Vatanescu y la liebre

Tuomas Kyrö

Fragmento

libro-1

Índice

Portadilla

Índice

Primer capítulo

Segundo capítulo

Tercer capítulo

Cuarto capítulo

Quinto capítulo

Sexto capítulo

Séptimo capítulo

Octavo capítulo

Noveno capítulo

Décimo capítulo

Último capítulo

Sobre el autor

Notas

Créditos

libro-2

Primer capítulo

en el que se relata cómo Vatanescu se va a trabajar al extranjero, tiene que separarse de su hermana y organiza una barbacoa

libro-3

 

Había más alternativas, claro. Nuestro protagonista podría haberse dedicado a robar coches, o cable de cobre, o incluso haber vendido uno de sus riñones. Pero de todas las malas ofertas que le hicieron, la de Jegor Kugar fue la mejor. Un año de contrato laboral garantizado, transporte hasta el lugar de trabajo y empleo para su hermana, con el plus de una dentadura nueva y dos implantes de silicona.

Vatanescu le dejó a su exmujer una nota en la que prometía hacerle llegar la manutención del chico según fuese acumulando ganancias. Tras el divorcio, las relaciones entre él y la madre de Miklos se habían vuelto un tanto infecciosas, tanto que la pus brotaba a la mínima, por más que se tratase de dos personas de buena voluntad. Pero cuando el amor se acaba, son muchas las candidatas a ocupar el hueco que este deja: la envidia, la amargura, la venganza, la estridencia, la hijoputez.

Vatanescu se sentó al borde de la cama en la que su madre y Miklos dormían abrazados. Le quitó el calcetín del pie derecho a su hijo, que ni se movió, y dibujó la silueta de la planta en un papel.

Tendrás tus botas para jugar al fútbol.

Papá te va a conseguir unas botas para jugar al fútbol.

libro-4

 

El kleinbus lleno de manchas de óxido partió del sur con destino al norte, la caja de cambios exasperándose en las cuestas arriba, los frenos echando chispas en las cuestas abajo, y mientras, los viajeros resistiendo como jabatos, hacinados en la parte posterior. La infernal furgoneta era de la misma quinta que Vatanescu, de la misma que el fútbol total de Holanda. Para ser más exactos, el kleinbus había sido fabricado el mismo año en que Vatanescu vio el relámpago de la libertad. A saber, la única cadena de televisión de su país emitía cada noche el mismo discurso del dictador, solo que aquella noche la pomposidad de este se vio interrumpida por un fogonazo de los Monty Python. ¿Qué locura, qué clase de desatino era aquello del Ministerio de los Andares Tontos?

Vatanescu tenía un pezón en la boca, pero como Nadia Vatanescu estaba viendo la televisión, además de la leche lo salpicó una gota del mundo libre. Libre de sentido común.

Sentado en el fondo de la furgoneta, sostenía la mano de su hermana dormida entre las suyas.

Si fuese capaz, te protegería.

Primero hay que cuidar de uno mismo.

Tú siempre me has protegido.

Klara Vatanescu había salido a su abuela Murda en el mal pronto y en su habilidad como ama de casa. De haber sido otras las circunstancias, hubiera podido ser una robusta nómada, o ministra de asuntos exteriores. Pero en aquella realidad —la única posible para ella— era la más pobre de todos los pobres, e iba sentada encima de la única mercancía que podía ofrecer. Vatanescu permaneció en vela, contemplando a través de las rendijas de ventilación de la puerta trasera iglesias y pueblos lejanos que le eran ajenos, poblados por seres desconocidos, con sus sartenes de teflón y sus descodificadores de TDT con grabadora, seres con un horario fijo para comer e ir a la escuela, para aparearse, con planes de futuro, con control sobre los intereses de sus préstamos, hijos con ortodoncias, gente en edad de jubilarse, con parcelas en el cementerio, flores sobre el montoncito de tierra de la tumba..., todo el paquete.

Vatanescu abrió una lata de conserva. El contrato de transporte que había hecho con Jegor Kugar incluía la pensión completa, es decir, una hamaca de malla y carne en lata. La fecha de fabricación era 1974, y como país de origen, impreso en el culo del recipiente, figuraba SWE. El propósito original de las latas era el de asegurar la supervivencia tras una posible guerra nuclear, guerra que nunca había llegado a producirse, para desgracia del comprador. Las conservas se habían pasado de fecha en algún lugar del norte sin armas atómicas, y por eso el ejército de Suecia se las había revendido al primer intermediario dispuesto a comprarlas, el cual, por su parte, se las había revendido al crimen organizado internacional, que a su vez las estaba repartiendo entre la mano de obra temporal. El producto cárnico bajó por el esófago de Vatanescu y llegó hasta su estómago, donde estuvo un rato burbujeando, causándole los retortijones habituales del flato.

En algún lugar lejos de allí, un avión despegó y otro aterrizó al bajarse Klara de la furgoneta, poco antes del amanecer. Vatanescu oyó a través de la fina chapa el motor en ralentí de un coche de clase premium y se deslizó sigilosamente hacia las rendijas de ventilación. Pudas, uno de sus compañeros de viaje, se quejó de la peste que flotaba en la furgoneta, asegurando que podía cortarse con el abrelatas que acababan de usar.

Tú puedes aguantar el olor de un pedo.

A mí se me llevan una hermana.

Estaban en un baldío, y junto al coche había unos hombres jóvenes a los que, haciendo honor a la verdad, habría que calificar de gilipollas. Gafas de sol, pantalón de chándal de los noventa, modelo «macarra de cola de quiosco de salchichas» y pelo repeinado hacia atrás con un exceso patente de gomina. Los gilipollas en cuestión querían parecerse a los gánsters de las películas que veían, pretensión inútil donde las haya, ya que su auténtica esencia, su identidad y su conflicto trascendían las fronteras. Pequeños maleantes polacos, rompedores de dedos expulsados del ejército ucraniano, matones de escuela hijoputas de Turkmenistán, albaneses puteados en el colegio, cuyas vidas habían sido destruidas por algún cabrón.

Vatanescu vio que uno de los gilipollas abría la puerta trasera del coche. Klara entró inclinándose y Vatanescu recordó entonces cómo había aprendido a nadar

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos