Pasajera 2 - Caminante

Alexandra Bracken

Fragmento

Índice

Índice

Londres 1932

Prólogo

Texas 1905

Uno

Nassau 1776

Dos

San Francisco 1906

Tres

Cuatro

Nassau 1776

Cinco

Seis

San Francisco 1906

Siete

Ocho

Praga 1430

Nueve

Desconocido

Diez

Rusia 1919

Once

Desconocido

Doce

Trece

Petogrado 1919

Catorce

Cartago 148 a.C.

Quince

Petogrado 1919

Dieciséis

Cartago 148 a.C.

Diecisiete

Petogrado 1919

Dieciocho

Diecinueve

Ciudad del Vaticano 1499

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Nueva York 1939

Veintitrés

del Vaticano Ciudad 1499

Veinticuatro

Nueva York 1776

Veinticinco

Reynisfjal Monte

Veintiséis

Río de Janeiro 1830

Veintisiete

Monte Kurama 1891

Veintiocho

Veintinueve

Treinta

Treinta y uno

Nueva York Hoy en día

Treinta y dos

Nueva York 1776

Treinta y tres

Nueva York. Un año después

Treinta y cuatro

Londres 1932

Epílogo

Agradecimientos

Notas

PARA TODOS AQUELLOS A QUIENES LA HISTORIA HA OLVIDADO

Ni yo ni nadie puede recorrer ese camino por ti. Has de recorrerlo por ti mismo.

No está lejos, lo tienes a tu alcance.

Quizá lleves en él desde que naciste y no lo sepas. Quizá esté en todos lados, en el agua y en la tierra.

WALT WHITMAN

Londres 1932

Londres

1932

Prólogo

Prólogo

Recordaba una muñeca que había tenido, una muñeca con la sonrisa pintada, el pelo claro y los ojos como los suyos. Durante un tiempo había sido su compañera, una amiga con la que tomar el té cuando Alice estaba de viaje con su padre, una confidente cuando oía a sus padres susurrándose secretos, alguien que la escuchaba cuando nadie más lo hacía. Se llamaba Zenobia, como la reina guerrera del desierto de la que le había hablado su abuelo. Un día, sin embargo, mientras Henry Hemlock la perseguía por el jardín, la muñeca se le cayó y le pisó el cuello, con lo que hizo añicos la frágil porcelana. El horripilante sonido del cuello al romperse hizo que se le formara un gran nudo en la garganta.

Ahora, el sonido del cuello de su madre al romperse bajo el tacón de la bota de aquel señor hizo que se vomitara en las manos.

Un latido de energía feroz cruzó la habitación como si se tratase de una ola perdida y se llevó consigo el apabullante caos del pasadizo mientras este se derrumbaba. Rose salió despedida contra la pared del compartimento. El aire, que rielaba, hizo que le temblaran los huesos y que le dolieran los dientes.

«Está muerta».

Contuvo el aliento y mantuvo los ojos cerrados con fuerza mientras su padre aullaba desde el sitio donde el hombre envuelto en sombras le había atravesado el hombro con una espada y lo había clavado al suelo. Sabía que era mejor no ponerse a gritar como él, no intentar alcanzar a su madre igual que estaba haciendo su padre. La alacena oculta detrás de la librería la protegería, tal y como le había prometido su abuelo, pero solo si permanecía en silencio y no se movía. La estrecha rendija entre la repisa y el marco era lo bastante amplia como para ver a través de ella, pero no tanto como para que pudieran verla a ella.

En un momento dado, la tarde se había convertido en noche. La cena estaba en la mesa, en el piso de abajo, casi sin tocar. Solo los gruñidos del perro de los vecinos, y los posteriores gañidos antes de que lo silenciaran del todo, los habían advertido de la intrusión. Antes de oír los pasos en la escalera, a su padre le había dado tiempo de encender la lámpara del despacho y la chimenea, mientras su madre la escondía a ella. Ahora, gracias a la calidez y el brillo que proporcionaba la chimenea, tenía la sensación de que la habitación, a oscuras por lo demás, respiraba.

—Te dije que cooperaras.

El hombre llevaba un elegante sobretodo de color negro con botones de plata y un símbolo grabado que ella no conseguía ver bien. Se había subido un pañuelo que llevaba al cuello para taparse la parte inferior de la cara, pero aquello no amortiguaba el tono sedoso de su voz.

—No tenía por qué ser así. Renuncia al astrolabio. Dámelo y el tema quedará zanjado.

Oía el crujido de los cristales y papeles que el hombre pisaba con las botas al rodear a su madre... su madre...

No. El abuelo volvería pronto de su reunión. Le había prometido que la arroparía y él siemp

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