La casa de la noche 1. Marcada

P.C. Cast
Kristin Cast

Fragmento

marcada-3

1

Justo cuando pensaba que el día no podía ir peor, vi al tipo muerto de pie junto a mi casillero. Kayla hablaba sin parar con su habitual parloteo y ni siquiera se percató de su presencia. Al principio. En realidad, ahora que lo pienso, nadie más se fijó en él hasta que habló, lo cual es, por desgracia, una prueba más de mi extraña incapacidad para encajar.

—No, de verdad, Zoey, te juro por Dios que Heath no estaba tan borracho después del partido. En serio, no deberías ser tan dura con él.

—Ya —contesté de forma distraída—. Claro. —Entonces tosí. De nuevo. Me sentía como la mierda. Debía de estar cayendo bajo lo que el señor Wise, mi «más que un poco loco» profesor de biología avanzada llamaba la Plaga Adolescente.

Si moría, ¿me libraría eso del examen de geometría del día siguien­te? Solo quedaba esa esperanza.

—Zoey, por favor. ¿Acaso me estás escuchando? Creo que solo se tomó unas cuatro, no sé, quizá seis cervezas y tal vez unos tres tragos. Pero en realidad eso no importa. Es probable que no hubiera tomado casi nada si tus horribles padres no te hubiesen obligado a volver a casa después del partido.

Compartimos una mirada de resignación, en total acuerdo sobre la última injusticia cometida contra mí por mi madre y el perdedor con el que se había casado hacía tres largos años. Luego, tras una pausa de apenas un suspiro, K siguió con su parloteo.

—Además, estaba celebrándolo. ¡Me refiero a la victoria sobre los de Union! —K me sacudió el hombro y acercó su cara a la mía—. ¡Hola! Tu novio…

—Mi casi novio —corregí, haciendo todo lo posible por no toser en su cara.

—Lo que sea. Heath es nuestro quarterback, así que es normal que lo celebre. Hacía como un millón de años que Broken Arrow no ganaba a Union.

—Dieciséis. —Soy lo peor en matemáticas, pero los problemas de K con los números hacen que yo parezca un genio.

—Está bien, lo que sea. El caso es que estaba contento. Deberías dejar al chico en paz.

—El caso es que estaba hasta el culo por quinta vez al menos esta semana. Lo siento, pero no quiero salir con un tipo cuyo principal objetivo en la vida ha cambiado de querer jugar al fútbol universitario a intentar engullir un pack de seis cervezas sin vomitar. —Tuve que parar para toser. Me sentía un poco mareada y me obligué a respirar lenta y profundamente cuando pasó el ataque de tos. K, con su parloteo, ni se dio cuenta.

—¡Aj! ¡Heath vomitando! No es algo que una quiera ver.

Me las arreglé para evitar nuevas ganas de toser.

—Y besarlo es como chupar pies empapados en alcohol.

K arrugó el gesto.

—Sí, enferma. Qué pena que esté tan bueno.

Puse los ojos en blanco, sin molestarme en intentar ocultar mi enfado ante su típica superficialidad.

—Siempre estás de mal humor cuando te pones enferma. Da igual, no tienes ni idea de la cara de perrito abandonado que Heath tenía cuando lo ignoraste en la comida. Ni siquiera pudo…

Entonces lo vi. El tipo muerto. Sí, me di cuenta enseguida de que no estaba técnicamente «muerto». Era un no muerto. O un no humano. Lo que fuera. Los científicos decían una cosa, la gente decía otra, pero al final el resultado era el mismo. No había confusión sobre qué era él, e incluso aunque no hubiera sentido el poder que emanaba de él, no había maldita forma de que me pasase desapercibida su Marca, una luna creciente de color azul zafiro en la frente, además del tatuaje de nudos entrelazados que enmarcaba sus ojos igualmente azules. Era un vampyro. Era algo peor, un rastreador.

Pues, joder, estaba ahí de pie junto a mi casillero.

—¡Zoey, que no me estás haciendo caso!

Entonces el vampyro habló y sus ceremoniales palabras fluyeron a través del espacio que nos separaba, peligrosas y seductoras, como sangre mezclada con chocolate derretido.

—¡Zoey Montgomery! La Noche te ha escogido, tu muerte será tu renacer. La Noche te llama, escucha su dulce llamada. ¡El destino te aguarda en La Casa de la Noche!

Levantó un dedo largo y pálido y me señaló. Con el estallido de dolor en la frente, Kayla abrió la boca y gritó.

Cuando las manchas brillantes desaparecieron al fin de mis ojos, levanté la mirada hacia el rostro sin color de K, que me observaba.

Como de costumbre, dije la primera tontería que se me vino a la cabeza.

—K, los ojos se te salen como los de un pez.

—Te ha marcado. ¡Oh, Zoey! ¡Tienes el perfil de esa cosa en la frente! —Entonces se llevó la mano temblorosa a los blancos labios e intentó, sin éxito, contener un sollozo.

Me incorporé y tosí. Tenía un tremendo dolor de cabeza y me froté el entrecejo. Notaba una punzada, como si me hubiera picado una avispa y el dolor se iba extendiendo alrededor de los ojos y me bajaba hasta las mejillas. Me sentía como si fuese a vomitar.

—¡Zoey! —K ahora sí que lloraba y hablaba entre pequeños hipos húmedos—. Oh… Dios… mío. Ese tipo era un rastreador. ¡Un rastreador de vampyros!

—K. —Guiñé los ojos con fuerza, en un intento de despejar el dolor de cabeza—. Deja de llorar. Ya sabes que odio que llores. —Estiré los brazos para intentar tranquilizarla tocándole los hombros.

Ella se encogió de forma instintiva y se alejó de mí.

No podía creerlo. Se había apartado, como si me tuviese miedo. Debió de ver el dolor en mis ojos, porque al momento empezó de nuevo con su cháchara incesante.

—¡Oh, Dios, Zoey! ¿Qué vas a hacer? No puedes ir a ese lugar. No puedes ser una de esas cosas. ¡Esto no está pasando! ¿Con quién se supone que voy a ir ahora a los partidos de fútbol?

Me percaté de que no se había acercado a mí en ningún momento durante su arranque. Me aferré a ese sentimiento de dolor y malestar en mi interior que amenazaba con hacerme romper a llorar. Mis ojos se secaron al instante. Era buena ocultando las lágrimas. Tenía que serlo, había tenido tres años para practicar.

—No pasa nada. Lo solucionaré. Es probable que no sea más que un… extraño error —mentí.

En realidad no conversaba, tan solo hacía que salieran palabras de mi boca. Todavía haciendo una mueca por el dolor de cabeza, me puse en pie. Al mirar a mi alrededor tuve una ligera sensación de alivio al ver que K y yo éramos las únicas en el salón de matemáticas, y tuve que contener lo que sabía que era una risa histérica. Si no hubiese estado superpreocupada por el dichoso examen de geometría que tenía al día siguiente, razón por la que había corrido hacia mi casillero para recoger el libro con la intención de intentar estudiar de forma obsesiva (e inútil) por la noche, el rastreador me hubiese encontrado frente a la escuela con la mayoría de los 1.300 chicos que i

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