpresiones. Después de ese glorioso debut, «Canción de Navidad» nunca se ha dejado de reimprimir, acostumbra a estar disponible en varias ediciones diferentes y se ha convertido en un elemento más de la Navidad angloamericana, junto con el acebo, el muérdago, los árboles de Navidad y los Christmas crackers. El gran impacto que ha causado esta narración en los últimos ciento sesenta años no se ha producido solo a través del papel; en Lives and Times of Ebenezer Scrooge,[3] Paul David nos ofrece una visión global y esclarecedora de la compleja historia de esta obra, a la que se refiere como «texto cultural», y analiza el sinfín de modificaciones y cambios a que se ha visto sometido el original de Dickens en las numerosas adaptaciones teatrales y cinematográficas británicas y estadounidenses que han proliferado a lo largo de los años, cada una con sus particularidades, que en efecto responden a la evolución de las condiciones y las aspiraciones sociales de ambos lados del Atlántico.

Lo que Philip Collins ha descrito como el «estatus institucional» de «Canción de Navidad» ayuda a mantener la creencia popular de que Dickens es poco menos que el creador de la Navidad inglesa.[4] Es cierto que tuvo una influencia extraordinaria, principalmente como resultado de la tremenda y perenne popularidad de «Canción de Navidad», pues impulsó la incipiente recuperación de las celebraciones navideñas tradicionales de Gran Bretaña durante los años treinta y cuarenta del siglo XIX. Este impulso supuso que el concepto cristiano de caridad cobrara una importancia capital. El editorial del Pictorical Times del 23 de diciembre de 1843 (titulado «The Merriest Christmas to All») demuestra que Dickens no era el único en concederle tanta importancia:

En esta época alegre de comidas y caras sonrientes, conviene, a los que tienen el honor de disfrutar plenamente de este júbilo, pensar en los pobres, en los pobres que, sin nuestra ayuda, no podrían encontrar regocijo. Mientras el fuego arde en nuestro hogar, y la mesa está generosamente dispuesta, dediquemos un pensamiento a los pobres en sus frías chozas con la mesa vacía, y a los que son todavía más miserables, en los sin techo que vagan por las calles.

Sin duda, podríamos encontrar un gran número de editoriales de la época que exhortaban a los lectores en ese sentido (se acababa de superar la Gran hambruna irlandesa, 1845-1849, un período de grandes dificultades económicas y sufrimiento generalizado) y con seguridad muchas incluían también un sermón de Navidad. En su primer número navideño (1841), la revista Punch publicó un artículo del dramaturgo y periodista liberal radical Douglas Jerrold, amigo de Dickens, titulado «How Mr. Chokepear Kept a Merry Christmas», en el cual un próspero vendedor celebra la «Navidad de la barriga», dándose banquetes y festejando mientras ignora a los pobres que le ruegan caridad. Jerrold insta a sus lectores a celebrar «la Navidad del corazón» y a «Dar, dar». Este mensaje también podía encontrarse en la primera tarjeta de felicitación navideña, que se envió en el mismo año en el que apareció «Canción de Navidad». Diseñada por John Calcott Horsley, miembro de la Royal Academy, para Henry Cole (después sir Henry, fundador y primer director del Museo de Victoria y Alberto), tenía forma de tríptico, y la escena central mostraba la celebración de una familia de apariencia acomodada que brindaba hacia el lector con copas colmadas de vino, y, en los laterales, las consignas de caridad «Vestir al desnudo» y «Alimentar al hambriento». Pero el cuento de hadas moderno de Dickens sobre Scrooge y los Cratchit, con su marcado, aunque en absoluto sectario, cariz cristiano, tuvo un impacto que ningún editorial, ningún periodista satíricomoralizante, ningún predicador o ningún diseñador de tarjetas hubieran podido alcanzar nunca (pues ni los editoriales ni los sermones se escenificaban[5] ante miles de personas que o no leían los periódicos o bien simplemente no eran capaces de ello, y que raras veces, o tal vez nunca, habían escuchado un sermón). El auto-proclamado «Crítico Laureado» de Dickens, Lord Jeffrey, le escribió:

Bendito sea tu buen corazón […], puedes estar seguro de haber hecho más favor con esta pequeña publicación, pues entraña mejores sentimientos e incita a actos más positivos de beneficencia, que el que se ha predicado desde los púlpitos y confesionarios de la cristiandad desde la Navidad de 1842.[6]

Las primeras reseñas de «Canción de Navidad» también pusieron de relieve la humanidad del libro, sus «ideas beneficiosas» y la compasión por los que sufren «las verdaderas penurias acuciantes de la vida». Thackeray afirmó que supuso «un beneficio nacional, y un bien personal para todo hombre y mujer que lo lea».[7]

La recuperación del interés por las tradiciones navideñas que nació entre los literatos durante los años veinte y treinta del siglo XIX no surgió por el anhelo de promover el ejercicio de la caridad cristiana. Se debía más bien al creciente gusto por lo pintoresco y a la nostalgia que los tories sentían por aquellos «viejos tiempos» en que la sociedad era más sólida, se respetaban las jerarquías y existía una supuesta armonía de clases. Robert Southey, el «Poeta Laureado», había declarado en 1807: «Todo el mundo afirma cuán diferente era esta fiesta en la época de sus padres, y hablan de las antiguas ceremonias y celebraciones como de algo obsoleto».[8] Un año después apareció la famosa evocación de Scott, en su introducción al canto sexto del Marmion, a las «antiguas» festividades navideñas, y describe el palacio del barón con la cabeza de jabalí, los pasteles navideños, el leño de Navidad y los «villancicos entonados con entusiasta algarabía». Esta imagen hizo mella en el imaginario de muchos de sus miles de lectores y seguía manteniendo su vigor treinta años después, cuando el buen amigo de Dickens, Daniel Maclise, recreó la escena en el cuadro de grandes dimensiones Merry Christmas in the Baron’s Hall,[9] en el que aparece el barón, su familia y, como en el verso de Scott, «vasallos, capataces, siervos y todos los demás» celebrando juntos la festividad. Mientras ta

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