Piso para dos

Beth O'Leary

Fragmento

doc-4.xhtml

1

Tiffy

Algo hay que reconocerle a la desesperación: te hace tener mucha más amplitud de miras.

La verdad es que le encuentro sus ventajas a este apartamento. El moho tecnicolor de la cocina desaparecerá restregando, al menos a corto plazo. Cambiar el mugriento colchón resultará bastante barato. Y desde luego cabría esgrimir el argumento de que los hongos que están creciendo detrás del inodoro le imprimen un ambiente fresco y campestre al lugar.

Gerty y Mo, sin embargo, no están desesperados, y no están intentando ser positivos. Yo describiría sus expresiones como «horrorizadas».

—No puedes vivir aquí.

Esa es Gerty. Está de pie con las botas de tacón juntas apretándose los codos con fuerza, como ocupando el menor espacio posible en señal de protesta por el mero hecho de estar aquí. Lleva el pelo recogido en un moño bajo, ya con las horquillas para poder ponerse fácilmente la peluca de letrada que utiliza en el juzgado. Su expresión sería cómica si no fuera porque el asunto que nos ocupa es mi vida real.

—Debe de haber otro sitio al alcance de tu presupuesto, Tiff —dice Mo con gesto preocupado, asomando del armario, tras examinar la caldera. Con la telaraña que ahora le cuelga de la barba, parece aún más desaliñado que de costumbre—. Este es aún peor que el que vimos anoche.

Busco con la mirada al agente de la inmobiliaria; menos mal que no nos oye porque está fumando en el «balcón» (el techo combado del garaje del vecino, que no ha sido diseñado para caminar por encima ni mucho menos).

—No pienso ir a ver otro cuchitril de estos —señala Gerty, y mira la hora. Son las ocho de la mañana; tiene que estar en el Juzgado de lo Penal de Southwark a las nueve—. Por fuerza debe haber otra opción.

—Seguro que podríamos hacerle un hueco en el nuestro —sugiere Mo, más o menos por quinta vez desde el sábado.

—En serio, ¿quieres hacer el favor de dejarlo ya? —replica Gerty con brusquedad—. Esa no es una solución a largo plazo. Y de todas formas tendría que dormir de pie. —Me lanza una mirada exasperada—. ¿No podrías ser más baja? Si midieras menos de uno ochenta te podríamos meter debajo de la mesa del comedor.

Adopto un gesto de disculpa, pero la verdad es que preferiría quedarme aquí antes que en el suelo del minúsculo y escandalosamente caro apartamento en el que Mo y Gerty invirtieron a medias el mes pasado. Hasta ahora nunca habían vivido juntos, ni siquiera cuando estábamos en la universidad. Me preocupa que eso desemboque en el fin de su amistad. Mo es desordenado y despistado y tiene la curiosa habilidad de ocupar una enorme cantidad de espacio a pesar de ser relativamente poco corpulento. Por su parte, Gerty ha pasado los últimos tres años viviendo en un apartamento impecable, tan perfecto que parecía diseñado por ordenador. Me cabe la duda de cuál de los dos estilos de vida se impondrá sin que el oeste de Londres vuele por los aires.

El principal problema, no obstante, es que para apañarme durmiendo en el suelo de alguien lo mismo daría que volviera al piso de Justin. Y, desde las once de la noche del jueves, he decidido oficialmente descartar esa opción. He de seguir adelante, y he de apalabrar algún sitio para no poder echarme atrás.

Mo se frota la frente y se hunde en el mugriento sofá de piel.

—Tiff, podría prestarte…

—No quiero que me prestes dinero —atajo, más bruscamente de lo que pretendía—. Mira, necesito solucionar este asunto esta semana sin falta. O esto o compartir piso.

—Querrás decir compartir cama —señala Gerty—. ¿Puedo preguntar por qué tiene que ser ya? No es que no me alegre. Es solo que hace nada estabas apoltronada en ese apartamento esperando la siguiente ocasión en la que el innombrable se dignara dejarse caer por allí.

Sorprendida, hago una mueca. No por su comentario —a Mo y Gerty nunca les cayó bien Justin, y sé que les revienta que yo siga viviendo en su casa, a pesar de que él casi nunca está allí—; es que no es propio de Gerty sacarle a colación tan abiertamente. Después de la bronca descomunal en la que terminó la cena de los cuatro para hacer las paces, desistí en mi intento de que todo el mundo congeniara y simplemente dejé de hablar de él a Gerty y Mo de una vez por todas. Las viejas costumbres nunca mueren: incluso tras la ruptura todos hemos seguido evitando mencionarle.

—¿Y por qué tiene que ser tirado de precio? —continúa Gerty, haciendo caso omiso de la mirada de advertencia de Mo—. Ya sé que te pagan una miseria, pero, en serio, Tiffy, cuatrocientas libras al mes es imposible en Londres. ¿Te has parado a pensar en todo esto seriamente?

Trago saliva. Noto que Mo me observa fijamente. Ese es el inconveniente de tener un amigo terapeuta: Mo es básicamente un profesional de leer el pensamiento, y da la impresión de que nunca desconecta sus superpoderes.

—¿Tiff? —dice él con delicadeza.

Ay, maldita sea, no voy a tener más remedio que enseñárselo. No me queda otra. Rápidamente y del tirón, es la mejor manera: como quitar una escayola, zambullirse en agua fría o decirle a mi madre que he roto algún adorno del aparador del salón.

Cojo mi teléfono y busco el mensaje de Facebook.

Tiffy:

Estoy tremendamente decepcionado por tu comportamiento de anoche. Te pasaste por completo de la raya. Es mi casa, Tiffy: puedo presentarme allí cuando se me antoje, con quien se me antoje.

Esperaba que estuvieras más agradecida por permitirte que te quedaras. Sé que nuestra ruptura ha sido dura para ti; sé que no estás preparada para marcharte. Pero si crees que eso significa que puedes empezar a «poner ciertas normas», entonces ha llegado la hora de que me pagues los tres últimos meses de alquiler. Y de ahora en adelante también vas a tener que pagar la mensualidad. Patricia dice que te estás aprovechando de mí, viviendo en mi casa prácticamente gratis, y, a pesar de que siempre he dado la cara por ti, después de la escena de ayer no puedo evitar pensar que a lo mejor tiene razón.

Besos,

Justin

Al volver a leer esa frase, «te estás aprovechando de mí», se me revuelven las tripas, porque en ningún momento fue esa mi intención. Simplemente no me di cuenta de que, cuando se marchó, esta vez iba en serio.

Mo es el primero en terminar de leerlo.

—¿Se «presentó» allí de nuevo el jueves? ¿Con Patricia?

Miro hacia otro lado.

—Tiene su punto de razón. Se ha portado francamente bien al permitirme quedarme allí tanto tiempo.

—Qué extraño —dice Gerty con tono s

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos