Universo Mafalda

Quino

Fragmento

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página 5Me atrevo a decir que este Universo Mafalda no podría haber sido como es si se hubiera abordado a otro humorista gráfico argentino diferente a Joaquín Lavado, Quino. No hay otra historieta nacional que haya logrado la dimensión –de tan variada índole– que alcanzaron Mafalda y el resto de los personajes de esta tira que se publicó por un período preciso y acotado, entre 1964 y 1973, y no volvió a ser escrita ni dibujada desde hace casi cinco décadas. Podría hacerse una salvedad con El Eternauta, del guionista Héctor Germán Oesterheld, pero su valiosa representatividad es de otro orden y alcance que la lograda por el ícono popular, cultural y nacional en que devino la enfant terrible del dibujante mendocino.Cuando Mafalda apareció, comenzaba un lento proceso de jerarquización del lenguaje de la historieta y el humor gráfico, a nivel mundial. Apocalípticos e integrados, uno de los ensayos fundantes del semiólogo Umberto Eco, aparecido en 1965, fue el puntapié inicial de la consolidación de la historieta como objeto de estudio. Al año siguiente se realizó el Congreso Internacional de Lucca (Italia) y se otorgó por primera vez el Premio Yellow Kid. Y en el ‘67 se organizó en el mismísimo Museo del Louvre –símbolo de la cultura consagrada– la primera exposición de historietas. A tono con los aires reivindicatorios europeos, Oscar Masotta publicó la mítica revista LD, Literatura Dibujada, y junto con David Lipszyc organizaron la Primera Bienal Mundial de la Historieta en 1968, en el Instituto Di Tella, donde hubo una charla dedicada a los personajes de Quino. Para algunos la sensación que dejó ese encuentro fue –al decir de Oesterheld– que «moría una hermosa época». Editorial Frontera había cerrado, Patoruzito había dejado de salir; Tía Vicenta (donde también publicó el mendocino) había sido prohibida por la dictadura de Juan Carlos Onganía, y languidecían colosos como Rico Tipo y Patoruzú, que cerraron en la década siguiente.La del 60 fue, en estos campos, una década bisagra, porque mientras ciertos proyectos vertebradores se agotaban, por los márgenes se desarrollaban experiencias como lo que la investigadora Laura Cilento enmarcó en la década pop y Osvaldo Aguirre agrupó como «la vanguardia perdida». Una y otra refieren AMODODEPRÓLOGO
página 6a exponentes del humor disidente como Chaupinela, Mengano, 4patas y La Hipotenusa (en las tres últimas Quino colaboró), así como el suplemento Gregorio, de Leoplán, donde aparecieron las tiras antecesoras de lo que después devendría Mafalda, oficialmente presentada en Primera Plana. Alejadas de estos circuitos, ya sea el jerarquizado o el experimental, se abría un abanico de publicaciones que lograron, a partir de esos años, vida longeva y exitosa popularidad: Anteojito y el resto de la factoría construida por Manuel García Ferré; Lúpin, la revista de las «cositas útiles», a cargo de Guillermo Guerrero y Héctor Sídoli; las ediciones de Héctor Torino, las de Adolfo Mazzone y –hacia el final de la década, en 1969– las de Cielosur. A la par, crecía la editorial Columba, cuya mejor época sería entre 1970 y 1975, y, al amparo de ese repunte, Récord lanzaba la revista Skorpio. Para entonces otros tres emprendimientos marcaron la historia de los cuadritos: las revistas Hortensia (desde Córdoba) y Satiricón y la contratapa del diario Clarín, dedicada íntegramente y por primera vez al humor gráfico nacional. En la revista dominical del mismo diario aparecieron los trabajos del dibujante mendocino durante años.En ese contexto se publicó –y se dejó de publicar– Mafalda, que se volvió un clásico y un referente del cómic mundial. «Ni qué decir dentro de las tiras cómicas argentinas, donde se lleva la setenta completa: es la mejor, la más famosa, la más querida y la más estudiada», sintetizan Hernán Martignone y Mariano Prunes en Historietas a diario.Lectura heredada por