Las tejedoras de destinos (Las tejedoras de destinos 1)

Gennifer Albin

Fragmento

ÍNDICE

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Agradecimientos

Sobre la autora

Créditos

TejedorasDestinos-2.xhtml

Para Robin,

que me pidió que escribiera un libro,

y para Josh,

que lo convirtió en realidad

TejedorasDestinos-3.xhtml

PRÓLOGO

Venían por la noche. Antes, las familias se enfrentaban a ellos y los vecinos acudían en su ayuda. Pero ahora que la paz ha sido instaurada, y que se ha demostrado la eficacia de los telares, las muchachas ansían que acudan en su busca. Siguen viniendo por la noche, pero ahora para evitar a la muchedumbre con manos ansiosas. Es una bendición tocar a una tejedora a su paso. Eso aseguran ellos.

Nadie sabe por qué algunas jóvenes poseen ese don. Por supuesto, existen teorías al respecto. Que se transmite genéticamente. O que las chicas con mentalidad abierta pueden ver a su alrededor el tejido de la vida, en todo momento. Incluso que es un don que solo reciben las que tienen un corazón puro. Yo lo tengo claro. Es una maldición.

Cuando mis padres se dieron cuenta de que tenía la destreza, comenzaron a instruirme. Me enseñaron a ser torpe, obligándome a dejar caer cosas hasta que tirar un recipiente o derramar una jarra con agua pareció algo natural. Luego practicamos con el tiempo, y me animaron a tomar con gesto hábil las sedosas hebras entre los dedos para luego retorcerlas y enredarlas hasta quedar deformadas e inútiles en mis manos. Esa parte resultó más complicada que la de tirar y derramar. Mis dedos ansiaban entretejer perfectamente los delicados filamentos con la materia. Cuando cumplí dieciséis años, momento en que debía realizar las pruebas obligatorias, la treta había resultado tan efectiva que las otras chicas murmuraban que no tardaría en ser rechazada.

Inútil.

Rara.

Ingenua.

Tal vez fueran sus burlas clavándose en mi espalda como diminutas dagas lo que envenenó mi determinación. O tal vez fuera la manera en que el telar de prácticas me llamaba, rogándome que lo tocara. Pero hoy, en la última jornada de pruebas, he cometido al fin un error: mis dedos se han deslizado hábilmente entre las bandas del tiempo.

Esta noche vendrán a buscarme.

TejedorasDestinos-4.xhtml

UNO

Podría contar los días que faltan para que acabe el verano y el otoño se filtre en las hojas, pintándolas de amarillo y rojo. Sin embargo, en este instante, la luz moteada de media tarde ofrece un espléndido color esmeralda y siento el calor en la cara. Mientras el sol me empape, todo es posible. Cuando inevitablemente haya desaparecido —las estaciones están programadas para empezar y terminar con una calmada precisión— la vida seguirá su camino predeterminado. Como una máquina. Como yo.

Junto a la escuela de mi hermana, todo está tranquilo. Soy la única que aguarda la salida de las niñas. Cuando inicié mi ciclo de pruebas, Amie alzó su dedo meñique y me obligó a prometer que la esperaría cada día al terminar. Era una promesa complicada, teniendo en cuenta que podrían convocarme en cualquier momento y arrastrarme a las torres del coventri. Pero la mantengo, incluso hoy. Una niña necesita tener algo constante, necesita saber lo que va a suceder. El último trozo de chocolate de la ración mensual; el metódico final en un programa de la Continua. Deseo que mi hermana pequeña pueda confiar en una vida agradable, aunque el calor del verano tenga ahora un sabor amargo.

Suena una campana y las niñas salen en una oleada de cuadros escoceses, con sus risas y gritos rompiendo la perfecta tranquilidad de la escena. Amie, que siempre ha tenido más amigas que yo, aparece dando brincos, rodeada por un grupo de chicas en las complicadas etapas de la preadolescencia. La saludo con la mano y ella corre hacia mí, me agarra y me arrastra en dirección a casa. Algo en su entusiasta saludo de cada tarde resta importancia al hecho de no tener mucha compañía de mi edad.

—¿Lo has conseguido? —pregunta con voz entrecortada, dando saltos delante de mí.

Vacilo un instante. Si alguien va a alegrarse de mi error, es Amie. Si le digo la verdad, chillará y dará palmas. Me abrazará y, tal vez durante un instante, podré absorber su felicidad, llenarme con ella y creer que todo va a salir bien.

—No —miento, y su rostro se nubla.

—No importa —afirma con gesto decidido—. Al menos así te quedarás en Romen. Conmigo.

Preferiría fingir que Amie está en lo cierto y perderme así en los cotilleos de una niña de doce años, en vez de enfrentarme a lo que me espera. Tengo toda una

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos