Tinieblas (Inmortales 3)

Alyson Noël

Fragmento

Capítulo uno

Todo es energía.

Los ojos oscuros de Damen me miran fijamente, instándome a escuchar… a escuchar de verdad.

—Todo lo que nos rodea… —Alza los brazos para trazar un horizonte que pronto se volverá negro—. Todo este universo que tan sólido nos parece no lo es en absoluto: no es más que energía. Energía pura y vibrante. Y aunque puede que nuestra percepción logre convencernos de que las cosas son sólidas, líquidas o gaseosas, a un nivel cuántico no son más que partículas dentro de otras partículas… Todo es energía.

Aprieto los labios y asiento. Su voz se ve superada por una que grita dentro de mi cabeza: «¡Díselo! ¡Díselo ahora mismo! ¡Deja de andarte por las ramas y acaba con esto de una vez! ¡Date prisa, antes de que comience a hablar de nuevo!».

Pero no lo hago. No digo ni una palabra. Me limito a esperar a que él continúe para retrasar el momento un poco más.

—Levanta la mano. —Acerca su mano a la mía con la palma hacia arriba. Alzo el brazo muy despacio, con mucha cautela, decidida a evitar cualquier tipo de contacto físico. En ese momento, Damen añade—: Ahora dime, ¿qué ves?

Lo miro con los ojos entrecerrados. Lo cierto es que no sé muy bien qué pretende.

—Bueno, pues veo una piel pálida, unos dedos largos, un par de lunares, unas uñas que necesitan una manicura urgente… —le digo antes de encogerme de hombros.

—Exacto. —Sonríe como si hubiera superado el examen más fácil del mundo—. Pero si pudieras verlo tal y como es en realidad, no verías nada de eso. Solo verías un enjambre de moléculas que contienen protones, electrones, neutrones y quarks. Y dentro de esos diminutos quarks, en el interior del más minúsculo punto, no encontrarías más que energía pura y vibrante moviéndose a un ritmo lo bastante lento como para parecer sólida y densa, y aun así lo bastante rápido para que no pueda verse lo que es en realidad.

Le dirijo una mirada suspicaz. No sé si creer lo que me dice. Me da igual que lleve estudiando esas cosas desde hace siglos.

—En serio, Ever. Nada está aislado. —Se inclina hacia mí, completamente absorto en el tema—. Todo es uno. Los objetos que parecen sólidos, como tú, y yo, y la arena sobre la que estamos sentados, no son más que un compendio de energía que vibra lo bastante despacio como para parecer sólida. Sin embargo, los seres como los fantasmas y los espíritus vibran tan deprisa que a la mayoría de los humanos les resulta imposible verlos.

—Yo veo a Riley —le aseguro, ansiosa por recordarle el tiempo que solía pasar con mi fantasmagórica hermana—. O al menos solía verla, ya sabes, antes de que atravesara el puente y siguiera adelante.

—Y esa es justo la razón por la que ya no puedes verla. —Asiente—. Sus vibraciones son demasiado rápidas. No obstante, hay quienes podrían verla a pesar de eso.

Observo el océano que se extiende ante nosotros, las olas que suben y bajan, una tras otra. Constantes, interminables, inmortales… como nosotros.

—Ahora vuelve a levantar la mano y acércala a la mía de manera que casi se toquen.

Titubeo y lleno mi palma de arena. No quiero hacerlo. A diferencia de él, sé cuál sería el precio, qué consecuencias tendría que nuestras pieles se rozaran. Y esa es la razón por la que evito tocarlo desde el viernes. Sin embargo, cuando lo miro y veo su mano con la palma hacia arriba, aguardando la mía, respiro hondo y levanto la mano también. Dejo escapar una exclamación ahogada cuando acerca tanto su palma a la mía que el espacio que las separa es apenas el de una hoja de afeitar.

—¿Sientes eso? —Sonríe—. ¿Sientes ese hormigueo y esa calidez? Es la conexión de nuestra energía. —Mueve la mano hacia delante y hacia atrás para manipular el campo energético de fuerza que hay entre nosotros.