al menos tres generaciones, el éxito de la historieta se vislumbraba ya desde el principio, aunque seguramente nadie –y mucho menos su creador– dimensionaba la vigencia y la perdurabilidad de estas viñetas, tal como dan cuenta las páginas siguientes.AbordajesUniverso Mafalda retoma el material de una investigación realizada en Argentina para los fascículos que Random House distribuyó en los quioscos en 2019, acompañados de unos muñecos de vinilo. Sobre esa base, esta es una versión actualizada, ampliada y reorganizada de aquella edición coleccionable, acorde con un formato y un circuito de circulación diferentes. El libro está estructurado en tres partes que son algunos de los muchos abordajes que permite la obra de Quino: –El derrotero de la clase media argentina a mediados de los 60 e inicios de los 70.–La localización barrial en el pasaje entre lo doméstico y lo público, es decir, en la intersección de las costumbres, los consumos, ritos y micropoderes familiares y domésticos con los escolares, políticos y sociales. –La dimensión más general y abarcadora de la relación con un mundo que se presenta injusto, desigual y excluyente, con democracias débiles, autoritarismos
página 7militares, vaivenes económicos y radicalización (política y de la propia tira). En conjunto, registran una época, con sus cambios y sus persistencias.Cada una de las tres grandes secciones está dividida, a su vez, en capítulos, cuyos contenidos (organizados a partir de los personajes y algunos de sus objetos emblemáticos) están detallados en el prólogo que el periodista Carlos Ulanovsky realizó especialmente para esta ocasión.SíntesisEnMafalda, Quino tomó la esencia de los chicos lúcidos y críticos de Peanuts, pero hizo más concretos los personajes y graficó el mundo de los adultos al que el cómic de Charles Schultz alude pero no muestra directamente. Los dibujos del historietista son amables y bien hechos, y están astutamente aprovechados los recursos gráficos de las viñetas: los expresivos gestos de los personajes (la boca, los ojos, que a veces no son más que puntitos, pero que lo dicen todo), así como juegos con las onomatopeyas y las tipografías. En la tira, su autor tensa una dualidad. Por un lado, traza fondos y ambientaciones verosímiles, realistas y detalladas (la escuela, la casa, la calle y la plaza). Por el otro, construye a los personajes de modo sintético. Los personajes son más bien arquetipos que, en parte –solo en parte–, se parecen a los protagonistas unidimensionales de las historietas de los años 30 y 40. Una vez instituidos, actúan sin fisuras ni contradicciones en relación con ese rol. No obstante, la elaboración de las criaturas de Quino no tiene la simpleza de las creaciones de Lino Palacio o de Divito. Mafalda inaugura una tradición historietística que ya no permite la vuelta atrás, la de la dimensión psicológica de los caracteres, tal como sostiene el semiólogo Oscar Steimberg.ParadojaLa eficacia de la tira no está dada solo en los dibujos ni en las palabras, sino en la sacudida que ambos provocan en quien se adentra en las viñetas. Con posibles interpretaciones acordes con cada edad y momento de acercamiento, ya como lectores adultos, lo que subyace es una sensación de incomodidad. Tal como se pregunta Miguel Rep en Toda Mafalda: «¿Cómo sería el cuadrito después? ¿Qué hacen los papás de Guille luego de que este los viera abrazados y gritara “Eta e mi mujed”? O ¿cómo califica finalmente la maestra la tarea de Mafalda sobre las invasiones inglesas, donde dibuja a hippies con pancartas?».Así las cosas, las secciones de este libro no remiten solamente a la tira, sino también a sus lectores. Qué fue de nosotros, qué hicimos con esos personajes, cómo nos relacionamos con su autor y, sobre todo, con ese mundo que –a pesar de que tuvo avances, cambios de coyunturas, escenarios y actores de los 70 hasta ahora– no logramos terminar de embellecer ni siquiera con las cremas de la mamá de Mafalda.
