La vida en las ventanas

Andrés Neuman

Fragmento

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Ayer resucité. No estuvo mal. No hay grandes cosas que hacer, los domingos.

Afuera han empezado a limpiar la piscina. Los vecinos se asoman de vez en cuando a las ventanas, como para presionar al jardinero. Por mí puede tomarse todo el tiempo que quiera. Verlo trabajar me tranquiliza. Arrincona las hojas que han caído en la superficie, cuela el agua con una paciencia adormecedora, pasa un aspirador por el fondo y vuelta a empezar. Cuando se marcha, el agua va aquietándose. Avanzada la tarde, toma un brillo de pantalla. Nadar en la piscina se parece bastante a navegar por la Red. Es silencioso. Es fresco. Es fácil sumergirse. Y muy fácil ahogarse.

Mi madre acaba de llegar y ni siquiera me ha mirado. Vete a saber qué ha hecho con su antiguo entusiasmo. Admito que yo tampoco me he levantado a saludarla. Llamémoslo empate.

No espero que me llames uno de estos días, pero siento cierta curiosidad: ¿qué haces con tu vida, Marina? Te imagino ocupadísima, estudiando para esas oposiciones que nunca llegan. Lo comprendo, de veras, lo comprendo. Aun así, me permito añadir que es de buena educación responder de vez en cuando los correos.

Anoche vi un anuncio que me dejó impresionado. Un hombre y una mujer avanzaban de la mano por encima del mar. No quiero decir que volaran. Sencillamente caminaban como nosotros, sólo que ellos lo hacían sobre el agua. Lo que más me impactó fue que al fondo de la imagen, a los costados, en el cielo, por todas partes había un color blanco. Un color blanco y nada más. Una pareja había conseguido el milagro de andar entre las olas, pero no tenía ningún horizonte hacia el que dirigirse.

Qué idiotez.

En fin, pronto estará lista la cena. Me inquietan las comidas con mi madre. De vez en cuando recupera cierta iniciativa y me pregunta cómo estoy, qué hago, con quién voy, esa clase de amabilidades que suelen terminar en y por qué no te buscas un trabajo, ya que no vas a tomarte en serio los estudios. ¿Tomarme en serio los estudios? Prefiero ser inútil que carne de cañón.

Si no tienes tiempo para salir, a lo mejor podría hacerte una visita. Tu casa me encantaba. Sobre todo el balcón. Las vistas eran una mierda —mis disculpas— pero ahí estaban tus flores, yo diría que jazmines y ciclámenes y algunos pensamientos. En primavera daba gusto asomarse a ese balcón. Era como entrar en el cuarto de los aromas. Pensarás que lo que me interesaba era terminar desnudos contra los azulejos. Y sin embargo, créeme, lo que tengo más presente es el perfume, una mezcla sin nombre que podría identificar entre cien jardines. Será porque aquí en casa sólo tenemos tres macetas secándose, o porque a estas horas empiezo a divagar un poco, o yo qué sé. El único problema es que las vistas eran una mierda.

Me voy. Te llamo. No, mejor te escribo. Así pienso mejor lo que te cuento. Contéstame si puedes. Localizarte en el móvil es una quimera: siempre aparece ese buzón de voz. ¿Has pensado qué cosa más extraña es un buzón con voces?

Mi madre está gritando. Si no se comporta, se quedará sin postre. Te escribo de nuevo mañana o pasado,

Net


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Es curioso comprobar, querida Marina, cómo cambian las familias conforme envejecen. Casi todas comienzan con los mejores propósitos, pero acaban desenmascarándose en cuanto la autoridad se tambalea: entonces inventamos cuentos sobre los paraísos de la infancia. Hace un rato presencié cómo mi madre le prohibía a Paula ir a dormir con su novio. Yo no tenía ganas de intervenir en la discusión, aunque lo cierto es que mi hermana hubiera necesitado algún apoyo para ganar esa batalla. ¿Por qué no la ayudé? Misterio. Esas cosas se hacen o no se hacen.

Un momento, un momento. Se me ocurre una explicación honrosa. Por lo menos una. No intervine porque sospechaba que, en realidad, el instigador de la prohibición estaba ausente. Mi padre había transmitido ciertas opiniones, y estaba en la empresa o donde fuese. Yo hubiera querido ayudar a mi hermana para que se rebelase frente a él, no para hundir más a mi madre. Para hundirse, mi madre no precisa la colaboración de nadie. Así que me callé y me limité a seguir el intercambio de berridos como un partido de tenis.

No sé si recuerdas cómo es mi hermana. En la época en que nos veíamos, mi padre no tenía que desviar la vista de su escote para mirarla a los ojos. Paula siempre había sido una hija dócil. Sacaba buenas notas. Se acostaba temprano. Decía sí y decía bueno. Últimamente no dice nada, desaparece con sus amigos de las motos y vuelve de madrugada con olor a marihuana en el pelo. Nada grave. El caso es que ahora le ha salido a mi madre con que ella también tiene derecho a la intimidad y, en fin, para eso espérate a pagar tu propia casa y ya decidirás entonces qué se puede y qué no se puede hacer, etcétera y etcétera. Aburridísimo. Lo malo de recibir una educación tan previsible es que consigue que dejes de pensar en ella. Memorizas tan bien sus principios, sus lemas recurrentes, que ya no significan nada cuando te los repiten.

Evadámonos.

El otro día encontré una página sobre cine mudo. La información parece infinita, el diseño no es demasiado torpe y las imágenes se cargan rápido. Por si te interesa, la dirección es www.charlot!.com. Me acuerdo de cuando nos colábamos en las sesiones del cine club. Hace poco volví a intentarlo y estuvieron a punto de echarme a patadas. Yo resistí en mi papel. Juré que acababa de salir de la sala para hacer una llamada urgente. A ver tu entrada, entonces, dijo el corpulento individuo que me cerraba el paso. La he perdido, le contesté, uno nunca se queda con esos papelitos. El individuo corpulento me miró fijamente y prefirió dejarme pasar, porque la gente de la cola empezaba a impacientarse con nuestra discusión. No fue tan divertido. El peligro resulta diferente en compañía: cada uno teme por el otro.

Fin del archivo: lo copio y pego tal cual. ¿Lo malo, si breve, mitad de malo? Salgo un rato al bar de Xavi. Al fin y al cabo, estoy en deuda con él. Le debo hasta el apodo. Ya sabes que empezó a llamarme así en la Facultad, por mi adicción a Internet y al correo electrónico. A nuestros compañeros les hizo gracia, y hoy casi nadie sabe cómo me llamo. Algún día podrías venir conmigo al bar. No ha cambiado mucho. Las copas siguen siendo relativamente baratas y objetivamente malas.

Salud,

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Y si tanto te molesta, ¿por qué no vives solo?, me repitió mi p

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