Un hipster en la España vacía

Daniel Gascón

Fragmento

cap-1

DIARIO DE UNA NUEVA VIDA

18 de febrero

Qué bonito es despertar aquí. Un poco antes de las seis se oye el canto del gallo. No mucho más tarde llegan los primeros sonidos del pueblo que amanece: Tomás con la mula mecánica, Javier con la mula mecánica, Rogelio con el tractor, Paco con la mula mecánica.

Me quedo unos minutos leyendo La España vacía en la cama. Luego, cuando suenan las campanas de la iglesia, salgo preparado, con una energía que no tenía en mucho tiempo. La sensación de estar haciendo algo importante de verdad, de encontrarme en armonía con la naturaleza, pero también conmigo mismo.

¿Será la sensación de propósito? ¿Saber que estoy aquí, lejos de la frivolidad y la velocidad vacua de la vida moderna, implicado en un proyecto realmente transformador, una iniciativa generosa y transversal?

Le pedí a mi tía que tomáramos leche de oveja. Ella dice que no, parece que la toma en tetra brik porque hace unos años tuvo brucelosis. Pero a primera hora va al corral, ordeña a la oveja y cuando bajo a la cocina tengo la leche hervida (tres veces). Es maravillosa la gente sencilla.

Yanis salta, está contento, espera en el patio cuando salimos. Me encanta ver lo feliz que está aquí.

19 de febrero

Día de inspección en el pueblo.

Es agradable ir a la tienda. Saludas, pasas ahí un rato por la mañana, las mujeres van contando sus cosas. La gente sabe mucho del tiempo. Hay dos tiendas. A una la llaman el estanco, aunque no es un estanco propiamente. La otra tiene puesto el nombre de Dardo en la puerta, pero todo el mundo la llama la de Lucía, aunque la que lo lleva no se llama Lucía (creo que era su madre).

He estado un tiempo buscando la sección de productos orgánicos, pero no la he encontrado. Tampoco he visto Hola Coffee. Preguntaré mañana. La dependienta estaba hablando con una señora, parecía una conversación importante.

He hablado con la secretaria (alguacila, la llaman) del Ayuntamiento para ver si puedo ver al alcalde y explicarle el proyecto. Parece que está muy ocupado en la serrería.

Las noticias llegan por la megafonía del Ayuntamiento. La secretaria lee los pregones. Siempre vienen anunciados por una jota.

Hay dos bares, el de la carretera y el de Lorenzo. El de Lorenzo se llama Tropezón pero todo el mundo lo llama el de Lorenzo. Casi todos los hombres del pueblo están jubilados o no trabajan. Por las tardes, unos van primero al de la carretera y luego al de Lorenzo, y otros van primero al de Lorenzo y luego al de la carretera. Todavía no tengo claro en qué grupo integrarme. ¿Me pasará como en el círculo, donde defendí una tercera vía, y acabé quedándome en tierra de nadie?

Por la tarde bajo a dar un paseo. Los ancianos (varones) juegan a la petanca en una explanada que unos llaman Banco de los Abuelos y otros Cruz de los Caídos. Es increíble cómo la polarización y el clima hostil de las redes sociales llegan a un sitio tan alejado y apacible.

El atardecer desde allí es precioso. He intentado hacer una foto con Yanis para subirla a Instagram pero no había cobertura. Mañana volveré a intentarlo.

Mentiría si dijera que no echo de menos los tejados de Madrid que veía cuando miraba por la ventana de la buhardilla de Lina. Pero el aire es puro, fresco y por la noche se ven todas las estrellas.

20 de febrero

En el bar. Camaradería. Humor rudo, entrañable. Uno de los trabajadores de la serrería extiende la palma de la mano (solo tiene dos dedos) y dice: «Cinco cervezas para los de la serrería». Todos nos reímos, aunque me suena que hizo el mismo chiste ayer y antes de ayer. El alcalde, dueño de la serrería, estaba. He intentado hablar con él pero me ha dicho que no era el momento. Los exmineros jubilados son agradables. Se pasan la tarde bebiendo botellín tras botellín. Dos, Javier y Ramiro, me han contado anécdotas de caza y de sus perros, sobre todo de uno que lo llaman Santi, y que tiene muy mal genio. Cazan perdices, codornices, zorros. Lo que más les gusta es el jabalí. Yo les he dicho que no era partidario de la caza, que me parecía que debíamos respetar a los animales y su condición de seres sintientes, aunque entendía que podía ser necesario regular las poblaciones puesto que la intervención humana había alterado el equilibrio de los ecosistemas.

Javier ha preguntado si soy un poco maricón. Lourdes, la camarera, le ha dicho: «Qué bruto eres», y todo se ha resuelto amablemente.

He intentado publicar la foto en Instagram pero no he podido.

21 de febrero

En la granja con mi tío Rafael. Una pequeña explotación. Me ha pedido que le eche una mano y así de paso me familiarizo. Yanis ha disfrutado, correteaba. Le asustaba un poco el perro de mi tío, pero se han acabado llevando bien.

Hemos estado trabajando un rato en el huerto. Luego, le he ayudado con los animales. Me sorprende la estructura heteropatriarcal del gallinero. Es realmente bárbaro cómo ha trastocado nuestra cultura la vida de los animales. (He pensado en Walter Benjamin.)

No sé si Rafael me ha entendido bien cuando se lo he dicho. Pero en todo caso esto será algo que tendremos que cambiar cuando pongamos en marcha nuestro proyecto.

Le he dicho a Rafael que prefería volver solo. La verdad es que creo que en La Cañada usan demasiado el coche. No me parece que sea respetuoso con el medio ambiente. Le he dicho que prefería volver caminando. Luego se ha hecho de noche y me he perdido. No ha sido grave. En poco más de tres horas he encontrado la carretera y al cabo de un rato he visto que venía un coche. Ha parado y era Lourdes, la camarera del bar de la carretera.

Me ha dicho que cerca del repetidor, en las eras, hay un sitio con buena cobertura. También me ha dado una crema para curarme las manos, estaban llenas de callos por la azada. «Vaya manos tienes. Qué bonitas. De no trabajar», ha dicho.

Mi tío Rafael se ha reído de mí cuando he llegado.

22 de febrero

No hay la nube de contaminación de Madrid pero muchas tardes, cuando sopla viento del este, llega un olor fuerte. «Sopla el cerdal», dice mi tía. Es el olor de las granjas de cerdos.

23 de febrero

Por fin me ha recibido el alcalde. Ha ido bien. Le he explicado nuestro proyecto, las líneas generales. La idea de hacer lo que, en lenguaje neoliberal, podría ser una start-up, pero cuya función sería potenciar la conexión orgánica y una relación profunda entre los seres vivientes y su entorno, basada en el respeto común entre los géneros y las especies, el desarrollo sostenible en una plataforma de horizontalidad colaborativa que permitiese la interrelación dinámica entre lo ancestral y lo moderno lejos de las pulsiones esclavizantes del capitalismo tardío, cuyos mecanismos de actuación resultan destructivos para el planeta y las personas.

—¿Y para qué tanto? —ha preguntado.

Le he explicado un poco más, él miraba con escepticismo.

—Algo de perras querréis, seguro.

Cuando le he dicho que no necesitábamos nada de eso, solo el beneplácito del Ayuntamiento, se ha quedado más tranquilo. Al final cuando me marchaba he oído que decía a la secretaria.<

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