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página 8¿Por qué luego de tantos libros y traducciones vendidos, tantos análisis e interpretaciones, tanto merchandising, tantas cartas de lectores y manifestaciones de amor… no logramos torcer el rumbo de ese «manicomio redondo» del que formamos parte?Quino murió el 30 de septiembre de 2020, cuando este libro estaba en preparación. Apenas difundida la noticia, se multiplicaron las notas publicadas en el país y en el exterior, los dibujos de colegas, los mensajes de lectores en las redes, los títulos agotados en las librerías, las flores en las esculturas de sus personajes (devenidas en espontáneos altares profanos), los chistes citados en conversaciones, las condolencias de personalidades de un arco ideológico diverso y hasta antagónico, la declaración de duelo nacional en su memoria… Su allecimiento confi rmó los alcances inconmensurables de su obra, un verdadero universo –tal como se llama este volumen– que nosotros como lectores habitamos y del que debemos hacernos cargo, incluso en sus paradójicas dimensiones. Judith Gociol
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página 9MAFALDA:UNMUNDODICHOSOCarlos UlanovskyVenturosos, afortunados los niños, adolescentes, adultos, mayores que, en alguna ocasión, leyeron las tiras de Mafalda. ¡Qué privilegio tuvimos aquellos que fuimos tocados por la varita mágica de la inteligencia y el humor de Quino! Este libro ilumina el período que va desde el 29 de septiembre de 1964, cuando comenzó a publicarse en el semanario Primera Plana, y luego en sus otros «hogares periodísticos», el diario El Mundo y la revista Siete Días, hasta el 25 de junio de 1973, cuando su autor decidió dejar de dibujarla. Pero la luz continúa, y las historias que se leen en este libro fabuloso escrito por Judith Gociol, al cuidado de Julieta Colombo y Diana Cavallaro, son la prueba.QuinoCuarenta y ocho años después, el milagro creado por Joaquín Salvador Lavado Tejón (1932-2020) sigue vigente. Hablar de Quino implica el reconocimiento inmediato de Alicia Colombo, su esposa, su compañera, sus ojos y baluarte en la difusión internacional de su obra. Quino ya era un dibujante y un creador de excelencia bastante antes de Mafalda y lo siguió siendo después. Lo era, según Juan Sasturain, desde sus iniciales trabajos publicados a partir de los años 50 en un estilo que el experto denomina «humor silente». Para ilustrar lo que Quino lograba con sus cartones mudos, Sasturain propone comparar a «Buster Keaton con un mimo». El artista Caloi, otro rendido admirador, lo pone en boca de su personaje Clemente dialogando con su novia, la Mulatona. «¿Sabe cuál es el parecido que le veo a usté con Mafalda, mi negra?: que todo lo que usté tiene desparramado por todo el cuerpo, a ella el maestro Quino se lo puso concentrado en la cabeza».Quino murió el 30 de septiembre de 2020, a los 88 años, y, durante la década en que, día a día, imaginó a Mafalda, a él le tocó el mundo con acontecimientos como la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y los asesinatos del Che Guevara y Luther King, la revuelta parisina del 68 y la matanza de Tlatelolco, la Guerra Fría y la expansión de China. Como si fuera poco, también le pasó la Argentina. En los inicios, presidía el gobierno democrático del doctor Arturo Illia, y, hasta la primavera camporista, tuvo que convivir con tres gobiernos de facto, los de Onganía, Levingston y Lanusse, que fueron poder durante siete años argentinos difíciles y que parecieron interminables.
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UNA FAMILIA DE CLASE MEDIAMafaldaSe dijo de ella: niña terrible, chica adulta, heroína de nuestro tiempo, ícono mundial. Amiga de los Beatles, admiradora del dibujo animado El Pájaro Loco, defensora de la paz y los derechos de los niños, enemiga de la violencia y de personajes como James Bond, no transó jamás ni con el armamentismo ni con la sopa. Mafalda fue póster y estampilla, tira de historieta y dibujo animado, libro leído y releído mil veces de generación en generación.Hasta el último de sus días, Quino recibió de sus admiradores la pregunta, casi siempre en plan de directo e indignado reproche, de por qué había dejado de publicarla. Con prudencia y humildad, el creador aclaró en innumerables ocasiones que ella era solo un personaje. Con autoridad se permitió críticas, que tanto se parecieron a una autocrítica. La llamó «durita», «poco espontánea», «declamatoria», «sobreactuada», «protestona», «cascarrabias». Y muchas veces más tuvo que salir a protegerse explicando: «Es un dibujo, no un ser de carne y hueso». Pero, más allá de aclaraciones, Mafalda es Quino, y Quino, con su talento, con su imaginación y con su cultura, fue la llave mágica para que millones la leyeran como si ese personaje fuera una persona, una conocida, una amiga, ellos mismos. «Me parezco a Mafalda cuando escucho noticieros y me hago mala sangre por todo