Zona a defender

Manuel Rivas

Fragmento

libro-5

 

Articular el pasado históricamente no significa descubrir «el modo en que fue», sino abastecerse de memoria cuando esta refulge en un momento de peligro.

WALTER BENJAMIN

—¿Y usted por qué es revolucionario?

—Por decoro, querida Marquesa.

Es un diálogo en La Corte de los Milagros, de Valle-Inclán. El personaje que invoca el «decoro» como impulso para justificar una revolución en el ruedo ibérico es un poeta. Qué extraña suena esa palabra en un discurso político. Y, sin embargo, qué precisa. Hablar de decoro es hablar de honor, honestidad, estimación, pundonor. Una primera tarea de urgencia ecológica en nuestro tiempo es recuperar el sentido de las palabras. Su aliento moral. El acento de la verdad.

La respuesta, hoy, podría ser la misma. ¿Por qué desear una revolución? ¿Por qué querer cambiar este estado de cosas? Por decoro. George Orwell definía la utopía deseable como «una decencia común» (common decency). También parece una expresión de otro tiempo. La honestidad como una práctica social cotidiana. Por eso suena auténtica. ¿Cómo referirnos a este mundo, entrampado en un sistema que se sabía injusto, pero que además se ha mostrado peligrosamente ineficiente ante un «mal de aire» global? ¿Cómo llamar a este estado de extralimitación ecológica, de aceleración en las desigualdades, de abaratamiento humano y bullshit jobs (trabajos de mierda), de vigilancia autoritaria y conductismo tecnológico, de quiebra social y lucha entre generaciones, de nueva «guerra fría»? El hipercapitalismo impaciente, entre la distopía y la ciencia ficción, con ese aire de feudalismo futurista, todavía no tiene nombre. Como no lo tiene el hombre de negocios que se encuentra el principito en el cuarto planeta y que no quiere ser interrumpido mientras compra compulsivamente estrellas.

—¿Y para qué te sirve poseer las estrellas?

—Me sirve para ser rico.

—¿Y para qué te sirve ser rico?

—Para comprar más estrellas.

Va por la quinientos un millones seiscientas veintidós mil setecientas treinta y una estrellas. Comprar estrellas no tiene nada que ver con ensoñaciones. «¡Soy un hombre serio!», puntualiza. Pero al personaje de Saint-Exupéry le recuerda a un borracho. Mientras tanto, ¿podemos ponerle nombre a la ausencia, a lo que nos puede unir en una esperanza indócil? La desesperación genera rechazo, es una manifestación de hastío, vergüenza y asco. Solo cuando se levanta del suelo, cuando se pone en danza, como una esperanza indócil, crítica, se transforma en una operación de rescate, un movimiento de deseo.

Una sociedad de la decencia común. Una sociedad decente. Eso ya sería una revolución.

Zone À Défendre (ZAD) es una denominación que se extendió en Francia para definir los espacios que no deberían ser profanados por megaproyectos urbanísticos o por intervenciones de alta violencia catastral. El término surgió de la larga resistencia frente al intento de construcción de (otro) aeropuerto en Nantes, el Grande Ouest. Los opositores decidieron acampar allí en 2010, se unieron a los campesinos y mucha de esta gente acabó cultivando la tierra. No fue un camino de rosas. Hubo grandes operativos policiales para expulsarlos y se demolieron cabañas y espacios colectivos como la biblioteca. Pero, al final, el rico ecosistema de humedales quedó protegido y no se construyó el aeropuerto. Esa experiencia se extendió a otros conflictos y hoy existen alrededor de una docena de estas ZAD o zonas a defender.

En el mundo deberían multiplicarse las zonas a defender. Ya metidos en sueños, la propia Tierra debería ser una ZAD. En vez de perdernos en abstracciones, la utopía más razonable sería reencantarse con el planeta que habitamos. Protegerlo para que nos proteja. Con frecuencia, ocurre lo contrario. Aquello que debería estar más defendido es lo más vulnerable. Lo más inseguro. Hay una nueva carrera armamentística, pero no es la seguridad lo que la impulsa. La inseguridad está en la creciente pobreza infantil. La inseguridad está en la imagen de esa madre abrazada a su criatura en el inmenso cementerio marino que hoy es el Mediterráneo. La inseguridad está en ese sistema criminal que llamamos machismo. La inseguridad está en el calabozo de Julian Assange. La inseguridad está en el expolio de ríos y tierras que sufren poblaciones indígenas en el silencio de la intemperie informativa. La gran inseguridad, en fin, la angustia planetaria es el resultado de una aceleración depredadora que, en precisa diagnosis abismal del antropólogo Emilio Santiago Muiño, «nos ha arrojado a una situación de extralimitación ecológica insostenible».

El Punto Cero para la navegación, la referencia desde donde se establecen las coordenadas, es un lugar ficticio y real a la vez. Allí donde se cruza el meridiano de Greenwich con el ecuador. En ese punto del golfo de Guinea está situada la llamada Null Island, la Isla Inexistente, posición 0º N 0º E, una isla inventada, con la geografía de una boya, pero donde los sistemas de geolocalización sitúan las incontables búsquedas erróneas.

Null Island bien podría ser la capital del mundo, depósito de pérdidas y esperanzas en la era Mayday.

DEFIENDO UNA INTERNACIONAL EN CÓDIGO MAYDAY. En la navegación, el Mayday es la alerta de emergencia inminente y muy grave. Un código internacional que sustituyó al SOS y que procede de la expresión francesa venez m’aider (¡Ayúdenme!). Si suena tres veces (mayday, mayday, mayday), es la máxima alerta. La vida está en juego. Ese es el Mayday contemporáneo. Suena dentro y fuera, en el cuerpo y en la psique, en lo personal y en lo comunitario. No es una alerta temporal. Es un Mayday incesante. No se trata de un accidente. No es una vía de agua. Tiene la forma de un naufragio que afecta también a los medios de salvamento. Que no distingue entre quien emite y quien recibe. Lo escuchan incluso quienes no quieren oírlo. Si el horizonte es la línea que une lo visible y lo invisible, es un Mayday que abarca el horizonte. El marino y poeta Manuel Antonio hablaba de los «horizontes enfermos». Era vanguardista. Murió muy joven, en 1930, y alertó de la gran sustracción en marcha: «Nos robaron el sol… Nos robaron el viento… El cadáver del mar / hizo del barco un ataúd». Las internacionales que querían transformar el mundo han desaparecido. Lo peor es la pérdida de una memoria internacionalista y solidaria. Quien se organizó y mundializó fue el neoconservadurismo, que, con la apoteosis de la globalización, pasó de la hegemonía a festejarse como fin de la Historia. Como las desgracias son un buen negocio, también se encargó de las pompas fúnebres de la crisis financiera del 2008 y de su presunta refundación. Pero la aceleración del capitalismo impaciente no contempla la hipótesis del freno. El tren puede descarrilar y seguir su camino como en un simulacro total. La crisis climática y la pandemia han hecho que el mundo comparta la vulnerabilidad y la llamada Mayday. La «enfermedad de los horizontes» ya no es una anticipación poética. También es una experiencia compartida por todo el planeta. No será el fin, pero en cierto sentido vivimos «después del fin». «Que se mueran los que tengan que morirse», se dijo en la primavera de 2020. Ese pensamiento es el núcleo de la injusticia. De todas las pestes. Y la historia de la humanidad no es la de la resignac

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos