Kurt Cobain. Una biografía

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Edición en formato digital: marzo de 2019© 2019, David Aceituno, por el texto© 2019, David M. Buisán, por las ilustraciones© 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 BarcelonaPenguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. Elcopyrightestimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyrightal no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autoresy permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproduciralgún fragmento de esta obra.ISBN: 978-84-17247-35-5 Diseño y maquetación de Magela RondaComposición digital: Newcomab S.L.L.www.megustaleer.com
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«Creo que lo malo de nuestra historia es que no hay una verdad lo bastante emocionante para una buena historia.» KURTCOBAIN
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o. No fuiunodeesos bebésaletaconlos quemeobsesioné.Nacíconbrazosy piernas, bajoel signo de Piscis. Ocurrió el 20 de febrero de 1967 enelhospital de Grays Harbor, en el interior de un hermoso edificio que flotaba sobreuna colina, en un contexto bucólico que contrastaba con la zona gris, es decir,Aberdeen.Unmontóndecélulas,órganosymúsculos,sangreytejidoóseoenforma de vida y al final unos ojos azules, y lo primero que ven: azulejos verdes yuna mano que me sostiene con fuerza los tobillos. Ya no había vuelta atrás: pata-leé con fuerza, pero fue inútil. Mi primera relación con el entorno fue no llorar.9
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Don Cobain Era mecánico en la gasolinera Che-vron de Hoquiam. Teníaveintiúnaños cuando nací. Quizá aquelpelo rapado y las gafas de pasta alo Buddy Holly no le favorecían.Parecía avergonzado de ser unDonnadie.Heredé su espalda en-corvada, el gen suicida de los Co-bain, el cliché de los ojos azules.Wendy O'ConnorMi madre tenía esa belleza típica de las actrices americanas y buen gusto a la hora de vestir. Cono-ció a mi padre en el instituto. Allí tenía el apodo de «la Fácil». Poco después de graduarse, se que-dó embarazada. Según ella, hizo «lo que tenía que hacer». No tar-dó en darse cuenta del error.Kimberly CobainCuando nació yo tenía tres años. No enca-jé bien el hecho de dejar de ser el centro de atención. No sabría decir si me acostumbré a su presencia. Puede que le pase a casi todos los hermanos mayores, aunque lo nieguen.10
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Chuck FradenburgMi tío tocaba en el grupo llamado los Beachcombers junto a Warren Mason. Cuando ensayaban, me quedaba en un rincón observándolos.Leland CobainParece que la sordera es indisociable del mal humor. Mi abuelo se había quedado sordo después de mu-chos años trabajando como conductor de una as-faltadora. De Leland heredé la pericia a la hora de tratar la madera. Puede que por eso no se me diera tan mal reparar las guitarras que destrozaba. Iris Cobain Tenía un vínculo especial con mi abuela: Iris coleccionaba objetos de recuerdo del pintor Norman Rockwell y se dedi-caba a reproducir en cañamazo muchas de sus imágenes. Era una mujer triste, y en ella era fácil adivinar una juventud de miseria y dificultades. Tanto ella como mi abuelo Leland habían perdido a sus padres cuando eran solo unos niños.La hermana pequeña de mi madre fue una de mis tías favoritas, entre otras cosas porque me regaló una guitarra y me dejó grabar algunas canciones en su miniestudio de cua-tro pistas. Vio dentro de mí cosas que mis padres no vieron.Mari Fradenburg11
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Del número 1210 de la calle Primera Este, en Aberdeen, Washington, podría decir muchas cosas.Me crie ahí. Fui feliz durante muchos años. Sentí cosas terribles. Aberdeen era como Twin Peaks. Era una ciudad de perdedores, un criaderode paletos. Estaba dominada por un sector maderero en decadencia, eragris como la ceniza y tenía ese cielo lechoso de los suburbios estadouni-denses. Podías medir la pobreza en el olor de muchos lugareños, delas casas, del alcohol en el aliento de los hombres
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Pero sin emociónapestaba
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y del polvo de tabaco Skoal que usaban aquellos palurdos que tenían como obje-tivo en la vida dejarse crecer el bigote, conseguir un trabajo, formar una familia,emborracharse, maltratar a sus mujeres y morir. Poreseorden.En la ciudad, llamaba la atención la arquitectura pretenciosa del WeatherwaxHigh School, donde estudié. En ese instituto acumulé rencor. Años después deabandonarlo, cuando no tenía ni un solo dólar que llevarme al bolsillo, aceptéun trabajo como encargado de mantenimiento y fregué pasillos interminablescomotúneles.El edificio Finch, deshabitado, donde me coloqué tantas veces. La PourhouseTabern, donde bebí junto a Krist tantos días. Y luego estaba la casa abandonada, un lugar al que los habitantes de Aberdeenllamábamos «el castillo». Producía ese miedo heredado en todos los que vivíamos allí.ácido
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Fui un niño feliz. Al menos es lo que todosdicen. Me encantaba dibujar. Podía pasarhoras en la habitación dibujando personajesde Disney. Me acuerdo de Pluto y de Goofy.También del Pato Donald. A esa edad estápermitido adorar a Mickey Mouse. 14
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una plaga
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Pasaba las vacaciones de verano en una cabaña propiedad de la familia de mimadreenWashawayBeach, la zona costeradeWashington.Y laactividad fijade invierno –y una de mis favoritas– consistía en ir de excursión al monte Fuzzypara ver la nieve. Subía hasta arriba, cogía carrerilla y me lanzaba con el trineocolina abajo. A los dos años hice un amigo. Se llamaba Boddah. A mis padres les inquietaba que solo yo pudiera verlo. Terminaron preocupándose porque Boddah estaba cadavez más presente en mis conversaciones. Cuando mandaron a uno de mis tíos aVietnam, mis padres me dijeron que también habían reclutado a Boddah. También me encantaba la música. Puede que mi familia lo haya fomentado;a los dos años ya era capaz de memorizar canciones de los Beatles. Poco despuésmitíaMarimeregalóunaguitarra.Grababamisinterpretacioneseintentabaayudarme con los instrumentos. Ya entonces prefería hacer las cosas solo. Una demis primeras composiciones fue un alegato contra los policías. Recuerdo el equipo estéreo embutido en un mueble barato. Mis padres con-centraban su criterio musical en un puñado de éxitos radiofónicos de principiosdelossetenta.Seguro que ellos recuerdan mejor que yo cuánto insistí para que me compra-ran un tambor de hojalata con membranas de papel. Es normal que se negaranal imaginarme aporreándolo todo el día. Al final consideraron que ese ruido abase de golpes sería más soportable que la persistencia de mis súplicas, así que mecompraronaqueltambor.Lo disfruté intensamente. Una semana. Hasta que mi hermana Kim decidióagujerear las membranas con un destornillador.
