La oficina

Lars Berge

Fragmento

libro-1

Índice

Portadilla

Índice

Cita

Think outside the box

The pause that refreshes

Wassup?!

Empowering people

Because you’re worth it

Ideas for life

Setting the standards

Choose freedom

Be all that you can be

We’re moving beyond documents

The makeup of makeup artists

Never stop exploring

Wireless made simple

One world. One vision

Guaranteed to keep you dry

Because health matters

Impossible is nothing

Connecting people

Sense and simplicity

They’re g-r-r-reat!

Bringing ideas to life

Intel inside

Snap! Crackle! Pop!

Unleash the beast

Your potential. Our passion

Solutions for a small planet

Come to Marlboro Country

Born to perform

The ultimate driving machine

We try harder

I’m lovin’ it

Performance in ironmaking

Affordable solutions for better living

Make. Believe

Share the fantasy

Connecting people

Kinder surprise!

Reach out and touch someone

Something special in the air

Because first impressions last

Live life to the max

The mark of a man

Once you pop you can’t stop

I go cuckoo for Cocoa Puffs!

Priceless

Listen and you will see

It’s your world. Take control

Born to perform

Healthy, beautiful smiles for life

Vitalizes body and mind

Because you’re worth it

Power to hit pain where it hurts

Get that good coffee feeling

Your potential. Our passion

It’s all about the customer

Taking care of business

Melts in your mouth, not in your hands

Just do it

The world, on time

You’ve come a long way, baby

Enjoy!

Epílogo

Nota de los traductores

Sobre el autor

Créditos

libro-2

¿No te apetece sonreír? Entonces ¿qué se hace? Dos cosas: primero, oblígate a hacerlo. Si estás solo, oblígate a silbar o tararear o cantar una canción. Actúa como si ya fueras feliz, y te resultará más fácil serlo.

DALE CARNEGIE

libro-3

Think outside the box

La caja de cartón ocupaba todo el palé sobre el que se hallaba, una superficie estándar de 1.168 × 768 milímetros. Medía su buen metro de alto y la habían cerrado con cinta de embalaje y unas resistentes tiras blancas de nailon.

Según el albarán, contenía mobiliario de oficina. Sin embargo, del interior salía un ruido raspante que, al cabo de un rato, se transformó en unos sonoros golpazos asestados contra el sólido cartón, cosa que acabó despejando todas las dudas sobre si la caja no alojaba en realidad a un ser vivo. Se oyeron unos gritos ahogados pidiendo auxilio pronunciados por una voz que, aunque inusualmente estridente, debía, a todas luces, pertenecer a un hombre. Por desgracia, no había nadie que pudiera oírlo; la estancia se hallaba vacía, y la iluminación, apagada. Las manecillas del voluminoso reloj que colgaba en la pared marcaban las seis y media de la mañana.

Se apreciaron unos golpes sordos, y las paredes de cartón se abombaron indicando que la persona allí encerrada trataba de salir. Al final el acartonado embalaje volcó y cayó al suelo. Era como ver romperse un huevo cúbico: un pie atravesó la tapa, seguido de un brazo y, a continuación, se asomó una despeinada cabeza. De pronto, las tiras de nailon cedieron con un chasquido seco y de la caja, junto con miles y miles de bolitas de poliestireno, salió rodando un individuo embutido en unas mallas negras. La electricidad estática hizo que las bolitas se le adhirieran al cuerpo. Además, se le habían introducido en la nariz y se le habían pegado a la lengua y al interior de las mejillas formando una masa pringosa. Incluso se le habían metido en la garganta, lo que le causó una tos tan fuerte que acabó dándole arcadas. Las bolitas colgaban en largos hilos de flema que salían de su boca mientras permanecía encorvado con las manos sobre las rodillas. Al cabo de un rato carraspeó y escupió en el suelo.

El hombre se enderezó y miró a su alrededor con los ojos entrecerrados. Después empezó a palpar las bolitas de la caja, mascullando insultos, hasta que dio con un par de gafas de sólida montura de pasta. Se las puso torpemente, y echó a andar a tientas en la oscuridad rumbo a la salida. Descubrió que una escoba bloqueaba la manilla. La quitó y abrió la puerta. La luminosidad matinal que se filtraba por la ventana de la sala le obligó a entornar los ojos.

—No, no, no… —gimió el hombre que acababa de estar empaquetado en una caja de cartón reciclado.

Tras tropezarse con una pila de hojas DIN A4, se golpeó en la espinilla con una silla ergonómica de oficina que yacía tirada en el suelo. Con creciente desesperación paseó la mirada a su alrededor. Se hallaba ante una oficina en ruinas: las pantallas de los ordenadores estaban destrozadas, mesas y paneles separadores volcados, y en el techo las lámparas pendían rotas de sus cables. Piezas sueltas de una impresora láser cubrían el suelo, y grandes agujeros salpicaban las paredes de yeso. En el centro de la moqueta se veía una mancha oscura que daba la impresión de ser sangre. Las marcas de sangre conducían hacia la puerta de entrada trasera, como si alguien hubiese sacrificado un animal en medio de la estancia para luego arrastrar el cadáver entre los escombros hasta los ascensores que llevaban al aparcamiento subterráneo.

El hombre descubrió un dispensador de agua que a ojos vistas había logrado mantenerse a salvo de aquel huracán que parecía haber arrasado la sala. La máquina llevaba un logo de la empresa Eden Spring y la adornaba un eslogan: «¡Aumenta tu capacidad creativa!». El individuo sostuvo con manos temblorosas un vaso de plástico debajo de la boquilla, pero todo lo que salió del pequeño grifo metálico al tirar de la manija fue un siseo. Alguien, sin conseguirlo del todo, había intentado romper el grueso cristal de la máquina de refrescos, situada junto al dispensador. Lo único que quedaba en ella era una lata de Bonaqua, agua mineral gasificada con sabor artificial a frutos del bosque. Halló unas monedas en el suelo y trató de introducirlas en la ranura con dedos torpes, pero se le cayeron y rodaron en todas direcciones. Al recogerlas, maldijo su suerte entre dientes. Hasta que tecleó el código numérico que correspondía al refresco de su elección no descubrió que la máquina, como todos los demás aparatos de la oficina, carecía de corriente eléctrica. La pantalla se presentaba gris plata y vacía, al igual que el cielo al otro lado de las ventanas. Se encaminó cojeando hacia un letrero que colgaba

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