1. El meteorito
Pedro se sobresaltó al advertir el resplandeciente recorrido de aquella estrella fugaz que rasgaba la negrura del cielo.
—¿No la habéis visto?
Perplejos, Mónica y Fran volvieron hacia él sus miradas.
—¿Ver qué? —preguntó Fran.
—Una estrella fugaz, enorme.
Un matrimonio veterano y un solitario que solamente durante algún tiempo de su vida vivió en compañía: el pequeño grupo fraguado en una ligazón antigua, al parecer inquebrantable, se había reunido otro verano más. «Acaso el último verano», solía pensar Pedro con incómoda resignación.
Aunque estaban a principios de agosto, los días seguían siendo muy plácidos. «Agosto, frío en rostro», se decía en otros tiempos, y ciertamente había en el ambiente un frescor que hacía gustosos esos momentos de la noche, a sus espaldas los crujidos tenues del monte, ante ellos la invisible serenidad del valle marcada por el crepitar de los insectos, o algún ladrido disperso, a lo lejos las luces de la capital.
La placidez enlazaba aquella noche con muchas otras semejantes de tantos veranos del pasado, desde los tiempos de la lejana adolescencia, los tres sentados en la galería de una vieja casa de campo.
Fran y él eran primos, tenían casi la misma edad y habían estudiado juntos la carrera. En los tiempos de la adolescencia, un verano a la orilla del mar, conocieron a Mónica, y Pedro y ella habían comenzado un noviazgo cimentado en besos ocasionales y caricias furtivas que haría reír a los jóvenes de ahora.
—No la he visto —dijo Fran.
—Tampoco yo —confirmó Mónica.
—Un resplandor muy intenso. Como si fuese un meteorito importante.
Al pronunciar aquella palabra, meteorito, Pedro encontró la clave de su sobresalto.
El tercero de los años de su noviazgo con Mónica, último de la carrera, ya muy consolidada la relación amorosa, invitó a la muchacha a pasar una temporada en el lugar del valle montañés, la casa de los abuelos, donde habían transcurrido los veranos de la infancia en compañía del inseparable Fran y de otros primos, ahora ya ausentes o desaparecidos.
También aquel verano estuvo con ellos Fran, y también por las noches se sentaban en la galería y tomaban el fresco mientras charlaban, con la mirada perdida en las es