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Dedicatoria
Cita
Carta
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
XIII Premio Alfaguara de Novela
Premio Alfaguara de Novela
Premios Alfaguara
Créditos
A mi padre, predicador a los cuatro vientos.
N. S. J. no necesita presentación
es conocido en el mundo entero
baste recordar su gloriosa muerte en la cruz
seguida de una resurrección no menos espectacular
un aplauso para N. S. J.
NICANOR PARRA
Sermones y Prédicas del Cristo de Elqui
Carta pastoral escrita por el obispo de La Serena,
monseñor José María Caro,
25 de febrero de 1931
Queridos hijos del Señor:
Lo que ha estado pasando entre vosotros ha llenado de amargura el alma de vuestro obispo.
Se ha presentado entre vosotros un pobre iluso de los que hay muchos en el manicomio, y al cual los fieles, que lo son todos para ir a la iglesia, para cumplir su santa religión y para cumplir sus deberes, lo han acogido como el enviado de Dios, como el mismo Mesías, nada menos, y le han formado su comitiva de apóstoles y creyentes.
Mientras que los fieles sensatos e instruidos han estado tolerando el escándalo sufrido por semejante blasfemia y alucinación y por las irrisiones de las personas sin fe, siempre prontas en su mezquino criterio para aprovechar cualquiera ocasión de manifestar su falta de conocimiento y aprecio de las cosas y personas más dignas de universal veneración... ¿Cómo ha podido suceder esa contagiosa alucinación? Dios lo ha permitido para castigo de unos y humillación de muchos.
Todos somos bastante sensatos para descubrir cuándo alguien está en su sano juicio y cuándo lo ha perdido. Si entre vosotros se levantara un pobre campesino y os dijera seriamente: «Yo soy el rey de Inglaterra» y se rodeara de ministros a semejanza de ese rey, y se vistiera con un traje especial para manifestar esa dignidad... ¿habría alguna persona cuerda, una sola, que no viera la perturbación mental que ese pobre padecía? ¿No sucedería lo mismo si dijera que es el Padre Santo?
Y, sin embargo, hay quienes no han visto su perturbación mental porque el pobre enfermo no se ha imaginado ser un personaje de la Tierra, sino nada menos que el mismo Rey de los Reyes y Señor de los Señores.
Repito que los manicomios están llenos de cosas semejantes... ¿Y hay entre vosotros quienes se dejan guiar por alucinados?
Yo espero que vosotros, que habéis sufrido ante tal espectáculo, ayudaréis con vuestra caridad, con vuestras oraciones y con vuestros consejos a disipar esa contagiosa ilusión.
Os pido, por el amor de Dios y de nuestro hermano, que todos debemos tener, que hagáis todos, con vuestro párroco a la cabeza, todo esfuerzo para apartar del peligro a los que puedan caer en él, y por volver en sí a los que se han dejado alucinar.
Espero, por otra parte, que cuando las autoridades se hayan dado cuenta del mal, como os lo he indicado, pondrán pronto remedio para que se acabe del todo.
Os deseo paz y felicidad en el Señor.
José María Caro
1.
La pequeña plaza de piedra parecía flotar en la reverberación del mediodía ardiente cuando el Cristo de Elqui, de rodillas en el suelo, el rostro alzado hacia lo alto —las crenchas de su pelo negreando bajo el sol atacameño—, se sintió caer en un estado de éxtasis. No era para menos: acababa de resucitar a un muerto.
De los años que llevaba predicando sus axiomas, consejos y sanos pensamientos en bien de la Humanidad —y anunciando de pasadita que el día del Juicio Final estaba a las puertas, arrepentíos, pecadores, antes de que sea demasiado tarde—, era l