La mirada inconformista

Manuel Vázquez Montalbán

Fragmento

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UNA VIDA EN LA PRENSA

Manuel Vázquez Montalbán trabajó como periodista durante más de cuarenta años. Cuando la muerte le atrapó en el aeropuerto de Bangkok, en octubre de 2003, estaba en uno de los momentos más intensos e importantes de su carrera como columnista. Libraba una lucha enconada desde la caída del muro de Berlín, en 1989, contra la progresiva instauración globalizada de un pensamiento económico y social basado en el enaltecimiento de los principios del capitalismo, el neoliberalismo.

Por poco que observemos nuestra realidad, la lucha por las ideas sigue dando las mismas señales de alarma que entonces, si no peores. Las posiciones socialdemócratas, europeístas y/o democráticas continúan en retroceso en un momento en el que se desvanece el diálogo y el razonamiento en la política, frente al giro hacia la irracionalidad que ha provocado el auge de las identidades nacionales, los localismos y la aversión al otro.

Vázquez Montalbán era muy consciente de la importancia de defender la igualdad social que la izquierda había inyectado en el tejido social a lo largo del siglo XX en Europa. Una forma de racionalidad social basada en el reparto del bienestar. Cuando se repasa su trabajo en los periódicos durante los últimos quince años de su vida se observa una deriva clara hacia los asuntos de política internacional. En esos últimos años publicó tres o cuatro artículos largos por semana entre el diario Avui y El País, además del semanario Interviú. También por entonces arrancó con la publicación de artículos sindicados en la prensa internacional, por ejemplo en La Repubblica de Roma, La Jornada de Ciudad de México o Página12 de Buenos Aires.

La selección de artículos que se presenta en este volumen muestra cómo el trabajo del periodista y del intelectual se proyecta hacia el siglo XXI. El que fue un testigo excepcional de la evolución social y política española en la segunda mitad del siglo XX, profundizó en los cambios geopolíticos y en la lucha global por las ideas contra el neoliberalismo para cumplir con uno de los deberes esenciales del periodismo: ponernos ante nuestros fantasmas, incluso los que llevamos dentro. Por ejemplo, cuándo y cómo practicamos esa xenofobia que nos habita y nos suele pasar inadvertida. Esa que nos hace sentir mejores y desear que ese balneario llamado Europa se defienda de la miseria con torres, vallas electrificadas y reflectores como si la miseria no formara ya parte de nosotros mismos. O cómo la intolerancia, la desactivación de las conciencias y la desmemoria anticipan desde hace tiempo la reaparición del fascismo que observamos hoy entre nosotros.

En este volumen se reproducen 122 artículos que no se reducen solo a estos últimos años, pero el orden de los artículos —empezando por los más recientes y yendo hacia atrás—, además del sentido de las reflexiones seleccionadas, pretenden llamar la atención sobre las señales de humo que nos afectan hoy aunque llevan años encendidas, al menos a ojos de uno de los observadores más lúcidos del periodismo en España.

El lector encontrará los artículos agrupados en las mismas secciones que organizan un diario. Aunque no haya una portada específica, las secciones se suceden según el canon de la profesión: Internacional, Nacional, Cataluña… etcétera, y alcanzan a Cultura, Deportes e incluso al Obituario. Una muestra de la mirada inconformista y crítica que mantiene Vázquez Montalbán ante los acontecimientos a lo largo de su carrera en la prensa, siempre en defensa de la racionalidad, la justicia y la memoria que caracterizó a uno de los pensadores más influyentes por su lucidez y por la capacidad de renovar el lenguaje a lo largo de cuatro décadas de trabajo en los periódicos. Por supuesto, a Vázquez Montalbán se le reconoce también como el creador de Pepe Carvalho, y por ende como uno de los pioneros de la novela negra en España, además de gourmet, poeta y culé heterodoxo, un aficionado al fútbol nada chillón sino más bien contenido, racional y doliente, que siempre defendió ese deporte como una batalla simbólica en la que puedes morir o vencer cada semana.

Tras este conjunto de identidades, como es sabido, habitaba un perdedor de la Guerra Civil, nacido en 1939 en el barrio Chino de Barcelona en una familia abocada a la pobreza. Creció en la larga posguerra del racionamiento y la moral nacional católica franquista. Entre las entretelas del régimen consiguió el carnet de periodista en 1960 y se alimentó de un puñado de lecturas prohibidas que le acabaron de perfilar una aguda sensibilidad en detectar los peligros que amenazan con desmembrar a una sociedad. Por ejemplo, la falta de libertad: estuvo en la cárcel como preso político durante un año y medio a partir de junio de 1962. O las diferencias económicas estructurales provocadas por el capitalismo de concesiones públicas y sin apenas regulación que conoció bajo el franquismo, una serie de contradicciones políticas que le acercaron al marxismo y a la militancia clandestina en el PSUC desde muy joven, una conciencia política que mantuvo toda su vida.

Fue así como se consolidó en la prensa, en los años sesenta, en una especie de alianza entre la lucidez intelectual y las propias convicciones que poco a poco cristalizó en el periodismo, una actividad en la que debutó mientras todavía estudiaba románicas, con apenas veintiún años, en 1960. Tuvo que sortear los controles a los que estaba sometida la información durante el tardofranquismo. Tras el debut en la prensa falangista en 1960 y el aludido paso por la cárcel, su primera dedicación a la información se da en el semanario Siglo20 (1965) y en Triunfo (1969-1978). Luego llegaron las primeras columnas, ya fuese en Tele/eXpres (1970-1973) o en la famosa «Capilla Sixtina» (1972-1978), de nuevo en Triunfo, con la que se convirtió en un periodista famoso cuya presencia se multiplicó a lo largo de los setenta y todavía más en la Transición, cuando usó diversas firmas, voces y cabeceras gracias a una asombrosa capacidad de trabajo.

Defendió informar a través del humor en Por Favor (1974-1978) y trató en diversas ocasiones de encabezar un proyecto periodístico de izquierdas, que no cuajó ni en Arreu (1976-1977) ni en La Calle (1978-1982). Estuvo en el estreno de Interviú (1976) y de El Periódico de Catalunya (1978), y ya nunca abandonaría la prensa porque, además de convertirse en un modo de vida, le permitió participar de forma permanente en la vida pública y llamar la atención a sus conciudadanos sobre las grietas donde podría quebrarse la memoria, la igualdad o el equilibrio entre los bloques.

Tras ganar el premio Planeta en 1979 y consolidarse como escritor de éxito, su presencia pública se transformó. Dio el salto a El País en 1984, para lo que tuvo que renunciar al destacado papel como columnista que había alcanzado en Interviú y El Periódico de Catalunya. No abandonaría el que era entonces el diario de referencia de la joven democracia española, el lugar a partir del que su columnismo alcanzaría la máxima expresión. Progresivamente, su éxito le permitió ir dejando el trabajo diario en las redacciones y concentrarse en su obra de ficción. Eso no supuso, sin embargo, ningún adocenamiento. Al revés. En poco tiempo recuperó la página semanal

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