La fortaleza imposible

Jason Rekulak

Fragmento

libro-3

1

10 REM *** PANTALLA DE BIENVENIDA ***

20 POKE 53281,0:POKE 53280,3

30 PRINT "{CLR}{WHT}{12 CSR DWN}"

40 PRINT "{7 SPACES}LA FORTALEZA IMPOSIBLE"

50 PRINT "{7 SPACES}UN JUEGO DE WILL MARVIN"

60 PRINT "{11 SPACES}Y MARY ZELINSKY"

70 PRINT "{2 CSR DWN}"

80 PRINT "{7 SPACES}(C) 1987 PLANETA RADICAL"

90 GOSUB 4000

95 GOSUB 4500

>.

Mi madre estaba convencida de que yo acabaría muriendo joven. En la primavera de 1987, pocas semanas después de mi decimocuarto cumpleaños, empezó a hacer turnos de noche en Food World porque se cobraban a un dólar más por hora. Yo dormía solo en una casa vacía mientras mi madre tecleaba precios en la caja registradora y se mortificaba pensando en todas las cosas terribles que podían ocurrirme. ¿Y si me atragantaba con un trozo de pollo rebozado? ¿Y si resbalaba en la ducha? ¿Y si me olvidaba de apagar el fogón y la casa entera estallaba en llamas? Cada noche, a las diez en punto, me llamaba para confirmar que había hecho los deberes y cerrado con llave la puerta, y a veces me hacía probar los detectores de humo, por si acaso.

Me sentía el chico más afortunado del noveno curso. Mis amigos Alf y Clark venían a casa todas las noches, deseosos de celebrar mi nueva libertad. Veíamos la tele durante horas, preparábamos litros y más litros de batido y nos atiborrábamos de bollería y minipizzas hasta que nos dolía el estómago. Echábamos partidas maratonianas al Risk y al Monopoly, que podían prolongarse varios días y siempre terminaban con un perdedor enfurecido dando un manotazo y barriendo el tablero de la mesa. Discutíamos sobre música y películas y teníamos apasionados debates sobre quién ganaría en una pelea: ¿Rocky Balboa o Freddy Krueger? ¿Bruce Springsteen o Billy Joel? ¿Magnum, T. J. Hooker o MacGyver? Todas las noches parecían fiestas de pijamas, y recuerdo pensar que los buenos tiempos no terminarían nunca.

Pero entonces Playboy publicó unas fotografías de Vanna White, la azafata de La ruleta de la fortuna, yo me enamoré hasta las trancas y todo empezó a cambiar.

Alf fue el primero en descubrir la revista y llegó corriendo a toda velocidad desde el quiosco de la tienda de Zelinsky para decírnoslo. Clark y yo estábamos sentados en el sofá de mi sala de estar, viendo la lista de éxitos de vídeos de la MTV, cuando Alf irrumpió por la puerta principal.

—Sale su culo en portada —dijo entre jadeos.

—¿El culo de quién? —preguntó Clark—. ¿En qué portada?

Alf se dejó caer al suelo, agarrándose los costados y sin aliento.

—Vanna White. En Playboy. ¡Acabo de ver un ejemplar y sale su culo en portada!

Era una noticia extraordinaria. La ruleta de la fortuna estaba entre los programas de televisión más populares y su azafata, Vanna White, era el orgullo del país, una chica de pueblo salida de Myrtle Beach y propulsada a la fama a base de ir dando la vuelta a las letras a medida que los concursantes resolvían los acertijos. La noticia de las fotos de Playboy ya había llegado a los titulares de los diarios sensacionalistas: una ATURDIDA Y HUMILLADA VANNA, según ellos, afirmaba que las IMÁGENES EXPLÍCITAS se habían tomado varios años antes y, desde luego, no para las páginas de Playboy. Interpuso una demanda de 5,2 millones de dólares para impedir su publicación, pero, después de meses y meses de rumores y especulaciones, por fin la revista estaba en los quioscos.

