Un minuto, a bote pronto

Iñaki Gabilondo

Fragmento

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Prólogo
Gabilondo

Hubo un tiempo en el que, de repente, una pausa más larga de lo habitual, una simple inflexión de voz de Iñaki Gabilondo me ponían en alerta, me permitían intuir con unos segundos de anticipación que algo grave había ocurrido. Entonces yo detenía el trasiego mañanero para prestar más atención. Y, efectivamente, comprobaba que su voz no me había engañado, que estaba en lo cierto… Algo grave había pasado. Su voz, con todos los matices, me ayudaba a comenzar el día, me hacía pensar, detenerme, sonreír o preocuparme en dura competencia con el sonido de la cafetera, la preparación de la mochila para el colegio de mi hija o el repaso de la agenda de la jornada.

Hoy Iñaki Gabilondo mantiene intacta la capacidad de detener el tiempo, como si el vacío se hiciera en torno a él en el momento que toma la palabra para no distraernos de lo que dice. Y además ha multiplicado dos cualidades imprescindibles para ser un referente incuestionable del periodismo español: Iñaki tiene sabiduría y libertad. Armado con esas dos herramientas, ofrece reflexiones sobre la actualidad claras, directas, absolutamente contemporáneas y certeras. Sus palabras articulan el pensamiento, las vivencias y la perplejidad de tantos ciudadanos huérfanos, en estos tiempos en los que todo está fallando sin que se adivine claramente dónde está la alternativa.

Hoy más que nunca al periodismo se le pide que, además de responder a las preguntas clásicas, ilumine la actualidad, desvele lo que está oculto, ponga en relación unos hechos con otros y componga un cuadro mínimamente comprensible de una realidad siempre veloz y muchas veces disparatada o descarnada.

La revolución imparable del mundo digital nos ha privado a los periodistas de la exclusividad de tres elementos, de la búsqueda de respuestas a tres preguntas que formaban parte de la esencia de nuestro trabajo. Ofrecerles a los ciudadanos el qué, el dónde y el cuándo ocurrían las cosas. Cualquiera, periodista o no, con un móvil en la mano puede subir a la Red una foto, un vídeo, un texto que contenga las respuestas a esos tres interrogantes. No es una pérdida pequeña, pero es, en cualquier caso, irreversible. Los intentos por recuperarla conducen a la melancolía. El mundo de la comunicación universal e instantánea ya no es ciencia ficción, está aquí, forma parte de nuestras vidas y para los menores de 45 años es una realidad tan natural como comer. Sencillamente todo lo que ocurre está a su alcance con el mínimo esfuerzo de encender una pantalla. Y no solo podemos verlo, sino también interactuar, pasar de ser un espectador pasivo a convertirte en actor de lo que acontece, opinando, añadiendo datos, modificando esa realidad.

Pero los periodistas conservamos dos exclusividades muy importantes: el cómo y el porqué pasan las cosas. Son dos preguntas clave que hoy precisan de respuestas sin disfraces. Dos preguntas para las que los automatismos no tienen explicación y ni siquiera el concurso de los expertos —tan necesario— se adecúa al ritmo de la información. Pero la enorme paradoja ante la que nos encontramos es que están desapareciendo de las redacciones los periodistas que con más bagaje, precisión y rapidez pueden responder a esas preguntas. La urgencia de la crisis económica por aligerar las plantillas ha sacado de la circulación a muchos de los que tienen mejores resortes, más memoria, mejor perspectiva y mayor capacidad de análisis para situar, en un instante, cualquier acontecimiento en su contexto y sacar las conclusiones pertinentes. Y esta pérdida sí que es grave porque ellos son portadores del valor añadido que el oficio de periodista necesita hoy para volver a ser rentable.

En este momento, la palabra de Iñaki Gabilondo, siempre necesaria, se ha vuelto imprescindible. Pocos como él han sido testigos directos de las últimas décadas de la historia de España, pocos como él han tenido enfrente a sus protagonistas, pocos como él han compartido también el impacto de los acontecimientos sobre los españoles de a pie. Pero su valor no es solo haber estado ahí, sino su mirada tan curiosa como insobornable. Sus reflexiones, desde una exigente honestidad intelectual, ayudan a buscar las causas del desmoronamiento de aquel mundo que creíamos tan firme y a interpretar las —a veces engañosas— luces de salida. Sin atajos ni palabras de cartón. Desvelando lo que está oculto, señalando lo importante entre la confusión y el ruido. Con sabiduría y libertad.

 

PEPA BUENO,
Directora de Hoy por hoy

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Un minuto, a bote pronto

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El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, concede a cuatro grandes periódicos europeos su primera entrevista publicada en la prensa desde que llegara a La Moncloa.

 

 

AYER RAJOY HABLÓ de los buenos ciudadanos. Recordemos un par de cosas. Primero, no es peor ciudadano el que va a una manifestación que el que se queda en su casa —lección primera de democracia—. Segundo, el buen ciudadano tiene derecho a saber que la policía, que ha de reprimir los abusos, sabe reprimir sus propios abusos. Tercero, el buen ciudadano debe también creer en la política que se le propone como algo verosímil y por el momento el buen ciudadano lo que ve es que se le propone una política de recortes y sacrificios que no está provocando sino más empobrecimiento y más paro. Cuarto, el buen ciudadano tiene derecho a saber adónde va con tanto esfuerzo, cuál es el destino, y no lo ve cuando lo que está ocurriendo es que no hay nada de la famosa política de apoyo al emprendimiento y se han recortado en todas las partidas en las que se había dicho que estaba el futuro: ciencia, tecnología, investigación, educación. El buen ciudadano quiere creer dónde está. El buen

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