Índice
Portadilla
Dedicatoria
Epígrafe
Noticia
Revisita a Ciudad de M
Tengo un pasajero
Demonios mansos
Números
Masca fierro
Azotea
La ruta de Magdalena
Con tu blanca palidez
Playback
Horas muertas
Quintos infiernos
Luz negra
La ruta de Magdalena
Clasificados
Nadie sabe para quién trabaja 1
Nadie sabe para quién trabaja 2
Compañía de teléfono
Sobre ruedas
La ruta de Magdalena
El estadio y LA revolución
Violetas
Cutra
Último paradero
Memoria y gratitud
Sobre este libro
Sobre el autor
Créditos
Noticia
Veinticinco años después de haber sido publicado, este librito llega a su 6ta edición con la restitución del título original del manuscrito. No vienen al caso las razones por las que fue cambiado al publicarse por primera vez, baste indicar que fue una decisión con la que nunca me reconcilié. Tanto así que cuando cedí los derechos para su adaptación al cine, lo recuperé sin dudarlo, aunque después tal proyecto tomara su propio camino. Y la verdad es que bajo ese nombre se acomodan mejor las historias que aquí se cuentan, más allá de que el tiempo y sucesivas autoridades políticas se hayan obcecado en legitimarlo.
Om
Revisita a Ciudad de M
Las casonas de Magdalena siguen crujiendo, pero no caen. En el peor de los casos alguien de a pie las derrumba y sonríe con satisfacción emprendedora. El aire salino las roe y a la vez preserva con su ignominia, aquella que designa lo venido a menos. Virtud escasa de una vista al mar inútil: sus aguas son agrestes e inhospitalarias.
M es como su barrio, otro que está demás. Y el fantasma de lo que fue y será deambula sin propósito establecido, acumulando hambre en el estómago y calentura en la entrepierna. La collera, esa familia elegida, patrulla la acera retando tachos, quioscos, señales de tránsito: versión urbana y decadente de lo que el canon demanda como molinos de viento. Es lo que hay.
La música salva, la hierba alivia. Las mayólicas de un baño aleatorio confieren asepsia al rito de culpa y purga por pagar. Hay refugios casi inexpugnables para todo lo que duele, y el último de ellos está hecho de palabras. Las de Oscar Malca en Ciudad de M siguen en pie 25 años después de ser escritas. Y siguen haciendo de un cúmulo de papeles mojados en tinta un bunker sólido, tímidamente cálido e inadvertidamente protector, para todo aquél que cuando ve un guardia tiembla. O, como M, le menta la madre.
Jaime Bedoya
A mi padre, por haberme enseñado a pelear,
a mi madre, por haberme resistido.
Antes que cualquier cosa, busco la simplicidad:
el destello de la verdad en medio de la rápida,
tal vez brutal acción.
JOHN FORD
Aprender a vivir en la condición
de quien no se dirige a ninguna parte.
GIANNI VATTIMO
There’s not much you can keep
High in the city, here in the city
I wanna get high high in the city
I wanna stay alive alive in the city.
LOU REED
TENGO UN PASAJERO
Caminaba sin rumbo por La Colmena, mirando los escaparates y los carteles chillones que emergían de los muros en medio del desorden y la bulla de la avenida. Caminaba entre claxons que estallaban uno tras otro, revistas usadas y navajas de afeitar que se esparcían en el suelo al lado de charcos malolientes y mutilados que pedían limosna casi amenazando a los transeúntes. La gente se cruzaba chocándole los hombros, gesticulando y hablando a gritos. M miraba la calle como si en realidad estuviese en algún lugar muy dentro de su cuerpo, encapsulado, oculto tras una delgadísima tela que, sin embargo, no lo libraba del vaho miserable del entorno.
Con los ojos encendidos y las neuronas bailoteándole en el cráneo, procuraba observar sin ser notado; pero la cosa se puso imposible al llegar a la siguiente esquina: un torrente de sujetos saliendo del cine Le Paris invadió la calzada y se juntó con otros que, agolpados en un paradero, aguardaban por transporte. Incapaz de abrirse paso, se detuvo ahí mismo, en medio del tumulto, y espero a que desapareciera.
En el enorme reloj de la plaza San Martín vio que eran casi las seis y media. Lamentó haber ido a parar al centro y pensó en el trozo de mantequilla y la olla con los fideos empegostados que había dejado en su casa. Tenía hambre y sabía que en sus bolsillos solo iba a encontrar un par de llaves y el recibo de la luz.
Mientras evitaba ser arrastrado por la gente que se aglomeraba, no supo si maldecía a su estómago o a la gana que le vino de alejarse del barrio.
Ya era de noche.
Ese día, como de costumbre, regresaba de almorzar en el mercado cuando pudo ver desde la esquina que la cuadra estaba movida. Una camioneta de la policía mal estacionada y toda la collera con las manos en la nuca. Se pegó a la pared y fue deslizándose tras un kiosko de periódicos cercano. Recién cuando vio arrancar el vehículo —repleto— se atrevió a salir. Caminó apurado hacia su casa,