Memorias de un hijueputa

Fernando Vallejo

Fragmento

Colombianos: atropelladores, paridores, carnívoros, cristianos, ¿hasta cuándo van a abusar de mi paciencia? ¿Piensan que van a seguir impunes como hasta ahora, de fiesta en fiesta sentados en sus culos viendo darle patadas a un balón?

Empecé como presidente, seguí como dictador y hoy ando de tirano superándome en mis hazañas. Idos son los tiempos en que fusilaba. No bien asome mañana el astro rey su cabeza loca por entre el cendal de nubes del amanecer de la sabana empiezo la decapitadera. Testas cabelludas son las que van a rodar en las plazas de Colombia, van a ver. El pavimento, el empedrado, el embaldosado, lo que sea, de esas malditas ágoras en que hierve el populacho cuando por a o por be o por ce se congrega a aclamar gentuza, se teñirá de rojo, y de la bandera tricolor, vuelta monocromática por mi voluntad soberana, desaparecerán el amarillo y el azul para dejar tan solo, ampliado a todo su ámbito, el refulgente color de la sangre. Convertidos mis fusiladeros en degolladeros aquí no va a quedar defensor de los derechos humanos ni títere de la Corte Penal Internacional de La Haya con cabeza. Adiós a la alcahueta Declaración de los Derechos del Hombre de la Revolución Francesa porque otra revolución, aun más decapitadora, los reemplazará por deberes. Así que ya saben, connacionales, adiós a las fiestas civiles y religiosas, a los puentes y superpuentes, a los partidos de fútbol y copas mundo y cuanta alcahuetería haya parido la mente putrefacta de los curas y los políticos que los han gobernado durante su miserable Historia. Muy mal acostumbraditos me los tenían, ¿eh? Los voy a enderezar, a levantar del culo hasta mi altura moral. ¡Y ojo con la gratitud para conmigo! Que no se traduzca en el abyecto «Dios se lo pague» de este país mendicante (¿y cuándo han visto a ese Puto Viejo Insolvente pagar un peso?). Ni en estatuas que cagan las palomas. Los agradecimientos a mí me sobran, hago el bien porque me lo dictan las pelotas. Las que me cuelgan, grandes como las de mi amigo Gabito, como huevos prehistóricos.

Palomitas, ejército alado del Espíritu Santo, el Paráclito: volad al parque de Bolívar que por la estatua a caballo de este granuja venezolano lo conoceréis. Cabalga en bronce sobre un pedestal de mármol y el caballo le queda chiquito porque así lo quiso el escultor por rastrero, para engrandecer al jinete, que casi toca el suelo con las patas. Obrad a gusto sobre él, bañadlo de porquería. Lo llaman «el Libertador», ¿pero de qué nos libertó? ¿De los curas y los burócratas? Ahí siguen, mamando, pero camino a mi tumbacabezas, de mecanismo digital y bajo control del GPS, muy superior a la guillotina de monsieur Guillotin, una máquina burda, improvisada, hecha al vapor antes del siglo del vapor. En medio de un hervidero sanguinolento de cabezas cercenadas nació la maldita revolución de los derechos; en medio de otro nace ahora la bendita revolución de los deberes.

