Réquiem habanero por Fidel

J.J. Armas Marcelo

Fragmento

ALFAGUARAHISPANICA

J. J. Armas Marcelo

Réquiem habanero por Fidel

1.

Lo que más me subleva de Belinda es que me lleve la contraria y siempre termine teniendo razón. La madre tiene la culpa. Se la llevó de pequeña para San­ tos Suárez y la maleducó con tanto sahumerio y sante­ ría. Por eso la llamada de anoche desde Barcelona me dejó pegado a la pared.

—Oye, coronel, papi, que soy tu hija, sí, desde Barcelona. Que aquí dicen los noticieros que se murió el hombre para siempre... Sí, el Inmortal que tú de­ cías, el hombre que no podía morirse porque era un caballo sagrado. Pues, fíjate, viejo, murió de un ata­ que, eso dicen las noticias, se murió destripado en san­ gre, dicen...

Mi hija Belinda, carajo, dándome la noticia maldita, la noticia de la muerte del Comandante en Jefe, la peor noticia del mundo.

—No se te olvide más, yo me llamo Belinda, no me llamo Isis ni ninguna de esas tonterías egipcias tuyas o lo que sea —recuerdo que me dijo cuando no era más que una niña.

Belinda. Quiso llamarse Belinda y ser bailari­ na desde que era casi una pionera, no levantaba los pies del suelo y ya andaba bailando por las aceras. No caminaba, bailaba por las aceras, volaba y convertía en escenario cualquier espacio al aire libre, todos mis em­ peños fueron inútiles, toda una vida en la Revolución para nada, para que se vaya a Barcelona de bailarina. Ya sé, ya sé, carajo, otras están de jineteras ahí, para­ das al sol, con cualquier blanquito europeo, y Belinda no jugó nunca a puta. Baladrona.

—Mi hombre será un español que me lleve por el mundo —me dijo cuando ya despuntaba y todos decían que era una de las mejores bailarinas de Cuba— y me haga una gran estrella del baile. Me da que va a ser un español el que se va a enamorar y me va a llevar hasta el cielo. A Barcelona, a París, a Londres. ¿Tú me entiendes, papi?

—De grande tú vas a ser médico, Isis, el mundo necesita médicos que salven vidas humanas, la solidar...

—Papi, no seas pesado, yo no voy a ser médico, ni voy a hacer nada por la solidaridad, yo nací bailari­ na. Me llamo Belinda y en cuanto pueda me escapo, me voy al mundo, flu, flu, flu, vuelo con mis alas y desaparezco de este calor que me asfixia. Ni loca voy a ser médico, papi. Mira a ver, Mami, explícaselo tú, que él es muy cerrado de mollera, Mami.

Mami es Mami. Yo también la sigo llamando Mami, todavía. La llamé Mami y la sigo y seguiré lla­ mando Mami. Se separó de mí cuando me fui a An­ gola con Ochoa y los jimaguas por orden de Raúl.

—Tú vas y eres mis ojos y mis oídos. Y me lo cuentas todo —me dijo Raúl.

Todos mis servicios me los pagó la Revolución con un taxi negro, un buen carro para el turismo, una guayabera blanca y limpia y un retiro digno. Un coro­ nel de la Seguridad del Estado, un seguroso como yo nunca dudó del Comandante en Jefe ni de Raúl. Y aho­ ra, a la vejez, echado aquí, en mi cuartucho, viendo la televisión, viendo y oyendo la cháchara interminable de Chávez, veo otra vez la misma película, pero qué es esto, me pregunto, y la oigo a ella hace años gritándo­ me, a mi hija Isis, bueno, Belinda, la bailarina de Ma­ rocco de Barcelona, carajo, que si todavía sigo creyen­ do en la brujería de Fidel...

—¡Tú te has vuelto loco, chico! El más grande, el hombre más grande que ha dado el siglo xx... Pero si este hombre es una ruina —le oigo decir esa mierda desde hace años y no sé cómo me contengo y no le parto la cara de un solo bofetón y ya está, silencio—, pero tú no te das cuenta de nada, el hombre ese ni si­ quiera es cubano, no sabe tocar una guitarra, ni sabe lo que son los metales, no baila, no bebe ron, todo el día vestidito de verde para arriba y para abajo de esta islita, pobre de ella. Es un español más, no te fijas, ¡un cuartel, carajo!, un cuartel es lo que ha hecho de Cuba con tanta invasión y tanta bobería. A ver, dime tú, sol­ dado, ¿dónde está la invasión, dónde que no la veo?

—Estás jodido, Mulatón —recuerdo que inter­ vino Mami, porque Mami siempre interviene cuando no debe—, yo me voy a ir para Santos Suárez a casa de mi madre y me llevo a vivir conmigo a la bailarina re­ belde, para que te enteres de una vez...

Mulatón, Mulatón, ganas de joder de Mami. Siempre que pudo me llamó Mulatón para menospre­ ciarme, para ningunearme y humillarme, eso es lo que quiso siempre, no respetó nunca ni estrellas, ni basto­ nes, ni uniformes ni autoridad ninguna, una descreída total, influyó mucho en Isis, quiero decir, Belinda.

—Mami, Mami, tú sabes que me llamo Wal­ ter, respétame, no me llames mula...

—¡Ay, ay, ay!, chico, si tu madre estuviera viva y viera esto, viejito, se moriría de la risa, claro que te llamas Walter, si lo sabré yo, ¿no lo voy a saber?, pero eres mulatón, mulatón...

Mulatón, mulatón, como si ella fuera blanca, como si no viniera de donde vino, más allá de Pogo­ lotti, y hablaba de Santos Suárez como si fuera Man­ hattan, ella es la que ha pervertido a la bailarina. Por eso anoche, cuando recibí la llamada de Belinda des­ de Barcelona, me quedé otra vez pegado a la pared, sin respiración, como si me fuera a dar un infarto, marea­ do, como si todo se fuera a ir de un momento a otro para la misma pinga del carajo...

—Coronel, papi, es Belinda desde Barcelona, tu hija. ¿Ya te enteraste de la noticia?

Tantas veces lo han matado en el mundo para después verlo aquí, en la televisión, con una salud de hierro desmintiendo su muerte, muerto de la risa, que es de lo único que se muere el Comandante, que se muere de la risa todos los días, de sus enemigos se muere de la risa, rodeado de niños de escuela y pio­ neros, aplaudido por la gente, que ya no me creo que se vaya a morir. Hace tiempo que dejó de cagar por donde lo hacemos los mortales, dicen que tiene un aparato que científicos secretos, vaya uno a saber si americanos, han creado especialmente para él. Que tiene un agujero en el cuerpo, por detrás, pero por encima del culo, al lado derecho de la cintura, y por ahí se entuba cada vez que le hace falta y echa la mierda, y tan tranquilo, tú. No se va a morir nunca. En el fon­ do él seguirá llevando al país por donde siempre, él sabe lo que hace, y enfermo y todo, y con ese aparato pegado a la cintura, sigue haciendo su trabajo, ahí es­ tán los artículos del Granma, ¡irrefutables, carajo!, ¡irrefutables!

—¿Y ahora quién tenía razón, tú, el hombre o yo, papi? Yo, mi amor, yo tenía razón, lo que pasa es que tú eres ciego completo, no ves nada desde nunca, siempre oyendo lo que diga el brujo, estás viendo negro y si él dice blanco, tú dices blanco y más nada. Chico, despierta, que eso es brujería.

Belinda por teléfono desde Barcelona, dándo­ me gritos. No tuve nunca autoridad moral para edu­ carla, para meterla en una camisa de fuerza y tenerla ahí, en silencio y al oscuro en el último rincón de esta casa ahora en silencio y a oscuras, durante dos o tres días, sin comer ni beber, para que aprendiera, como se lo hicimos a los contrarrevolucionarios y traidores en Villa Marista, que los metíamos en la gaveta y se iban por las patas en un dos por tres, cantaban de todo, bo­ leros tristes, danzones alegres, hasta mambos canta­ ban si nosotros queríamos. Pero, viejo, no iba a hacer­ le lo mismo a mi hija, a la bailarina.

—Mira, Gualtel, mi amor —Mami me llama­ ba Gualtel, mi amor cuando quería de verdad darme una orden sin que pareciera que era una orden, sino una sugerencia

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