Título original: Alcatraz versus the Shattered Lens
Traducción: Pilar Ramírez Tello
1.ª edición: enero 2017
© Ediciones B, S. A., 2017
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
ISBN DIGITAL: 978-84-9069-599-9
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Para Peter Ahlstrom,
que no solo es un buen amigo y un gran hombre,
sino que, además, lleva leyendo mis libros desde los tiempos
en que eran horribles,
y que se esfuerza al máximo por asegurarse
de que no vuelvan a ser así.
Indisoluble, imponderable, indefinible,
indispensable.
Prólogo del autor
Soy idiota.
Eso ya deberíais saberlo si habéis leído los tres volúmenes anteriores de mi autobiografía. Si, por casualidad, no lo habéis hecho, no os preocupéis, que ya captaréis la idea. Al fin y al cabo, este libro no tendrá ningún sentido para vosotros. Os desconcertará la diferencia entre los Reinos Libres y las Tierras Silenciadas. Os preguntaréis por qué finjo que mis gafas son mágicas. Os extrañarán todos estos personajes demenciales.
En realidad, es probable que también os preguntéis todo eso si habéis leído la serie desde el principio. Ya sabéis que estos libros no tienen demasiado sentido, en general. Intentad vivir uno de ellos alguna vez, y ya veréis lo que es estar desconcertado de verdad.
En fin, como decía, que si no habéis leído los otros tres libros, no os molestéis. Así este volumen será incluso más desquiciante, y eso es justo lo que deseo. A modo de introducción, permitidme tan solo añadir una cosa: me llamo Alcatraz Smedry, mi Talento es romper cosas y soy estópido. Estópido de verdad. Tan estópido que no sé ni cómo escribir la palabra «estúpido».
Esta es mi historia. O, bueno, la cuarta parte de la misma, también conocida como: «La parte en que todo sale mal y después Alcatraz se come un sándwich de queso.»
Que la disfrutéis.
Capítulo
1
Así que allí estaba yo, con un oso de peluche de color rosa en la mano. Tenía un lazo rojo y una linda sonrisa de osezno. Además, hacía tictac.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
—¡Ahora lo tiras, idiota! —exclamó Bastille para meterme prisa.
Fruncí el ceño y tiré el oso a un lado, a través de la ventana abierta, en dirección al cuartito lleno de arena. Un segundo después, la onda expansiva del estallido atravesó la ventana y me lanzó por los aires. Salí disparado de espaldas y me golpeé contra la pared.
Tras dejar escapar un jadeo de dolor, me deslicé por la pared hasta quedar sentado en el suelo. Parpadeé, veía borroso. Escamitas de yeso —de ese que ponen en los techos solo para que pueda desprenderse y caer al suelo en forma de teatral lluvia blanca cuando hay una explosión— se desprendieron del techo y cayeron al suelo en forma de teatral lluvia blanca.
Una de ellas me dio en la frente.
—Ay —dije. Me quedé allí tirado, mirando arriba, mientras recuperaba la respiración—. Bastille, ¿ese osito de peluche acaba de estallar?
—Sí —respondió mientras se acercaba para mirarme.
Tenía puesto un uniforme azul grisáceo de estilo militar y llevaba suelta la melena lisa plateada. De la cintura le colgaba una pequeña vaina con una gran empuñadura asomando de ella. Allí se esco