Me viene un modo de tristeza

Rosa Nissán

Fragmento

Me viene un modo de tristeza

PRÓLOGO

La más libre de todas las escritoras mexicanas

Rosa Nissán es distinta a todas las escritoras de México por una razón: es una mujer libre. No nació libre, al contrario, nació dentro de una armadura de prejuicios y prohibiciones. “Para mí —dice María Esther Núñez, también escritora y su gran amiga—, su cualidad más importante es el grado de libertad con el que vive”.

Las inesperadas lecciones de libertad que Rosa Nissán nos ha dado son muchas. Una mañana, sin más, rompió mi rutina de trabajo y exclamó: “Vámonos al Desierto de los Leones”. Y sin más, su automóvil —que parece carromato de gitana— tomó la dirección del Desierto; se estacionó, echamos a caminar y ya dentro de las gruesas paredes del convento ordenó: “Ahora, Ele, grita: ‘¡Soy joven, soy bella, soy chingona!’”. “¿Cómo crees, Rosa?”. “Tú puedes, abre la boca, te van a oír los árboles”.

Ese grito que surgió de sus pulmones hace años no ha dejado de recorrer desiertos, lagos y playas del Caribe. Desde su primer libro, Novia que te vea, Rosa liberó de leyes y prejuicios a muchos de sus seguidores de la comunidad judía y la no judía y también me liberó de tantas telarañas en ojos y oídos. Ese grito ha marcado la obra novelística de Rosa con el sello de la liberación.

María Esther Núñez me cuenta que recientemente, al llegar al Parque México, encontró a Rosa tirada en el pasto, patas para arriba haciendo bicicleta, la panza de fuera, el suéter por allá, el morral aún más lejos. A lo largo de los años he visto a Rosa salvarnos a todas, ponernos a bailar, tirarnos a la alberca, aconsejar “suéltate el pelo”; escoger lecturas, dirigir talleres y publicar, a partir del gran reconocimiento a su novela Novia que te vea.

Todavía hoy su obra Los viajes de mi cuerpo causa sensación.

¿Ha liberado Rosa Nissán a sus cuatro hijos? Quizá no es la madre que hubieran querido: la que sacrifica su vida por sus hijos. Pero les abrió la puerta a aquello que pedía Rosario Castellanos “Otro modo de ser, humano y libre”.

Todos amamos a Rosa Nissán. Cuando se enfermó, su hijo Elías y sus hermanas, Ethel, Maggie y Jacquie no se separaron de su lado, pero tampoco sus amigos y amigas. Todos nos hicimos cruces porque la presencia de Rosa es un tesoro que nadie quiere perder. Recuerdo especialmente a Óscar Roemer para quien ella fue una maestra y lo impulsó a escribir su excelente novela autobiográfica. Si algo le pasaba a Rosa, Óscar hubiera muerto de la tristeza. En ese sentido, qué bueno que se fue primero él.

Como lo recuerda María Esther Núñez, ir a un café con Rosa Nissán es correr varios riesgos. Si un mesero le dice que no tiene leche de soya, Rosa responde airada: “¿Cómo que no tienes leche de soya?” y le ordena: “A ver, chulo, aquí a dos cuadras está Superama, ve y tráeme leche de soya”.

Después de varios años de asistir a diversos talleres de Agustín Cadena, Juan Villoro, Tatiana Espinosa, Rosa Beltrán y Hugo Hiriart, Rosa, maestra consumada, imparte sus propios talleres. Asistí una tarde al de Autobiografía en la Casa del Libro y me impresionó la excelencia de su clase, preparada a fondo con transparencias y libros de autores que los alumnos debían consultar. Las aclaraciones pertinentes, el entusiasmo, la cultura y la generosidad han convertido a Rosa Nissán en una guía literaria.

En otra ocasión asistí a una de sus conferencias en la Sala Manuel M. Ponce y descubrí a una actriz de primera. La vi subir al escenario, tomarse su tiempo, quitarse suéteres y chales, acomodar sus papeles. El ritual duró entre ocho y diez minutos y todos quedaron en suspenso hasta que Rosa conferencista empezó a hablar con una voz lenta y muy fuerte y una seguridad que me hizo pensar: “¡Cuánto ha crecido! ¡Cuánto camino ha recorrido esta extraordinaria mujer!”

María Esther Núñez recuerda el video que acompañó una de sus novelas, “Three Beautiful Ladies”, en el que Rosa sale volando en la alfombra de Aladino frente a un Bellas Artes atascado de admiradores y amigos que la ovacionan como si fuera Marilyn Monroe.

El aplomo de Rosa Nissán se lo da su vida y su obra, o mejor dicho su vida-obra, porque ella se construyó a sí misma a medida que publicaba sus novelas hechas (si se me permite el lugar común) con sangre y lágrimas. La más atrevida es Los viajes de mi cuerpo que no habría podido darse sin su primera novela Novia que te vea, que le abrió la puerta a esa catarata de sensaciones y descubrimientos. El cuerpo del hombre, el de nuestra naturaleza, el del encuentro con su sensualidad, todo arde en sus páginas.

Su fe en sí misma la hizo atravesar precipicios, desafiar tormentas y ahora se encuentra en la mejor etapa de su vida porque ha llegado a ser lo que ella soñaba ser: una rosa o un campo de mil rosas de distintos colores porque reúne ahora en sí misma muchos momentos y muchos accidentes de su paso por la Tierra. Y los últimos años de su vida son de recompensa. Como lo dice María Esther, Rosa siente que la gente la quiere y se gusta a sí misma. ¿Se puede pedir algo más?

Es imposible pensar en la colonia Condesa sin Rosa Nissán. Todos sus habitantes la reconocen cuando la ven caminar en la calle, en el café, en el parque. Cuando se enfermó gravemente este 2019, María Esther Núñez se dijo a sí misma: “Es que si Rosita se muere, yo no voy a regresar a la Condesa, nunca”. Rosita es la Condesa, debería ser la cronista de la Condesa porque en su escritura nos revela un mundo insospechado y también otro, el de su hijo Elías, a quien le dice “serpientito”, y quien al igual que su madre siempre trae la mecha prendida al preocuparse por los demás.

Me viene un modo de tristeza es su última novela. Tremendamente inquieta, Rosa ha recurrido a la musicoterapia, a los masajes, a la aromaterapia, al yoga, al psicoanálisis personal y de grupo y a otras terapias cuyos nombres se me van y a ella la tranquilizan. Recuerdo especialmente sus estancias en la nieve del Popocatépetl, en las que en medio de desconocidos era indispensable desvestirse y volverse uno con la naturaleza. No me espanta tanto la desnudez como la amenaza del frío.

Así como su hijo Elías publicó ya cuatro libros de temática religiosa y de interpretación de la Biblia, Rosa ha publicado Novia que te vea (1992), Las tierras prometidas (1997), No sólo para dormir es la noche (1999), Patria. Los viajes de mi cuerpo (1999) e Hisho que te nazca (2006), que enriquecen el corpus de la literatura mexicana.

Elena Poniatowska

Me viene un modo de tristeza