—Pero si todos estuviéramos conectados, tal y como tú dices, ¿por qué no sentimos todos lo mismo? —pregunto en un susurro, atraída por el innegable magnetismo que nos une y que me provoca una maravillosa oleada de calor por todo el cuerpo.

—Todos estamos conectados, todos hemos sido creados a partir de la misma fuente de energía. Sin embargo, aunque ciertos tipos de energía pueden dejarte fría y otros indiferente, aquella a la que estás destinada te provoca… esto.

Cierro los ojos y me doy media vuelta para dejar que las lágrimas se derramen por mis mejillas. No puedo seguir conteniéndolas… Porque sé que ya no podré disfrutar del contacto de su piel ni de sus

labios, ni del sólido y cálido consuelo que me proporciona sentir su cuerpo contra el mío. Este campo de energía eléctrica que vibra entre nosotros es lo más cerca de tocarlo que podré llegar, y todo por la horrible decisión que tomé.

—Hoy en día los científicos empiezan a entender lo que los metafísicos y los grandes maestros espirituales saben desde hace siglos. Todo es energía. Todo es uno.

Puedo percibir la sonrisa en su voz cuando se acerca a mí, impaciente por enlazar sus dedos con los míos. Me aparto con rapidez, pero me da tiempo a atisbar la expresión herida que aparece en su cara: esa misma expresión que no ha dejado de aparecer en su rostro desde que lo obligué a beber el antídoto que le devolvió la vida. Se pregunta por qué actúo con tanta calma, por qué permanezco tan distante y remota… por qué me niego a tocarlo cuando hace unas semanas jamás me cansaba de hacerlo. Se equivoca al creer que se debe a su espantoso comportamiento (a su coqueteo con Stacia, a lo cruel que se mostró conmigo), porque lo cierto es que no tiene nada que ver con eso. Damen estaba bajo el hechizo de Roman; todo el instituto lo estaba. No fue culpa suya.

Lo que no sabe es que, si bien el antídoto le devolvió la vida, en el momento en el que añadí mi sangre a la mezcla, nos aseguré un destino en el que jamás podremos estar juntos.

Nunca.

Jamás.

En toda la eternidad.
—¿Ever? —susurra con un tono de voz grave y sincero.

Aun así, soy incapaz de mirarlo. No puedo tocarlo. Y desde luego no puedo pronunciar las palabras que se merece oír: «La he fasti

diado… y lo siento mucho. Roman me engañó. Estaba desesperada, así que fui lo bastante imbécil como para tragarme sus patrañas… Y ahora ya no hay esperanza, porque si me besas, si intercambiamos nuestro ADN… morirás».

No puedo hacerlo. Soy la peor de las cobardes. Soy patética y débil. Soy incapaz de reunir el coraje necesario para admitir la verdad.

—Ever, por favor, dime qué te pasa… —me ruega, alarmado al ver mis lágrimas—. Llevas así varios días. ¿Es por mi culpa? ¿Es por algo que haya hecho? Porque ya sabes que apenas me acuerdo de lo que ocurrió. Los recuerdos están empezando a aflorar, pero tienes que comprender que no estaba en mis cabales. Yo jamás te habría hecho daño de manera intencionada, jamás te habría herido de ninguna forma.

Me rodeo la cintura con los brazos y aprieto con fuerza antes de encoger los hombros y agachar la cabeza. Desearía poder volverme diminuta, tan pequeña que Damen ya no pudiera verme. Sé que lo que ha dicho es cierto, que es incapaz de hacerme daño. Solo yo podría hacer algo tan funesto, tan apresurado, tan ridículamente impulsivo. Solo yo podría ser tan estúpida como para morder el anzuelo de Roman. Estaba demasiado ansiosa por demostrar que era el verdadero amor de Damen (demasiado impaciente por confirmar que era la única que podía salvarlo)… y menuda la he liado.

Se aproxima y desliza un brazo alrededor de mi cintura antes de tirar de mí para estrecharme. Pero no puedo arriesgarme a tanta proximidad. Mis lágrimas ahora son letal

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos