Viuda de hierro

Xiran Jay Zhao

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

Los hundunes se aproximaban. Eran todo un escuadrón que hacía retumbar tierras indómitas a su paso y levantaba una oscura tormenta de polvo en la noche. Sus cuerpos robustos y sin rostro, hechos de metal espiritual, centelleaban bajo la media luna plateada y un cielo lleno de estrellas resplandecientes.

Un piloto menos experimentado habría tenido que lidiar con los nervios de enfrentarse con ellos en una batalla, pero esto no perturbaba a Guang Yang. A los pies de su atalaya situada a las afueras de la Gran Muralla, apremió a su crisálida, el Zorro de Nueve Colas, para que entrara en acción. Tenía la altura de un edificio de siete u ocho plantas, era áspera y de color verde. Sus garras metálicas hollaban la tierra y la hacían temblar.

Una crisálida no era una máquina de guerra normal. Guang Yang no la pilotaba con volantes ni palancas, como si fuera un transporte eléctrico o un aerodeslizador. No, él se transformaba en la crisálida. Mientras que su cuerpo mortal permanecía en estado de letargo en la cabina de mando, con los brazos alrededor de la piloto concubina que había llevado a la batalla aquella noche, su mente tenía el mando físico de todas las piezas del Zorro de Nueve Colas y la lanzaba en dirección a aquel escuadrón que se aproximaba en el horizonte. A ambos lados, pero a bastante distancia, las siluetas de otras crisálidas en activo también avanzaban rápidas.

Gracias a unas agujas de acupuntura del grosor de un cabello colocadas en el asiento del piloto, que se le clavaban en la columna vertebral, Guang Yang canalizaba su qi, su fuerza vital, para proporcionarle energía al Zorro. El qi era la esencia vital que sustentaba todas las cosas del mundo, hacía florecer las hojas, daba ímpetu a las llamas o hacía girar el planeta. No solo aprovechaba el suyo, sino que se conectaba al vínculo psíquico de la crisálida y extraía también el qi de su piloto concubina. La mente de ella no era lo bastante fuerte para oponer ningún tipo de resistencia a la extracción: quedaba perdida al fondo de la mente de Yang. Retazos de recuerdos de ella acudían en oleadas a la mente de Guang Yang, pero él se esforzaba en ignorarlos. Era mejor no saber demasiado de las concubinas. Lo único que le interesaba era la interacción de los qi de ambos, que multiplicaba su presión espiritual y le permitía dirigir una crisálida tan grande.

Los primeros en llegar con cuentagotas a la altura de Guang Yang fueron unos hundunes normales, como bichos metálicos de gran tamaño deseosos de infiltrarse dentro del Zorro y matarlo. Sus diferentes colores lucían opacos a la luz de las estrellas, pero algunos brillaban al disparar desde sus cuerpos ráfagas luminosas o rayos chispeantes de qi convertido en arma. Si Guang Yang se hubiera enfrentado a ellos como humano, los hundunes —tan grandes como casas— se habrían cernido sobre él y lo habrían fulminado en un instante; pero cuando pilotaba el Zorro, eran demasiado pequeños como para hacerle daño. Mientras los machacaba con las garras del Zorro, lo recorrieron oleadas de una extraña emoción: una mezcla desenfrenada pero estática de pena, terror y rabia. No sabía exactamente cómo se hacían las crisálidas a partir de las cáscaras de los hundunes —solo a los ingenieros del más alto nivel les estaba permitido saberlo—, pero incluso tras siglos de mejoras de su destreza los pilotos no habían conseguido superar ese obstáculo que provocaba que sintieran lo mismo que los hundunes cuando le perforaban el casco a uno de ellos.

Los pilotos no hablaban mucho de esto en público, pero resistirse a esas emociones que les distraían era una parte sorprendentemente exigente de las batallas. Guang Yang era uno de los pilotos vivos más fuertes sobre todo porque era capaz de desconectar muy bien de ellas. Mientras capeaba esta ofensiva mental, seguía zurrando a los hundunes. Las nueve colas del Zorro silbaban y chirriaban por detrás como si fueran nueve extremidades nuevas que apartaban a golpes a los hundunes más grandes con sonoros ruidos metálicos.

A Guang Yang no le daban ninguna lástima. Los hundunes eran invasores procedentes del cosmos que habían pulverizado al summum de la civilización humana hacía unos dos mil años y habían reducido la humanidad a tribus desperdigadas. Si no hubiera sido por el emperador Amarillo, un legendario líder tribal que había inventado las crisálidas y las había elaborado con la ayuda de los dioses, la civilización jamás se habría recuperado y ahora el planeta estaría en manos de los hundunes.

Los drones con cámara zumbaban alrededor del Zorro como si fueran moscas de ojos rojos. Algunos pertenecían al Ejército de Liberación de la Humanidad; otros eran de empresas privadas de comunicación que retransmitían la batalla para toda Huaxia. Guang Yang seguía muy atento; no podía permitirse un error que decepcionara a sus fans.

—¡Zorro de Nueve Colas, hay uno de tipo Príncipe en el escuadrón! —gritó un estratega militar por los altavoces de la cabina del piloto.

Guang Yang se puso en alerta de inmediato. Un hundun de tipo Príncipe era un adversario poco común, de la misma categoría de peso que el Zorro. Si lo sacaba de ahí con daños mínimos, podrían reconvertirlo en una nueva crisálida Príncipe o se les podría ofrecer a los dioses a cambio de regalos de gran importancia, como manuales de tecnología o de medicina innovadora. Y ese triunfo le daría un impulso gigantesco a su clasificación de batalla. Quizá por fin dejaría atrás a Li Shimin, ese asesino convicto que no merecía ser el mejor piloto de Huaxia.

Para tener un tiro limpio, Guang Yang tendría que cambiar la forma del Zorro por otra más compleja.

—¡Tian Xing, cúbreme! —avisó a su compañero más cercano a través de la boca del Zorro, a la vez que su qi retransmitía su voz por todo el campo de batalla—. ¡Voy a transformarme!

—¡Hecho, coronel! —gritó Tian Xing desde el Guerrero Sin Cabeza, una crisálida en la que unos ojos de un amarillo brillante ocupaban el lugar de los pezones, y una boca resplandeciente, el del estómago.

Se plantó con ruidosas pisadas delante del Zorro y golpeó al enjambre de hundunes con un hacha gigante de metal espiritual. Murieron convertidos en un rocío de luz.

Guang Yang, confiado, propulsó su qi a través del Zorro con la presión espiritual más contundente que podía generar. Unas grietas brillantes se abrieron en la áspera superficie verde.

Puede que las crisálidas estuvieran hechas de cáscaras de hundunes, pero eran muy superiores en todo. Los hundunes actuaban de una manera tan mecánica que no podían desbloquear el potencial del metal espiritual del que estaban hechos para convertirse en otra cosa que no fueran voluminosas masas informes.

Pero los humanos sí.

Guang Yang imaginó la forma elevada del Zorro y se transformó. Las patas del Zorro se hicieron más delgadas y largas, se le estrechó la cintura y las articulaciones superiores retrocedieron, lo que le confería una forma un poco más humanoide. Las nueve colas se le afilaron como lanzas y se abrieron en abanico como rayos de sol desde la base del lomo, de la misma forma en que los zorros de nueve colas las activan para intimidar a sus enemigos. Puso al Zorro en vertical. Gracias a que transmitía su qi a una mayor presión espiritual, tenía la precisión y el control suf

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