El secreto de Meteora (Secret Academy 4)

Isaac Palmiola

Fragmento

cap-1

Sus pies descalzos se hundían en la arena de la playa con cada zancada y tenía la respiración entrecortada por el esfuerzo. Aún era de noche, pero, por el color ligeramente anaranjado del cielo, Lucas supo que muy pronto el sol asomaría en el horizonte. Siempre escogía aquella hora para realizar los ejercicios de rehabilitación, porque le gustaba estar completamente solo. Se suponía que había experimentado una recuperación milagrosa, pero distaba mucho de ser un chico normal y corriente, y detestaba que sus compañeros vieran a su líder renqueando patéticamente por la playa. Todavía no conseguía coordinar bien sus movimientos, torpes e inseguros, y apenas había mejorado durante los últimos meses. De hecho, era consciente de que nunca volvería a ser el de antes, a menos que se inyectara meteora, claro.

Lucas dejó de correr cuando vislumbró el sol emergiendo de entre las aguas del océano Atlántico. Se apoyó en las rodillas para recuperar el aliento y a continuación dio media vuelta para regresar a la Secret Academy a paso tranquilo. Inquieto, levantó la cabeza hacia el firmamento para comprobar una vez más que el avión no llegaba. El doctor Kubrick le había asegurado que aterrizaría en la isla Fénix antes del alba, pero seguía sin aparecer. Habían pasado seis meses desde el incendio y, gracias al esfuerzo de todos, habían reconstruido la Secret Academy y habían arrancado la Operación 28.

Tras darse una ducha de agua fría, Lucas se vistió con su uniforme verde y desayunó en el comedor mientras sus compañeros le preguntaban con insistencia por la llegada del doctor Kubrick. Fingiendo que no le daba demasiada importancia, repuso una y otra vez que no había llegado todavía, pero estaba muy ansioso cuando, al cabo de unos minutos, entró en la biblioteca, donde se reunía el Consejo.

—Buenos días —le saludó el profesor Stoker con su voz grave—. ¿Aún no se sabe nada?

Lucas se limitó a encogerse de hombros mientras observaba los rostros inquietos del resto de los miembros del Consejo.

—¡Es indignante! —se quejó Orwell. En ausencia de Úrsula, que se hallaba en una misión fuera de la isla, aquel chico era el representante del equipo de la tierra en el Consejo—. Nos deja plantados dos veces y hoy llega tarde.

—Si es que llega... —añadió Herbert, que representaba al equipo del agua.

El enfado general era lógico, pues, tras el incendio provocado por Asimov, el director de la Secret Academy no se había dignado poner los pies en la isla. Todos tenían la sensación de que, desde que había abierto la central de meteora en California, aquello ni le iba ni le venía.

La puerta de la biblioteca volvió a abrirse, pero en esa ocasión tampoco se trataba del doctor Kubrick. La doctora Shelley, el único miembro del Consejo que faltaba, entró en la estancia y tomó asiento en la mesa redonda. Era, con diferencia, la que más detestaba al doctor Kubrick y no solía tratar de disimular su desprecio por él.

—A ver qué excusa nos pone esta vez... —comentó con los ojos chispeantes a causa del rencor.

Algunos miembros del Consejo no le tenían mucho aprecio por su pasado Escorpión, pero Lucas tenía plena confianza en ella. Si seguía vivo era gracias a los cuidados de la doctora y nunca olvidaría el apoyo que Shelley le había prestado en la época más difícil de su vida.

—Sentaos, por favor —empezó Lucas—. Se suponía que en estos momentos estaríamos charlando con el doctor Kubrick, pero como podéis ver no se encuentra entre nosotros...

—¿No deberíamos tomar una decisión al respecto? —le interrumpió la doctora Shelley—. Su ausencia es una falta de respeto hacia todos nosotros. Propongo que votemos su expulsión de la Secret Academy, aquí y ahora.

No era la primera vez que la doctora sugería aquello, sin embargo, los demás miembros del Consejo no sentían la misma animadversión hacia el doctor Kubrick, de modo que no la secundaban.

—Te recuerdo que es el propietario de la Secret Academy —repuso el profesor Stoker—. Además, no podemos expulsarle sin antes escuchar sus motivos.

—Yo te contaré sus motivos —replicó la doctora—. Lo único que quería era ganar un montón de millones de dólares. Arriesgó la vida de tres de los chicos para que consiguieran meteora y, en cuanto la tuvo en su poder, le faltó tiempo para ponerse a ganar dinero con ella. Todos sabemos lo que ocurre cuando se utiliza meteora para generar electricidad. Ese gas es tan tóxico que podría eliminar de un plumazo a millones de personas. Pero a él eso no le importa...

—Antes de juzgarle, debemos escuchar su plan —insistió Stoker.

—No tiene ninguno, o al menos ninguno decente. Y ahora pasa de nosotros porque ya no nos necesita...

Por la forma en que el profesor Stoker suspiró, Lucas advirtió que luchaba por contener su mal humor.

—¿Alguien se ha preguntado de dónde salen todos los suministros que llegan a la isla? —inquirió con gesto acusador—. Os recuerdo que el doctor Kubrick es quien paga las facturas y que nos está prestando apoyo con la Operación 28... Le necesitamos. Así de simple.

—Paga tu sueldo todos los meses, por eso no quieres echarle —contraatacó ella—. Eres un corrupto y un vendido. Así de simple.

El comentario fue tan hiriente que el profesor se puso en pie como si alguien le hubiera pinchado el culo con una aguja. Alzó el índice y miró fijamente a la doctora.

—Y tú una resentida —la acusó con voz grave—. Le culpas por lo que le ocurrió a tu marido, pero te equivocas. Nadie le pidió que lo hiciera. Neal enloqueció porque fue lo bastante estúpido para conectarse a la academia virtual.

Stoker acababa de poner el dedo en la llaga. Como atraída por un imán, la doctora se levantó y saltó ágilmente encima de la mesa dispuesta a abalanzarse sobre el profesor, pero tanto Orwell y Borges como Herbert intervinieron a tiempo, sujetándola por los brazos mientras se debatía enérgicamente.

—¡Basta! —gritó Lucas golpeando la mesa con la palma de la mano. Entrecerró los ojos mientras contemplaba alternativamente a los dos protagonistas de la disputa—. Es lamentable que unos chicos de trece o catorce años tengan que poner paz entre vosotros —les reprendió—. Vuestros comentarios son de mal gusto. Exijo un poco de respeto en este Consejo.

Ambos parecieron calmarse lentamente. El profesor Stoker volvió a ocupar su asiento mientras la doctora, con la respiración entrecortada, indicó a los chicos que la sujetaban que ya estaba más tranquila.

—Estoy de acuerdo —dijo ella—. Respeto y democracia. Que el Consejo vote la expulsión del doctor Kubrick. ¿Votos a favor?

Tras levantar la mano, miró fijamente a Lucas.

—Llevamos medio año esperándole y ahora no nos irá de unas horas —contestó él con sequedad—. Dejemos que nos explique por qué no está aquí y luego votamos.

A continuación se levantó de la silla. Sus ojos color avellana no transmitían dulzura, sino tensión.

—Creo que podemos dar por terminada la sesión —sentenció, y se v

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