Entre dos mundos (Las tejedoras de destinos 2)

Gennifer Albin

Fragmento

Índice

Portadilla

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Dedicatoria

Cita

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciseís

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Veintitrés

Veinticuatro

Veinticinco

Veintiséis

Veintisiete

Veintiocho

Veintinueve

Treinta

Treinta y uno

Treinta y dos

Treinta y tres

Treinta y cuatro

Treinta y cinco

Treinta y seis

Treinta y siete

Treinta y ocho

Treinta y nueve

Cuarenta

Cuarenta y uno

Cuarenta y dos

Agradecimientos

Sobre la autora

Créditos

Grupo Santillana

DosMundos-2.xhtml

Para Kalen,

que siempre mantiene la luz encendida

DosMundos-3.xhtml

«Que se sepa que hay dos mundos de la vida y de la muerte…»

Prometeo liberado — Percy Bysshe Shelley

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PRÓLOGO

Renunciaron a la tierra. Los hombres se marcharon de sus casas y sus tiendas. Dejaron las calles desiertas, abandonadas a la destrucción, renunciando a dominar el mundo y a su propio desarrollo por la promesa de algo nuevo y venidero. Y por eso, la Tierra se presenta como una espléndida ruina.

En el horizonte se alza una ciudad con grotesca majestad, y a nuestras espaldas el océano ruge impetuoso. Sobre nosotros, el cielo se retuerce y gira para contemplarnos —un continuo de estrellas y luz—. Sé poco de este mundo, pero en mi pecho albergo esperanza. Esta es nuestra primera oportunidad. Tal vez la única.

Vida.

Opciones.

Elección.

Me enseñaron que existía una única realidad: una realidad dirigida, supervisada y creada por otros. Pero aquí, en los límites de mi pasado, siento las posibilidades fluyendo por mi cuerpo. En este mundo, las hebras de la vida se encuentran libres, espléndidas e incontroladas. El tiempo se desliza a mi alrededor y me envuelve con su protección. Puede ocurrir cualquier cosa, y noto la vital pulsión de esta certeza en los brazos y en mis doloridas manos. Loricel estaba equivocada respecto a la Tierra y lo que representa. Me dijo que estaba muerta, que era una reliquia casi olvidada de una época diferente, pero este mundo no está condenado.

Está esperándome.

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UNO

Sobre nosotros se desliza la luz de una nave, que nos baña con su resplandor. Levanto la mano como para hacerle señas, pero la bajo y me protejo los ojos, sintiendo cómo el miedo sustituye la breve emoción de saber que no estamos solos en este planeta. Un miedo que la Corporación ha ido cultivando en mí desde que me separaron de mi familia. Más poderoso que la esperanza que va enraizando en mi interior.

El casco de la nave es ancho y se mueve lentamente, convirtiendo su vuelo en un perezoso avance por el cielo. No cambia de rumbo cuando se desliza por encima de nosotros, y aunque el brillo del foco se desvanece, la sangre me palpita con fuerza en las venas, recordándome una cosa: que incluso a un mundo de distancia de Arras, donde nadie tiene razón alguna para hacerme daño, sigo sin estar a salvo. Sin embargo, ahora entiendo lo que antes no comprendía. Mis padres estaban equivocados. Ellos me enseñaron a ocultar mi don.

Pero mis manos son mi salvación, no mi condena.

Contemplo cómo la nave avanza a poca altura por el horizonte, atravesando el brillante cielo nocturno. Si mantiene esa misma trayectoria, acabará estrellándose con la cadena montañosa apoyada contra la ciudad que diviso a lo lejos.

—¿Nos ha visto? —susurra Jost, como si el piloto pudiera oírnos. Sus ojos, normalmente de un azul intenso, aparecen oscuros, casi tanto como la rizada melena que le roza los hombros, y reconozco el miedo en ellos.

—Imposible. ¿Dónde irá?

Jost entrecierra los ojos y ladea la cabeza, tratando de ver la nave con más claridad.

—Creo que está patrullando.

Entonces me doy cuenta. La nave no está planeando como un pájaro, sino que cuelga de una maraña de toscas hebras, como una marioneta suspendida de los hilos de un titiritero. Hay algo extraño en el cielo. Pensaba que lo que brillaba sobre nuestras cabezas eran estrellas, como las que salpicaban el cielo nocturno de Arras. Pero estas estrell

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