—Es lo más increíble que he visto en la vida —siguió diciendo Alf. Se subió a una silla e imitó la pose de Vanna en la portada—. Está subida a un alféizar, tal que así, ¿vale? Asomada hacia fuera. Como si mirara qué tiempo hace, o vete a saber. ¡Solo que no lleva pantalones!

—No puede ser —contestó Clark.

Los tres vivíamos en la misma calle y, con los años, habíamos comprendido que Alf era muy propenso a exagerar. Como cuando afirmó que a John Lennon lo habían asesinado con una ametralladora. En lo alto del Empire State Building.

—Te lo juro por la vida de mi madre —aseveró Alf, levantando solemnemente la mano derecha—. Si miento, que la atropelle un camión.

Clark le bajó el brazo de un tirón.

—No digas esas cosas. Tu madre tiene suerte de seguir viva.

—Bueno, pues tu madre es como McDonald’s —le soltó Alf—. Satisface a millones y millones de clientes.

—¿Mi madre? —repuso Clark—. ¿Por qué metes a mi madre en esto?

Pero Alf siguió hablando sin dejarle terminar la pregunta.

—Tu madre es como la bicicleta vieja del pueblo: la ha montado todo el mundo. —Alf tenía un repertorio enciclopédico de chistes de madres y lo sacaba a la menor provocación—. Tu madre es como un asador japonés…

Clark arrojó un cojín desde el otro lado de la sala de estar y dio a Alf en toda la cara. Enfurecido, Alf se lo devolvió con el doble de fuerza, pero falló y tumbó mi vaso de Pepsi. La espuma y el líquido burbujeante empaparon toda la alfombra.

—¡Mierda! —exclamó Alf, agachándose para limpiar el estropicio—. Lo siento, Billy.

—No pasa nada —dije yo—. Ve a traer el papel de cocina.

¿Para qué darle más importancia? Tampoco era que fuese a cambiar a Alf y Clark por unos amigos nuevos más considerados. Nueve meses antes, los tres habíamos llegado al instituto y visto cómo nuestros compañeros de clase se apuntaban a deportes, asociaciones o actividades académicas extraescolares. Nosotros, de algún modo, nos habíamos limitado a orbitar en torno a ellos, sin encajar de verdad en ninguna parte.

Yo era el chico más alto del noveno curso, pero no era alto en plan bien: me bamboleaba por el instituto como un cachorro de jirafa, todo piernas flacas y brazos larguiruchos, esperando a que el resto del cuerpo se me pusiera a escala. Alf era más bajo, más robusto, más sudoroso y sufría la maldición de compartir nombre con el alienígena más famoso de la televisión, un muñeco de casi un metro de altura que protagonizaba su propia serie cómica en la NBC. El parecido entre los dos era asombroso. Los dos Alf tenían constitución de trol, narizotas, ojillos brillantes y el pelo castaño alborotado. Incluso nuestros profesores bromeaban diciendo que eran gemelos.

Aun así, pese a nuestros evidentes defectos, Alf y yo éramos muy conscientes de haber salido mejor parados que Clark. Todas las mañanas se levantaba de la cama con el aspecto de un galán salido de la revista Tiger Beat. Era alto, musculoso y tenía el pelo rubio ondulado, ojos de color azul intenso y la piel perfecta. En el centro comercial, las chicas veían venir a Clark y lo miraban boquiabiertas, como si fuese River Phoenix o Kiefer Sutherland…, hasta que se acercaban lo suficiente para ver la Zarpa, momento en el que se apresuraban a apartar la vista. Clark tenía una extraña malformación congénita que le había fusionado los dedos de la mano izquierda en una pinza rosada, como de cangrejo. No servía para casi nada. Podía abrirla y cerrarla, pero no tenía fuerza para levantar nada más pesado o más voluminoso que una revista. Clark siempre juraba que, en cuanto cumpliera los dieciocho, buscaría a un

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