La misión de Rox (edición escolar) (Guardianes de la Ciudadela 3)

Laura Gallego

Fragmento

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1

Al otro lado del abismo solo había niebla y silencio. El puente se balanceaba un poco, mecido por una leve brisa que removía la bruma sin acabar de despejarla del todo. No parecía particularmente sólido, pero Rox sabía que era capaz de soportar el peso de un carro cargado.

En los últimos tiempos había aguantado hasta el límite de su resistencia, desbordado por la marea de gente que huía de la última ofensiva de los monstruos.

Ahora, sin embargo, el Puente de los Chillones permanecía desierto, como si al otro lado ya no quedara nada que valiera la pena salvar ni nadie vivo para cruzarlo.

—Buena guardia —saludó de pronto una voz tras ella, sobresaltándola—. ¿Vienes a relevarme? Todavía no ha llegado la hora.

Rox se volvió hacia el Guardián, que la observaba con curiosidad. Había aparecido de la nada, y la joven alzó la cabeza hacia el puesto de vigilancia que se elevaba por encima de las puertas que conducían al puente. Sin duda su compañero había saltado desde allí para aterrizar a su lado con el silencio característico de los de su clase.

—¿Eres el único Guardián que vigila el paso? —preguntó ella a su vez, algo perpleja.

El otro la miró con mayor atención.

—Recién llegada, ¿no es así? ¿No te lo han explicado en el enclave? Hace ya días que no cruza nadie ni se avista ningún monstruo al otro lado. Probablemente a estas alturas hayan entrado todos en letargo.

Rox frunció el ceño, pensativa, con la mirada clavada en el puente. Era cierto que muchas especies hibernaban si no había humanos cerca; pero otras, en cambio, se desplazaban hasta el lugar habitado más próximo en busca de nuevas presas.

Cuando la joven iba a plantear sus dudas al respecto, el Guardián del puente volvió a preguntar:

—¿Han cambiado los turnos? ¿Quién te ha enviado exactamente?

Rox negó con la cabeza.

—No he venido a relevarte. Voy a cruzar el puente. Tengo que llegar al otro lado.

El Guardián la miró con escepticismo, convencido de que no hablaba en serio. Al leer la determinación en su rostro, sacudió la cabeza desconcertado.

—Al otro lado no hay nada. No queda nadie. ¿Y pretendes cruzar sola? ¿Para qué?

—No va a ir sola —intervino entonces un tercer Guardián, que se acercaba a ellos desde el camino, llevando a su caballo de la brida—. Yo la acompañaré.

Rox se dio la vuelta, perpleja, y su asombro creció todavía más al reconocer al recién llegado, un Guardián algo mayor que ella y también un poco más alto que la mayoría, de cabello negro y gesto sereno y seguro de sí mismo.

—¡Aldrix! —murmuró—. ¿Qué haces aquí?

Lo había visto por última vez en la Ciudadela, varias semanas atrás, justo antes de partir de viaje. ¿La había seguido hasta allí? Reprimió el impulso de dar un paso atrás, incómoda. Si lo enviaban sus superiores, su viaje terminaría nada más empezar.

Él le dedicó una media sonrisa y se dirigió al Guardián que custodiaba el puente.

—Nos envían desde el cuartel general de la Ciudadela —dijo con tono formal—. Se trata de una misión de rescate: tenemos indicios de que aún podría haber personas atrapadas al otro lado.

El Guardián lo miró con incredulidad, mientras Rox se esforzaba por mantener su rostro inexpresivo. Ella se había desplazado hasta el Puente de los Chillones por iniciativa propia y, desde luego, no había recibido ninguna instrucción al respecto por parte de sus superiores.

—Al otro lado ya solo quedan monstruos —repuso el Guardián del puente—. Y, en todo caso, ninguna misión de rescate formada por una sola pareja de Guardianes llegaría demasiado lejos.

Aldrix se encogió de hombros.

—Yo no soy quién para cuestionar las órdenes de los oficiales —se limitó a responder.

El Guardián se rascó la cabeza, pensativo.

—¿Habéis hablado con el capitán en el enclave?

—¿Estaríamos aquí si no lo hubiésemos hecho?

El Guardián del puente no supo qué contestar. Aldrix le tendió una hoja de papel.

—Aquí tienes. Orden oficial, sellada y firmada por la comandante Xalana.

Rox observó cómo el Guardián del puente tragaba saliva de forma ostensible. Lo vio leer la notificación con incredulidad.

—Pero esto... no tiene sentido.

—Puedes decírselo a la comandante, si es lo que piensas —replicó Aldrix sin sonreír—. Nosotros nos limitamos a cumplir órdenes.

Tiró de la rienda de su caballo y se encaminó hacia la entrada del puente. Se detuvo allí y se volvió para mirar fijamente al Guardián.

—¿Abrirás el portón o no? —preguntó.

Él tragó saliva de nuevo, muy pálido.

—Pero os envían a una muerte segura. Si hablamos con el capitán en el enclave, quizá acceda a organizar una patrulla más numerosa para que os acompañe...

—Ya he hablado con él. Es una misión rápida: cruzar el puente, acudir a la aldea en cuestión y volver tan deprisa como podamos para informar. Una patrulla más numerosa nos retrasaría.

Rox miró a su compañero, alzando una ceja con desconcierto. Aquella «misión rápida», tal como Aldrix la había descrito, seguía siendo una empresa suicida. Ella misma había planeado llevarla a cabo en solitario porque tenía motivos personales para hacerlo y estaba dispuesta a correr el riesgo. Y si no había comunicado sus intenciones a sus superiores, se debía a que estaba bastante segura de que de ningún modo habrían aprobado aquella incursión.

No se le ocurría ninguna razón para que hubiesen autorizado a Aldrix a acompañarla. Si él la había delatado, lo cual parecía bastante probable, ahora que lo pensaba, sin duda deberían haberlo enviado a detenerla, no a secundarla en aquel viaje descabellado.

Seguía sin comprender qué estaba pasando en realidad, pero permaneció en silencio, en un segundo plano, observando a sus compañeros.

—Si no vas a ayudarnos a abrir la puerta —estaba diciendo Aldrix—, al menos no nos impidas el paso.

El Guardián del puente se quedó mirándolos un momento, indeciso. Después se apartó con cierta reluctancia, aún sosteniendo el documento entre los dedos.

—¿Al menos vais... preparados?

Rox echó un vistazo curioso a las alforjas del caballo de Aldrix. Venían bien cargadas, y aquello le confirmó que hablaba en serio. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. ¿Sería posible que hubiese subestimado a los generales de la Guardia? ¿Y si, a pesar de la situación crítica que se vivía en todo el mundo civilizado, ellos estaban realmente dispuestos a investigar lo que sucedía en una aldea remota que probablemente ya había sido borrada del mapa?

—Vamos preparados —confirmó él—. ¿Nos ayudarás con la puerta o nos encargamos nosotros solos?

El Guardián asintió, un tanto avergonzado, y se apresuró a abrir una de las hojas del portón, mientras Rox y Aldrix tiraban de la otra.

Cuando el acceso al puente estuvo despejado por fin, ella se detuvo un momento antes de continuar.

Aquel era el límite de la tierra civilizada. No hacía mucho, aquella frontera se situaba bastante más lejos; pero en los últimos tiempos los monstruos habían arrasado toda la región occidental, y los Guardianes solo habían logrado detenerlo

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