Cuentos de otros mundos

Rita Black

Fragmento

cuentos_de_otros_mundos-3

El corazón de antún

Cuando se encontró por tercera vez ante la piedra grande, blanca y redonda en la orilla del arroyo, se dio cuenta de que estaba perdido.

Runas no lo hubiera creído hasta ese momento, porque creía tener un magnífico sentido de la orientación y un profundo conocimiento de esos bosques, pero tuvo que reconocer que había perdido el rumbo, a pesar de las claras indicaciones que le dio su hermano Han para llegar al claro donde estaban unos majestuosos árboles de tronco negro y suave, como si los hubiera pulido un artesano, que resultaban realmente excepcionales, según describió.

En verdad quería ver esos árboles, deseaba comprobar si eran tan hermosos como le había dicho su hermano, y tan grandes, que bien podían sostener casas flotantes de madera para vivir entre sus verdes hojas y las caricias del viento. Pero, sobre todo, deseaba verlos porque le parecía muy extraño no haber notado su presencia, a pesar de haber recorrido esos parajes durante años.

Pero ahora estaba perdido y no tenía idea de cómo continuar. Tenía la esperanza de que Han, que lo estaría esperando en el claro, viniera en su busca ante su demora.

Decidió sentarse en esa roca blanca y redonda para tratar de aclarar su mente. Empezaba a relajarse; el fresco aire pasaba por entre las hojas de los árboles y llegaba a su rostro con un bello rumor. Por un momento hasta se olvidó del bosque, de sus árboles negros, de su hermano y de todos sus problemas.

Iba a cerrar sus párpados, totalmente relajado, cuando un resplandor azul, que apenas duró un segundo, lo cegó; el resplandor fue acompañado de una especie de explosión que lo lanzó de su sitio, y cayó sentado sobre una cama de hojas secas, que crujieron bajo el peso de su cuerpo.

—Pero ¿qué fue eso? —exclamó para sí, sorprendido y un tanto asustado.

Tras el estallido quedó una delgada estela de luz que se perdía unos metros más allá, en lo profundo del bosque.

Pese al miedo inicial decidió seguir el rastro.

Cruzó el arroyo y siguió caminando entre el bosque, tratando de no perder de vista el rastro de luz y calcular el lugar del impacto.

—Si no me equivoco, esa cosa debió caer cerca de la aldea de Sima —estimó.

Estaba tan intrigado por lo que aquello pudiera ser, que se olvidó por completo de Han.

Caminó durante lo que le pareció un muy largo rato, y estaba a punto de darse por vencido debido al cansancio provocado por aquella larga caminata por las laderas pedregosas y musgosas del bosque, cuando divisó, a unos treinta metros de donde él estaba, una especie de disco plateado.

El artefacto estaba medio cubierto por la misma tierra que había levantado al estrellarse, así como por hojas secas y ramas de árboles que había arrasado en su carrera al suelo.

Runas se acercó mucho, pero por unos instantes dudó si debía hacerlo más; en ese momento se oyó un ruido metálico y se abrió una pequeña puerta en el artefacto, del cual emergió una figura.

Estaba más que asustado, se quedó paralizado ante el hallazgo, pero luego pasó del temor al asombro al descubrir en el misterioso visitante a la mujer más hermosa que hubiera podido imaginarse.

Aquella mujer salió de la nave y rápidamente lo descubrió parado y atónito. Ella le sonrió rápidamente y dijo a Runas, al ver su expresión:

—Hola. No temas, no te haré daño.

Runas se sintió tranquilizado ante aquellas palabras, y se acercó un poco más.

—Mi nombre es Riana. ¿Cómo te llamas?

Runas aún estaba cohibido, tanto por el inusual arribo de la mujer como por su extrema belleza, pero decidió contestar a su pregunta, de forma tímida:

—Runas, me llamo Runas.

La recién llegada dejó la nave y bajó al bosque, eliminando la distancia que la separaba del joven.

—¿Eres de por aquí? —le preguntó.

—Vivo al otro lado del bosque —señaló.

—¿Conoces todos estos parajes?

—Sí, sí.

Ella sonrió apenas.

—¿Sabes dónde está la aldea de Kayán?

—¿La aldea de Kayán? —preguntó Runas con extrañeza.

—Sí.

—Bueno, he escuchado que queda hacia el norte, yendo hacia la cordillera de Yarnak. Pero, según sé, se trata solo de un mito.

La expresión de Riana pasó de la sonrisa leve a la seriedad total.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Bueno, muchos viajeros dicen haber buscado la aldea de Kayán, y nunca la han encontrado. Solo he conocido a una persona que dijo haber sabido de alguien que realmente estuvo ahí, pero nadie le creyó...

—Entonces, ¿no conoces a alguien que pudiera servirme de guía?

Runas sonrió por primera vez desde que vio a la mujer.

—¿Guía? Pues no, no creo que haya alguien que pudiera llevarla hasta allá, la cordillera de Yarnak es muy peligrosa en esta época, y aunque hubiera quien quisiera llevarla, no conocería la ubicación de Kayán.

—Bueno, yo poseo medios que me permiten estar segura de encontrar la aldea. ¿Quién es esa persona que conoció a alguien que «realmente» estuvo ahí?

—Era mi abuelo. Un amigo suyo, Sven, aseguró haber estado en Kayán una vez. De hecho, dijo que llegó ahí por mero accidente, pero recordaba muy bien el camino que, según él, había recorrido, y hasta hizo un pequeño mapa que regaló a mi abuelo, pero él nunca le creyó del todo.

Al terminar de hablar, Runas la miró como dudando. «Si tiene los medios para hacer el viaje de forma mucho más sencilla, ¿para qué necesita un guía?» se preguntó.

—Sé lo que piensas —lo interrumpió ella—. Te preguntas por qué no voy en mi nave, y para qué necesito un guía. Bien, esta nave es para viajes estelares, Runas, no para moverte libremente en un planeta, y menos en uno tan pequeño como este.

El argumento pareció convencer a Runas, quien se mantuvo en silencio.

—Dices que Sven le dio a tu abuelo el mapa con la ubicación de Kayán. ¿Tu abuelo tendrá aún ese mapa?

—Mi abuelo murió hace algunos años...

Riana palideció; empezaba a perder la paciencia con ese jovenzuelo.

—Pe... pero le dejó el mapa a mi padre, como un recuerdo suyo.

—Entonces —dijo Riana dulcemente— creo que deberíamos ir a ver a tu padre. Es más, le pagaré bien por ese mapa.

—No... no hay necesidad de pagarle a mi padre, él murió también hace algunos años. El mapa ahora es mío, y de mi hermano Han.

Riana sonrió.

—Entonces vamos a tu casa por ese mapa, Runas. Te pagaré bien por tus servicios.

De la nada apareció una pequeña bolsa de tela negra que puso en manos de Runas. Este la abrió y quedó asombrado con su contenido: estaba llena de piedras doradas y otras transparentes, como cristales, todas muy hermosas, pero se preguntó para qué podrían servirles a él y a su hermano. Desconocía que en otros planetas esas piedras eran objetos de cambio para conseguir a su vez otros objetos. En Antún, para obtener algo que se necesitara, la usanza era el trueque de cosas del uso cotidiano como granos, sal, lana, ropa, entre otras muchas cosas.

—Pues... vamos, entonces —aceptó al fin.

Runas guardó la bolsa dentro de su camisa y empezaron a caminar. Quer

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