Para salir de una vez por todas de este venezolano bellaco y no volverme a ocupar de él, dicen que cabalgó en pos de la Gloria por media América, y que de tanto cabalgar le salieron callos en las nalgas. ¿Pero cómo supieron? ¿Le bajaron los calzones? Ah con estos paisanos míos tan perezosos, no constatan lo que dicen y van soltando la lengua. Si afirman que a ese homúnculo le salieron callos donde dicen, digan quién lo dijo. Hagiógrafo riguroso de tres santos con los que llené veinte años del vacío de mi vida, a mí el «dicen» no me sirve. En cuanto diga de su biografiado el biógrafo tiene que citar sus fuentes. Así he procedido yo con los míos, y así procederán los míos conmigo. ¡Pobres! Nada descubrirán, buscarán en vano; el fantasma que tienen enfrente pero que no ven les ha borrado todas las huellas y embrollado todas las pistas. ¿Que Cristo resucitó al tercer día? ¿Y quién vio? ¿Las santas mujeres? No son creíbles. De santas nada tenían estas putas con las que andaba el Hijo de Dios, muy dado a sus Magdalenas. Cristo no resucitó, ningún muerto resucita. Lo enterraron de carrera y se lo comieron los gusanos. Ontológicamente hablando (que es como me gusta a mí, sobre todo cuando me dirijo a tan cultísimos lectores), la Muerte borra la resurrección. «Resurrección» sobra en el diccionario. Si el hippie Cristo se paró y ascendió al cielo, no estaba muerto. ¿Y en qué ascendió? Ah, eso sí ya a mí no me plantea problema: en cohete. Bolívar en cambio perseguía a su novia la Gloria en mula, en un humilde jamelgo que soltaba cada dos por tres ventosidades por el tubo de la cola. ¡Qué grotesco! Ha debido perseguirla en un brioso y taponado corcel.

Punto y aparte, Peñaranda, y no me dejes hacer párrafos largos que desorientan al lector. Pártelos por la mitad como con machete. Como con una de esas herramienticas desbrozadoras de rastrojos y cabezas que se estilaban en nuestro país antes de mi invento y con las que decapitamos a trescientos mil, o por ai, en la era de la Violencia con mayúscula, como la solían escribir nuestros cronistas dando cuenta del horror. ¡Pero la pronunciaban con minúscula! Nadie pronuncia con mayúscula. ¡No jodan más entonces con la ortografía! Ministro de Educación, Gabriel, o como te llames: me suprimes del pénsum escolar la ortografía, que los pobres niños de hoy viven ya de por sí muy angustiados viendo a ver con quién copulan.

¡Y somos un país cristiano consagrado al Corazón de Jesús! ¿Cómo quieren entonces que estemos? Basta ya de ese cabecilla de hipócritas, que en el diccionario de sinonimia española que estoy escribiendo para la RAE puse «cristiano» entre los sinónimos de «malo». El Corazón de Jesús es un perturbado mental que se sacó el corazón del pecho y se lo señala con el dedo todo lacrimoso como poniéndonos la queja: «Miren lo que me hicieron los judíos». ¡Qué te iban a hacer, marica! Si estos usureros exhibicionistas que se recortan la punta de la manguera para que digan que tienen mucho de donde cortar de veras te hubieran crucificado, estaríamos en deuda eterna con ellos. Pero no. No hay prueba alguna de la muerte tuya. Vos ni siquiera exististe, ¡cardiópata!

Los quejumbrosos judíos, que piden compasión pero que no la tienen, de zarpazo en zarpazo les han quitado a los árabes de Palestina su territorio. Que dizque es de ellos. Que dizque del pueblo elegido. Que dizque desde que salieron de Egipto. Que dizque desde hace seis mil años cuando dizque cruzaron el mar Rojo, que dizque se abrió de par en par para que pasaran y se siguieran dizque por el desierto del Sinaí que dizque se gastaron cuarenta años en cruzar, tras de los cuales dizque por fin llegaron a la Tierra Prometida, dizque un jardín de leche y miel. ¡Cuál jardín de leche y miel semejante yermo! ¿De qué manga se sacaron semejantes conejos tan orejones? De la Historia no, de la arqueología tampoco. ¡Cuáles seis mil años! ¿Por qué mejor no le ponen diez mil? Ay, tan prehistóricos ellos… ¡Y cuál Egipto! Allá no estuvieron. ¡Y cuál cruce de ese mar y ese desierto! No los cruzaron. ¡Qué se iba a abrir el mar y se iban a gastar cuarenta años para cruzar lo que uno se cruza en camello en dos días, o en jeep en unas horas! ¿Y quién vio que Moisés separó con su varita mágica las aguas del mar Ro

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