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Esperando a Vicent
Por Manuel Rivas
He estado estudiando la lluvia durante años. Una de las facetas que más me interesa en la estética de la lluvia es la de la disposición de las gotas en el paisaje justo después de llover. Del pentagrama de las ramas de un castaño en invierno pueden colgar durante un instante magnífico, que en gallego-portugués llamamos estrelampo, las notas todas de la Grosse Fuge del Opus 133 de Ludwig van Beethoven y en el cordel de un tendal cantan las lágrimas de un fado, probablemente Estranha forma de vida. Cada árbol, cada arbusto, construye una partitura, un texto diferente para el recuerdo vivo de la lluvia. Porque una cosa es el recuerdo y otra muy distinta el recuerdo vivo, el recuerdo crisálida.
La obra de Manuel Vicent parece pertenecer a ese orden imaginativo de la naturaleza. Cada texto es una composición. Cada texto se sostiene sobre un árbol. Es lo que queda después de la lluvia.
Entrevistos en los hielos presentidos en el corazón de las piedras
De ser una palabra, me gustaría caer en manos de Manuel Vicent. Por muy raída que estuviese, por muy abollada, aunque fuese una palabra desterrada, una piltrafa de palabra, un adjetivo a saldo en una valla publicitaria, un sustantivo borracho, un adverbio de tiempo comido por los celos, fuera quien fuese, incluso la palabra nada, que es una palabra que no tiene dientes y envidia a la brizna. Si yo fuese una palabra derrotada o victoriosa, oxidada o luminosa, pi