Alcatraz contra los Bibliotecarios malvados (Alcatraz contra los Bibliotecarios Malvados 1)

Brandon Sanderson

Fragmento

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Prólogo del autor 

No soy buena persona.

Sí, ya sé lo que cuentan las historias sobre mí. Me llaman Oculantista Dramatus, héroe, el salvador de los Diecisiete Reinos... Sin embargo, no son más que rumores. Algunos son exageraciones; otros, mentiras puras y duras. La verdad es mucho menos impresionante.

Cuando el señor Bagsworth vino a verme la primera vez para sugerirme que escribiera mi autobiografía, vacilé. No obstante, no tardé en darme cuenta de que era la oportunidad perfecta para explicarme ante el público.

Si no lo he entendido mal, este libro se publicará simultáneamente en los Reinos Libres y en Bibliolia Interior. Esto me supone un problema, ya que tendré que procurar que la historia se entienda en ambas zonas. Puede que los habitantes de los Reinos Libres no estén familiarizados con cosas como bazukas, maletines y pistolas. Por otro lado, los de Bibliolia —o las Tierras Silenciadas, como suelen llamarlas— seguramente desconocerán lo que son los oculantistas, los crístines y los entresijos de la conspiración bibliotecaria.

Para aquellos que viváis en los Reinos Libres, os sugiero buscar un libro de consulta —existen varias posibilidades— que explique los términos que desconozcáis. Al fin y al cabo, este libro se publicará como una autobiografía en vuestra tierra, así que no pretendo daros lecciones sobre las extrañas máquinas y las arcaicas armas de Bibliolia. Mi objetivo es mostraros la verdad sobre mí y probar que no soy el héroe que todos dicen que soy.

En las Tierras Silenciadas —las naciones controladas por los Bibliotecarios, como Estados Unidos, Canadá e Inglaterra—, este libro se publicará como una obra de fantasía. ¡Que no os lleven a engaño! Esto no es una obra de ficción, ni mi nombre real es Brandon Sanderson. Se trata de una artimaña para ocultar el libro a los agentes de los Bibliotecarios. Por desgracia, incluso con estas precauciones, sospecho que los Bibliotecarios descubrirán el libro y lo prohibirán. En tal caso, nuestros agentes de los Reinos Libres tendrán que colarse en las bibliotecas y librerías para colocarlo en los estantes. Consideraos afortunados si habéis encontrado uno de esos ejemplares secretos.

En cuanto a vosotros, habitantes de las Tierras Silenciadas, sé que mis vivencias os parecerán asombrosas y llenas de misterio, así que haré lo que pueda por explicarlas, aunque, por favor, recordad que mi objetivo no es entreteneros. Mi propósito es abriros los ojos a la verdad.

Sé que no haré muchos amigos escribiendo esto, ni en un mundo ni en el otro. A la gente no le gusta descubrir que sus creencias son falsas.

Pero es lo que debo hacer. Esta es mi historia, la historia de un imbécil egoísta y despreciable.

La historia de un cobarde.

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Capítulo

1

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Pues eso, allí estaba yo, atado a un altar fabricado con enciclopedias obsoletas, a punto de que un culto de Bibliotecarios malvados me sacrificara a los poderes oscuros.

Como supondréis, podría considerarse una situación alarmante. Correr un peligro como ese le hace cosas raras al cerebro; de hecho, a menudo te obliga a pararte a reflexionar sobre tu vida. Si nunca os habéis encontrado en una situación así, tendréis que aceptar mi palabra. Por otro lado, si alguna vez os habéis enfrentado a algo parecido, seguramente estaréis muertos y es poco probable que leáis esto.

En mi caso, encontrarme ante una muerte inminente me llevó a pensar en mis padres; cosa curiosa, porque no me había criado con ellos. De hecho, hasta que cumplí los trece años en realidad solo sabía una cosa sobre mis padres: que tenían un sentido del humor bastante retorcido.

¿Que por qué lo digo? Bueno, veréis, mis padres me llamaron Al. En la mayoría de los casos sería diminutivo de Albert, que es un buen nombre. De hecho, seguramente habréis conocido a un par de Albert a lo largo de vuestra vida, y casi seguro que eran tipos majos. Si no, fijo que no era culpa del nombre.

No me llamo Albert.

Al también podría ser diminutivo de Alexander. Tampoco me habría importado, ya que Alexander es un gran nombre; suena casi mayestático.

No me llamo Alexander.

Seguro que se os ocurren otros nombres de los que pueda ser diminutivo Al. Alfonso tiene una bonita sonoridad. Alan también sería aceptable, igual que Alfred, aunque la profesión de mayordomo no me atrae.

No me llamo ni Alfonso, ni Alan, ni Alfred. Tampoco me llamo Alejandro, ni Alton, ni Aldris, ni Alonzo.

Me llamo Alcatraz. Alcatraz Smedry. Ahora bien, puede que a algunos de vosotros, los de los Reinos Libres, os impresione mi nombre. Me parece fantástico, pero yo crecí en las Tierras Silenciadas; en Estados Unidos, en concreto. No sabía nada de oculantistas y demás, pero sí de cárceles.

Y por eso supuse que mis padres debían de tener un sentido del humor retorcido. ¿Por qué si no iban a ponerle a su hijo el nombre de la prisión más infame de la historia de Estados Unidos?

Cuando cumplí los trece años recibí la segunda confirmación de que mis padres eran, de hecho, unas personas crueles. Aquel fue el día en que, sin esperarlo, recibí por correo la única herencia que me dejaron.

Era una bolsa de arena.

Me quedé parado en la puerta mirando con el ceño fruncido el paquete que tenía en las manos mientras el cartero se alejaba. El paquete parecía viejo: las cuerdas estaban deshilachadas y el papel de embalaje marrón se veía gastado y descolorido. Dentro del paquete encontré una caja en la que había una sencilla nota:

Alcatraz:

¡Feliz decimotercer cumpleaños!

Aquí tienes tu herencia, tal como prometimos.

Con amor,

Mamá y papá

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Bajo la nota encontré la bolsa de arena. Era pequeña, puede que del tamaño de un puño, y estaba llena de arena marrón de playa, corriente y moliente.

Mi primer impulso fue pensar que el paquete era una broma. Seguramente vosotros habríais pensado lo mismo. Sin embargo, algo me hizo dudar. Solté la caja y alisé el arrugado papel de embalaje.

Un borde del papel estaba cubierto de garabatos, como los que se hacen cuando intentas que el boli pinte. Delante había escrito algo. Parecía viejo y desteñido, casi ilegible en algunas partes, pero mi dirección aparecía escrita a la perfección. La dirección de una casa en la

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