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Sería fácil coger esa fotoyprenderlefuego.Laideade unidad familiar es ilu-soria:podríasextirparunoa uno a los miembros quecomponen la familia feliz ynoocurriríanada.Parasacara papá de ahí, basta con fijarseen lo lejos que está de su mujer.Lo lejos que está de todo, maldi-ciendo el hecho de encontrarse eneseestudio,disfrazadoparalaoca-sión,perdiéndoseunpartidodebéisbol.Después recorta la silueta de mamá, susonrisa de entrega esconde una mueca defastidio, el vestido pretencioso con esasmangas como gramófonos. Y saca tambiéna Kim de ahí, porque no puede entender laescena. Yluego estoyyo, conesacamisaala que le sobran dos tallas.
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déspotadéspotaMi padre quería que mi hermana y yo nos comportáramos como adultos. Leincomodaban los ruidos. Estaba prohibido gritar más de la cuenta, hacer enfadar aKim, pintar en las paredes, dar portazos o patadas a los muebles. No lo soportaba.Lo peor no eran sus palizas. Lo peor era cuando me golpeaba el pecho o la siencon sus dos dedos. Era su manera de decir que él mandaba.
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Llegó del cielo y no sabría decir cuándo ni qué toqué conella cuando tenía siete años: una guitarra tipo slidehawaiana, color azul de postal de isla paradisíaca,con ese brillo hermoso y al alcance de todos losbolsillosquetieneelplástico.Por aquella época, mi tía Mari meregaló también los tres primeros discosdelosBeatles.Los adoré desde entonces. Hasta 1976 no descubrí que lle-vaban años disueltos.Mi tía Mari fue quien me alejóde la basura de The Carpenters yOlivia Newton-John que escu-chaban mis padres. A ella le debomucho,mecuidócuandoerapequeño, entendió mi amor porla música, me descubrió grandescosas.De niño no podía estarmequieto. A veces recorría las callesdel vecindario aporreando untambor y gritando. Tenía tanta energía que ni mis profesoresMI PRIMERA
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En lasNavidadesde 1974Santa Claus no me trajo lapistola de Starsky & Hutch que había pedido. Me dejóun trozo de carbón. Aquellapistola costaba 5 dólares.
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ni mis padres sabían qué hacer conmigo. Despuésde consultar al médico, probaron a eliminar elcoloranterojonúmero 2demi dieta.Noresultó.Me redujeron el consumo de azúcar. Tampoco.Finalmente, un médico me recetó Ritalin. Elruido del blíster se incorporó a mi rutina,y en la cara de mis padres recuerdo unamezcla de cansancio, culpa, esperanza ydesesperación.Miorganismoreaccionóal revés de lo esperado: en lugar de tran-quilizarme,elRitalinmedestrozabalos nervios. Casi parecía una venganza.
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En febrero de 1976, una semana después de que cumpliera nueve años, mis padresse divorciaron. Ahora imagino la conversación, el acuerdo tácito de decírnoslo aKim y a mí después de mi cumpleaños, como si fuera a doler menos. Hasta entonces había sido feliz, me había sentido capaz de ser todo: estrella derock, astronauta, especialista, presidente de Estados Unidos... Luegovinoelinfierno.Eso escribí en la pared de mi habitación.Escribir algo en las paredes de una casa es una forma de gritar.PERO ¿QUÉ PINTABAN JUNTOSPADRES?MIS PADRES?20
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Wendy y Don no tenían nada que ver. Ella se había dejado llevar por las con-venciones, pero en el fondo no se conformaba con llevar una vida convencional.Y él era un tipo de lo más sencillo y sin aspiraciones; le gustaban los deportes ypoco más. Fue mi madre quien lo dejó. Tengo la certeza de que ella nunca lo amó,mi padre no lo vio venir y pensó que se trataba de una crisis que se solucionaría.Como si hubiesen roto por la mitad la fotografía que nos hicimos en aquelestudio, Kim se fue con mi madre a la casa que había sido nuestro hogar. Yome mudé con mi padre a un aparcamiento de caravanas situado en Montesano.Cuando Don llegaba de trabajar, jugábamos a béisbol y nos íbamos a cenar aalguna cafetería de la zona. Los fines de semana iba a visitar a mi madre y a mihermana. Cuando mis padres se encontraban, rara era la vez que no discutían agritos.Siguiendo uno de los pocosconsejosalosquefuepermeable,mipadreseabo

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