El enigma de Rania Roberts

Javier Bernal

Fragmento

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Capítulo 85

Capítulo 86

Capítulo 87

Capítulo 88

Capítulo 89

Capítulo 90

Capítulo 91

Capítulo 92

Capítulo 93

Capítulo 94

Capítulo 95

Capítulo 96

Capítulo 97

Capítulo 98

Capítulo 99

Capítulo 100

Capítulo 101

Capítulo 102

Capítulo 103

Capítulo 104

Capítulo 105

Capítulo 106

Capítulo 107

Capítulo 108

Capítulo 109

Capítulo 110

Capítulo 111

Capítulo 112

Capítulo 113

Capítulo 114

Agradecimientos

Sobre el autor

Créditos

EnigmaRania-2.xhtml

Para Gabriela, por supuesto

EnigmaRania-3.xhtml

Capítulo 1

Jericó, enero de 2010

El día que todo ocurrió, tras desayunar dos galletas rellenas de dátiles y una taza de té con hojas de hierbabuena, siempre con azúcar, Rania se encaminó hacia la casa de su amiga del alma, Yasmin, y su hermano, Abdul Sid Alam, los tres inseparables desde niños. Los Sid Alam eran una de las familias más antiguas de Jericó; a ellos les gustaba decir que de siempre, milenarios, porque los años en Jericó se podían contar por millares, hasta diez veces.

Rania no había nacido allí; cuando su padre aún era joven abandonó la ciudad para enrolarse en la Organización para la Liberación de Palestina; aquellos afanes le llevaron a Beirut y finalmente acabó refugiado en El Cairo, donde contrajo matrimonio con una cooperante americana llamada Samantha, y nació Rania, que fue su única hija. Pronto, cuando ella apenas tenía dos años, volvieron a Jericó.

Su madre se convirtió al islamismo y se hizo una ferviente observadora de los preceptos del Corán, pero no dejó de inculcar a su hija valores de la cultura americana: el individualismo, como medio a la no dependencia de los demás; el sentido de la igualdad, al margen de etnias y religiones; la competitividad, entendida como orientación al logro, y el desapego a la tradición. Si gestionar el caudal de ideas, sensaciones y sentimientos no es nada sencillo para una mente común, razonar, entender y vivir conciliando dos culturas tan opuestas era un reto, casi un arte. A veces, Rania sentía que pensamientos y sentimientos opuestos la asfixiaban, como en medio de una virulenta tempestad de arena. De ahí su costumbre de preguntarlo todo, su ansia de aprender, para aplacar estos torbellinos, para entender a unos y otros, pero al final en su mente se acababa imponiendo la lucidez y, con ella, su generosa alegría.

Samantha siempre le habló en inglés. A su padre, descendiente de los Abdallah, arraigada familia de Jericó, no le hacía mucha gracia porque no le gustaba la cultura occidental, pero en el fondo sabía que conocer ese idioma algún día podría resultarle útil a su hija, así que, aunque a regañadientes, nunca se lo prohibió. Solo les puso una condición: que jamás lo hablaran delante de otras personas.

Rania, Yasmin y Abdul se formaron bajo la misma educación, impartida en las escuelas públicas promovidas por la Autoridad Nacional Palestina del municipio de Jericó. Principios honestos basados en las enseñanzas del Corán, lengua árabe, incipientes conocimientos de hebreo e inglés, matemáticas y ciencias naturales. Las ventanas de su escuela no tenían cristales y algunas paredes amenazaban ruina; decían que años atrás, durante una incursión, un carro de combate disparó un proyectil de 120 milímetros que impactó y destruyó parte del edificio. Podía ser cierto o no, pero eso no importaba. Se reconstruyeron ventanas y paredes, hasta donde llegó el dinero. En Jericó, que miles de años atrás había sido el pueblo más próspero del mundo, una casa medio en ruinas bien podía ser un colegio.

Los tres, unidos desde la infancia, crecieron con la misma ilusión que los

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos