Cherry

Nico Walker

Fragmento

cap-0bis

PRÓLOGO

Emily ha ido a darse una ducha. El cuarto está medio a oscuras y yo me estoy vistiendo, buscando una camisa que no esté manchada de sangre, sin suerte. Los calzoncillos también están hechos un asco; quemaduras de cigarrillo en la entrepierna. Todo muy heroin chic, como si ya fuese famoso.

Voy abajo. Livinia se ha meado en el salón. Hay un charco de pis.

—Livinia, hostias —le digo, pero en voz tan baja que no me oye. Es buena perra, solo que lo hemos hecho con el culo educándola.

Cojo el papel de cocina y un espray. Hay un paquete de Pall Mall en la encimera. Lo agito para sacar uno y me lo enciendo en el fogón de la cocina. Echo un vistazo a las jeringuillas del armario. Están todas con sangre incrustada y torcidas, como instrumentos de tortura. Y hay dos tiras de nailon en el armario, y una caja de bastoncillos de algodón, una báscula digital, dos cucharas con algodones viejos. Las agujas de las jeringuillas se han quedado sin punta, pero habrá que apañarse. Emily tiene que estar en el colegio a las diez, así que tenemos el tiempo justo. No hay tiempo de comprar jeringuillas nuevas hasta después. Son las nueve menos veinte, pero creo que nos dará tiempo. Hoy Black debería llegar puntual, y nos va a traer algo, así que no me preocupa. Empapo el pis en papel de cocina. Limpio la zona con desinfectante, tiro los papeles a la basura.

Black aparca en el camino de entrada, le abro la puerta lateral. Me pasa una pistola del 45 envuelta en un trapo azul.

—Déjame pillar otro gramo —le digo.

Él dice que vale.

—Con este serán setecientos veinte.

—Sin problema.

Le dejo la báscula, y él se pone a pesar un gramo.

—Ayer había tres de menos.

Lo sabe. Pero no dice nada. Así hacen las cosas: te astillan, saben que te astillan, pero luego hacen como si fueras tú el que está tarado.

—¿Recuerdas que te llamé?

Se acuerda. Pero tiene que complicar las cosas porque para eso es un camello.

Le digo:

—Venga. No te ralles. Me dijiste lo que te debía como si estuviese todo. Y no es que no te vaya a pagar ya pronto.

Dice que vale.

Me acerco a las escaleras y llamo a Emily.

—Eh, cariño. Está aquí Black. Baja y métete un poco conmigo.

Emily dice que baja enseguida.

Reparto la heroína y preparo cucharas limpias: una para mí, una para mi chica. Lleno un vaso con agua y cojo un poco con una jeringuilla. Saco el agua a presión para deshacer cualquier coágulo de sangre que haya en la aguja. Cojo un poco más y la echo en la cuchara. Oigo a Emily por las escaleras, disuelvo la heroína en el agua y me acerco a la cocina. Emily le dice hola a Black. Black dice hola también.

—Ahí está la tuya, en la encimera.

—Gracias, cariño.

Enciendo el fuego y caliento el pico en la llama hasta que se empieza a oír un soplido, entonces lo aparto. Emily ha preparado una bolita de algodón para mí. Sabe que lo necesito ya. Tiene el pelo todavía mojado. Cojo el algodón y lo coloco en la cuchara. Se pone oscuro y se hincha. Pillo el pico a través del algodón y saco el aire de la jeringuilla. Lo que queda dentro se ve muy oscuro.

—¿Te vas a meter toda tu parte ya? —pregunta Emily.

—Mmm…

—¿Estás seguro de que es buena idea, cariño?

—No pasa nada. Si no me voy a volver a meter enseguida, no veo que haya problema.

Duele un poco más de lo normal cuando la aguja está así de despuntada. A veces cuesta acertar una vena. Pero pillo una sin problemas, y eso es buena señal. Va a ser un buen día.

Me chuto.

El sabor es lo primero; luego viene la ráfaga. Y está todo bien, el calor me baña de arriba abajo. Hasta que el sabor se vuelve más fuerte que de costumbre, tan fuerte que dan ganas de vomitar. Y entonces lo entiendo: que he estado siempre muerto, con los oídos silbándome.

Estoy en el suelo de la cocina y me noto los huevos helados.

Tengo a Emily encima.

—Venga.

Levanto la cabeza. Miro a Emily. Miro a Black. Black está apoyado en la encimera. Me quiero reír en su cara, pero no puedo.

Emily tiene las manos frías.

—¡Dime algo!

Tengo los pantalones desabrochados y cubitos de hielo en los calzoncillos.

—¿Me has metido cubitos de hielo en los calzoncillos?

—Creía que te morías.

—Aún es pronto.

Veo que está a punto de llorar.

—Lo siento —digo—. Era broma. Está bien que hayas hecho eso. No tienes que avergonzarte. Has hecho un buen trabajo.

—¡Puto gilipollas!

—Joder, chica. ¿Qué quieres de mí?

Me levanto del suelo y voy al fregadero a sacarme los cubitos de los calzoncillos. Llevo la polla al aire; la tengo helada, no está dando muy buena imagen.

—Si lo llego a saber, me habría recortado el vello púbico.

Black sale de la cocina.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. Métete tu parte, cariño. Tenemos que llevarte al colegio y son casi las nueve.

Recojo las cubiteras del suelo. Hay tres tipos distintos de cubitera: verde, azul y blanca. Las relleno todas en el fregadero y las meto otra vez en el congelador.

Me siento mal por la perra, a veces. Dijimos: Pillaremos un perro y dejaremos de ser unos yonquis. Así que pillamos la perra. Pero seguimos siendo unos yonquis. Y ahora somos unos yonquis con perro.

Black está en el salón. Le dibujo un plano:

—Esto es Lancashire, esto es Hampshire, esto es Coventry. Yo aparcaré aquí, después del stop, pasado el tramo de un solo sentido. Tú me recoges y me llevas a Lancashire. Paras a un par de edificios de la esquina y me dejas ahí. Luego vas con el coche al aparcamiento que hay detrás de esta tienda. Me esperas ahí. Yo entro y salgo superrápido y doy la vuelta hasta aquí. Luego lo único que tienes que hacer es llevarme adonde tengo el coche aparcado, dejarme ahí y se acabó. Después nos encontramos aquí, repartimos el dinero y bla, bla, bla. ¿Suena bien?

—Sí, suena bien.

—Entonces ¿te apuntas?

—Sí.

—De acuerdo. Dame un segundo y nos vamos. Emily tiene que dar una clase a las diez.

Ella está en la cocina, ya se encuentra mejor.

—Voy tirando —le digo—. Vuelvo enseguida.

—Ten cuidado.

Le digo que tendré cuidado.

Vivimos en una calle de casas rojas y blancas, en la que no encajamos, Emily y yo. Pero somos bastante felices, pese a que a menudo nos ponemos tristes porque tenemos la sensación de que lo estamos perdiendo todo.

A veces monta un buen escándalo y empieza a soltarme gritos por mierdas, como si yo pudiera evitarlo; y tengo que decirle «¿A ti qué coño te pasa? ¿Estás chalada? ¿A qué viene todo este jaleo como si te estuviesen matando? ¿Te están matando o qué? ¿Te estoy matando yo? Los vecinos se van a pensar que te estoy matando. Y van a llamar a la puta poli. Y vendrán, y me verán y dirán: “Este tío se parece al de los putos robos esos”. Y entonces me meterán en la cárcel, y tú te sentirás fatal».

Y a veces me dice que lo siente. O a veces no dice nada. O a veces me da un collejón. Y yo le digo: «¡Ah, j

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos