Índice
Portadilla
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Notas de la conversión
Sobre el autor
Créditos
Delicioso puñado de nieve en los labios
de quienes se afanan en el calor del verano.
Deliciosos los vientos primaverales
para los marineros que desean zarpar.
Y más deliciosa aún la sábana sola
que cubre a los amantes.
Me gusta citar versos antiguos cuando se presenta la ocasión. Recuerdo casi todo lo que oigo; y me paso el día escuchando. Pero a veces no sé qué hacer con ello. Cuando sucede así, recurro a palabras o frases que suenan ciertas.
En el barrio de Plaka, que hace un siglo más o menos era una ciénaga y hoy es donde se pone el mercado, me llaman Tsobanakos. Este nombre significa pastor de ovejas. Montañés. Me lo pusieron por una canción.
Todas las mañanas, antes de ir al mercado, me limpio los zapatos y me cepillo el sombrero, que es uno de esos tejanos. En la ciudad hay mucha contaminación y mucho polvo, y el sol empeora aún más las cosas. También llevo corbata. Mi favorita es una muy llamativa azul y blanca. Un ciego no debe descuidar su aspecto. Si lo hace, habrá quienes saquen falsas conclusiones. Me visto como un joyero, y vendo tamata, exvotos, en el mercado.
Los tamata son objetos muy apropiados para un ciego, pues se distinguen al tacto. Unos son de hojalata, otros de plata y también los hay de oro. Tienen el grosor del lino y el tamaño de una tarjeta de crédito. El nombre tama viene del verbo tázo, hacer votos. A cambio de una promesa, la gente espera que la bendigan o que le concedan un favor. Los jóvenes compran un tama con una espada cuando se van al servicio militar, y esto es una forma de pedir: Que no me pase nada.
O tal vez a alguien le ocurre algo malo. Puede ser una enfermedad o un accidente. Aquellos que quieren a la persona que está en peligro hacen un voto ante Dios de que llevarán a cabo una buena acción si la persona que quieren se salva. Cuando uno está solo en el mundo, también lo puede hacer para sí mismo.
Antes de entrar en la iglesia a rezar, mis clientes me compran un tama y le cuelgan una cinta que después atan a una barandilla junto a los iconos. Esperan que de esta forma Dios tenga siempre presentes sus súplicas.
En el ligero metal de los exvotos hay repujado un emblema de la parte del cuerpo que está en peligro. Un brazo, una pierna, un estómago, un corazón, o, como en mi caso, un par de ojos. Una vez tuve un tama con un perro, pero el párroco protestó diciendo que aquello era un sacrilegio. No entiende nada de nada este cura. Ha vivido siempre en Atenas, y por eso no sabe que en las montañas un perro puede ser más importante, más útil, que una mano. No se puede imaginar que la muerte de una mula puede ser peor que una pierna que no acaba de sanar. Le cité al evangelista: «Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre Celestial las alimenta». Cuando se lo dije, se tiró de la barba y me dio la espalda, como si huyera del demonio.
Los músicos de bouzouki saben mejor que los curas lo que necesitan los hombres y las mujeres.
No pienso decir a qué me dedicaba antes de quedarme ciego. Nunca lo sabréis, por más que lo intentéis.
La historia empezó la Pascua pasada. El Domingo de Pascua. Era cerca del mediodía y el aire olía a café. El olor a café llega más lejos cuando el sol está alto. Un hombre me preguntó si tenía algo para una hija suya. Se hacía entender en un inglés chapurreado.
¿Una niña pequeña?
Ya es una mujer.
¿De qué padece?, pregunté.
De todo, respondió él.
¿Un corazón, quizás, sería adecuado?, le sugerí finalmente, palpando en la bandeja y dándole uno.
¿Es de hojalata? Por su acento pensé que sería francés o italiano. Supongo que tenía mi edad, o tal vez era un poco mayor.
Tengo uno de oro, si quiere, dije yo en francés.
No tiene curación, contestó.
Lo más importante es la promesa que haga, a veces es lo único que se puede hacer.
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