Cuando llueve en Iquique

DANIEL F

Fragmento

Indice

Índice

  • Portadilla
  • Dedicatoria
  • Iquique: Diciembre 1979
  • Proemio
  • Lima: Diciembre 1879
  • Capítulo I
  • Capítulo II
  • Capítulo III
  • Capítulo IV
  • Capítulo V
  • Capítulo VI
  • Capítulo VII
  • Capítulo VIII
  • Lima: La llave 1881
  • Capítulo IX
  • Capítulo X
  • Capítulo XI
  • Capítulo XII
  • Capítulo XIII
  • Capítulo XIV
  • Capítulo XV
  • Capítulo XVI
  • Capítulo XVII
  • Capítulo XVIII
  • La Sierra: 1881 - 1883
  • Capítulo XIX
  • Capítulo XX
  • Capítulo XXI
  • Capítulo XXII
  • Capítulo XXIII
  • Capítulo XXIV
  • Capítulo XXV
  • Tornada: 1883
  • Capítulo XXVI
  • Capítulo XXVII
  • Iquique: Diciembre 1907
  • Capítulo XXVIII
  • Capítulo XXIX
  • Capítulo XXX
  • Iquique: Diciembre 1979
  • Epílogo
  • Expresiones y lexicografía
  • Notas
  • Sobre este libro
  • Sobre el autor
  • Créditos
Dedicatoria

A los muertos de nuestras eternas batallas.

llueve
Cubierta
llueve-1

Proemio

Se dice que Iquique, antes que sea poblada por los hombres, era tierra de “gentiles”, criaturas de muy mal humor que lanzaban flechas al cielo con la intención de matar a Dios. En respuesta, Diosito —que todavía era un adolescente y sabía responder— mandó que el Sol duplicara su inclemencia, y todo ese pedazo de continente se calcinó, achicharrando a los pequeños malintencionados. Desde entonces, aquella ardiente zona no ha bajado sus temperancias un solo grado y ha quedado como una de las áreas más secas y calurosas del planeta.

Y hacia allá partió la familia Ahumada Muñoz, hacia ese flamígero punto geográfico, en busca de la casa soñada. Condujeron su pequeño Peugeot desde Valparaíso, y dos días después entraron a Iquique. La familia Ahumada quedó en asombro ante aquel inédito universo de pampinos, entregados a sus quehaceres, a sus sonrisas de encendida curiosidad y a la oblicua estabilidad de sus doradas calles. Un semáforo los detuvo entre sus pliegues. El empolvado carabinero de la intersección los orientó entre la luminosa arena. Hacía un calor de calderas. De pronto la vieron. Era una casa preciosa, estilo georgiano, pino Oregón, siglo XIX, en perfecto estado, pincelado en tonalidades marrones y cuya última remodelación databa de 1947. En la puerta los esperaba un señor flaco y de aburrido traje, Dilmo Collantes Estremadoiro, el impetuoso y hablantín agente inmobiliario.

—Bienvenidos a Iquique, familia Ahumada —exclamó el señor Dilmo secándose el sudor—. Espero que hayan gozado de un buen viaje.

El señor Ahumada, su esposa Virginia y el joven fruto de la pareja, de nombre Esteban, que llevaba una radio pegada a su oído, bajaron del auto dando ligeros vistazos al vecindario mientras estiraban coyunturas. Alrededor de ellos, los soleados vecinos comenzaron a observarlos con extrañeza. Cuando al fin lograron abrir la puerta de aquella antigua casa, una gran bocanada de luz se aventuró a penetrar en la habitación principal, haciendo que las hebras de aquel insolente fuego comenzaran a perfilar las desiguales siluetas de los visitantes.

—Esta es la casa, señores Ahumada —dijo el agente—. Doscientos setenta metros cuadrados de purita época republicana.

—¡Válgame! Es más amplia de lo que aparenta, po —dijo el señor Ahumada al cruzar el pórtico con fascinada sonrisa.

Mientras tanto, la señora Virginia paseaba la mirada con asombro sobre aquel pulcro mobiliario, haciendo caminar sus dedos sobre los sillones, asombrándose de la limpieza y el grato olor a pino. El bello y enorme reloj alemán aún funcionaba; solo había que acordarse de darle cuerda y sacar brillo a sus refulgentes paredes de vidrio y caoba. Los lamparines de gas aún estaban en sus lugares, como hacía cien años. A todo esto, el barbilampiño muchacho, totalmente preso de la abstracción y el bostezo, seguía con su radio en la oreja, y se limitaba a ocupar un espacio del enorme sofá de cuero color ocre, dando la espalda a hermosos visillos de lazo y robusto terciopelo.

—Y dígame, señor Dilmo —dijo la señora Ahumada—, ¿a quién dice que perteneció esta casa?

—Uuuuh, señora Ahumada. Esto es de antes de la guerra del 79, pu. Originalmente perteneció a una familia peruana. Y como les dije antes, ha permanecido cerrada desde la partida de su último dueño, un antiguo soldado peruano que, según los informes, falleció en los años 30, acá en Iquique, ya de viejito...

—¿Y desde hace cuarenta años nadie la habita? —preguntó la señora, arqueando sus cejas—... Esta casa debe tener fantasmas...

—No, señora, no hay espectros en este hogar —dijo el señor Dilmo con una alegre mueca—. Por carecer de herederos, l

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