lo terrible que pasa en el mundo», reiteró. En cualquier caso, Quino (¿o deberíamos decir sus personajes?) nunca ocultó preferencias y fastidios, satisfacciones, agobios y elecciones ideológicas.Raquel«¡¡¡Mamá!!!», grita Mafalda desde una punta del departamento.Cuando la madre responde, la nena redondea: «Nada… solo quería cerciorarme de que aún hay una buena palabra que continúa en vigencia».El personaje de la madre de Mafalda le posibilita a Quino meterse con distintas cuestiones que ya, en esos años, comenzaban a hacerse notar: la igualdad entre mujeres y hombres, el acercamiento de la mujer al mundo del trabajo y de las proesiones, la modificación de los vínculos amiliares y otros ítems emeninos-feministas, como el contacto con la política y la militancia, la libertad sexual y la independencia. Mafalda le reprocha a su mamá que no haya seguido una carrera universitaria. Pero tampoco Quino tuvo un título de grado. A cambio, y en numerosas ocasiones, colegas lo consagraron maestro y facultades e instituciones de todo el mundo le otorgaron más que merecidos doctorados honoris causa.página 10
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PapáLo que se sabe de él es que es empleado en una compañía de seguros y que pertenece a la clase media «muy en la mitad». Así como la madre se llama Raquel, a él no se le reconoce un nombre propio. Es joven, fuma, su hobby es cultivar y cuidar plantas de interior. Cuando las preguntas de Mafalda primero y de Guille después lo descolocan, o cuando debe lidiar para que las hormigas no destruyan las plantas, se apacigua tomando unas gotitas de Nervocalm.Maalda se burla de su afición y le otorga el «Premio Nobel a la maceta». Con ella, y también con Guille, se muestra comprensivo y cariñoso. Su mayor empeño consiste en mantener el rol de sostén material de la familia y seguir cumpliendo con probidad ejemplar sus compromisos laborales. En un Día del Padre y como prueba de amor, Mafalda le otorga su perdón por haberla traído a un mundo como este.El matrimonio de Quino y Alicia no tuvo hijos. La decisión empieza en Quino. En principio, porque él (en plena adolescencia) y sus hermanos (un poco más grandes) perdieron muy tempranamente a sus padres, y desde entonces nada les resultó sencillo. Y, también, casi en una decisión de corte mafaldiano, eligieron no sumar un niño más a un universo del que desconfiaban.GuilleEn diciembre de 1967, Quino fue testigo del lamentable cierre del diario El Mundo, el matutino en el que se desarrolló la segunda etapa de Mafalda. Poco después, la tira encontró nuevo domicilio en el semanario Siete Días. En junio de 1968, los lectores supieron que la familia se había agrandado con el nacimiento de Guille. El bebé crece cuadro a cuadro y se convierte en un integrante importante del grupo. Sobreestimulado por sus padres y consentido y protegido por Mafalda, ella admite su precocidad y dice, con la mirada clavada en el futuro: «Hace tantas preguntas que el pobre, al año y medio, ya es candidato a los gases lacrimógenos». Con indisimulada provocación, Guille disputa con su papá el amor de su mamá. Infante con chupete incorporado, le apetece tanto la sopa como la detesta Mafalda. Burocracia, la tortugaEn su casa, observando el vuelo de una mosca, o en la playa, comprobando el andar a contramano de un cangrejo, ciertos bichos y animales instalan a Mafalda en estado de pensamiento. En un momento, ella y Guille sumaron una tortuga a la vida cotidiana y a la interna familiar. A esa mascota la llamaron Burocracia. Siguiendo su paso cansino, Mafalda asocia esa lentitud con «el taxi en el que viajan las soluciones». En distintas tiras, Maalda, desafiante, le propone un juego imposible: que abandone la lechuga y pruebe la sopa, mientras que Guille, desde su corta estatura, juega a torearla. La tortuga Burocracia fue un atractivo e inesperado personaje de la saga.página 11
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El CitroënLa historieta de Mafalda tuvo la permanente virtud de ser un inequívoco registro de hechos, personajes, costumbres y tendencias de época. Por eso, no parece desubicado que Quino hubiera decidido que el modelo del primer auto del papá de Mafalda tenía que ser un Citroën. Luego de mucho pensarlo y de hacer números, el hombre de la casa se convirtió en el propietario de una del millón seiscientas mil unidades producidas en el país en la década del 60 por la fábrica de origen francés. La reacción de Mafalda fue llamativa. En un primer momento, hizo mucho para que el papá se animara a dar ese paso, alentándolo y mencionando las ventajas de ese auto «sencillo, liviano y económico». Pero resulta que, una vez que el vehículo se integró a la familia y viendo los cuidados casi obsesivos que el padre le dedicaba al 2CV, se puso celosa y ya no le gustó tanto. En otra ocasión, tras un choque, Mafalda lo sintetizó así, como si el daño lo hubiera recibido el padre en su propio cuerpo: «Le abollaron el presupuesto del mes, los nervios, la alegría de tener auto, el carácter, la confianza en los demás y un guardabarros».INFANCIA DE BARRIOFelipeEn boca de Mafalda y sus amigos están las frases –incisivas, originales, profundas, graciosas, admirables y que de tan universales se volvieron clásicas– que cualquiera de nosotros habría querido decir alguna vez. Los dichos de Felipe, que en el aspecto físico es un inequívoco retrato de un amigo de Quino, Jorge Timossi, compiten en agudeza con los de Mafalda. «¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?», soñó Felipe, vecino de la nena en el edificio de Chile 371, en el barrio de San Telmo. Es también el autor intelectual de un pensamiento portentoso: «¿Justo a mí tenía que tocarme ser como yo?». Así como Mafalda aborrece íntegro el catálogo sopero, él acomete contra las obligaciones del sistema educativo formal. SusanitaSu nombre completo es Susana Clotilde Chirusi y es una nena recargada de confrontaciones y sincericidios. «Sos como Susanita», se le dice a quien se muestra demasiado apegada a una figura emenina tradicional. En distintas situaciones, Mafalda y Felipe se tapan la cara con un libro o con lo que tengan a mano con tal de no seguir escuchándola. Desde el año 2009, en la esquina de Chile y Deensa (a metros del edificio en el que, por años, vivieron Quino y Alicia) hay una «naturaleza viva» alrededor de la que se forman largas colas para otografiarse con algunos de los personajes principales de la historieta. De ese altar laico y callejero, Susanita sigue siendo una de las preferidas.página 12
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Manolito Otro de los trazos humanos creados por Quino es el hijo del dueño del almacén Don Manolo, apellidado Goreiro, español, como también lo fueron los padres del autor. Los sueños del chico son de índole comercial, como abrirse paso en «una propiedad colmada de importantes cajas registradoras». No hay libros que prefiera más que los de contabilidad, mientras que una de sus rases predilectas trae tono de pregunta: «¿Cómo alguien puede saber si algo es lindo, si no sabe cuánto cuesta?». Susanita es la que menos lo tolera, pero Mafalda y Felipe le enrostran su «avidez mercantilista», su prejuicioso encono hacia los Beatles y su insoportable incondicionalidad para con el multimillonario Nelson Rockefeller. MiguelitoEste personaje de desordenados cabellos rubios, cuyo nombre completo es Miguelito Pitti, aparece por primera vez en 1966, cuando un general de la Nación depone a un presidente civil democráticamente elegido. Ese episodio inicia una fatídica escalada de tres gobiernos militares, con claras inclinaciones dictatoriales. Ególatra, fue capaz de preguntarle a Mafalda: «Antes de nosotros, ¿existía el mundo?». Resistente a los estatutos de orden y limpieza domésticos y algo atormentado por ser el nieto de un admirador de Mussolini, afirma que, si no se porta bien, es «para no cerrarles a nuestras madres sus fuentes de trabajo». Miguelito y Mafalda se conocieron en la playa y, a partir de ese encuentro, se convirtieron en buenos aliados.Libertad Directa e incisiva en sus juicios, ella representa cabalmente a su nombre. Sus lúcidas salidas alcanzan la elevada dimensión que su físico todavía no logró. Y así como Susanita asume la condición del ideal romántico, Libertad no vacila en identificarse con la palabra revolución. El autor pone en su boca algunas de las clásicas consignas que animaron las históricas jornadas de mayo de 1968 en París. Pero Libertad venía formateada desde su casa, probablemente por su mamá, en pensamientos que todavía hoy explican diáfanamente las desigualdades: «Para mí, lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada». No es improcedente pensar que dichos de este nivel fueron leídos y entendidos por mucha gente antes en los libros de Mafalda que en cualquier volumen de educación formal.El tricicloLo encantador de Mafalda es que, pese a sus salidas presuntamente extemporáneas, sigue siendo una niña a tiempo completo. Queda muy claro en el capítulo sobre el triciclo. Ahí, entre referencias a los Reyes Magos y a la ilusión que en cualquier chico genera la noche del 5 al 6 de enero, se cuenta que recibió un triciclo de regalo. Es muy significativo que Maalda y su barra, página 13
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página 14pertenecientes a ese tiempo analógico y en blanco y negro, prefieran juegos, juguetes y pasatiempos simples, desde las actividades al aire libre, en la plaza o de vacaciones en la playa hasta el yoyó y el balero. También les gusta sentarse en el umbral de sus casas o en las veredas para, desde allí, ver la vida pasar. NOTICIAS DEL MUNDOEl globo terráqueoEn varias ocasiones, se la ve a Mafalda cavilando frente a un globo terráqueo y enviándole calificativos que expresan su desencanto. «Un desastre», «Un manicomio redondo» o «Un enfermo incurable». En una de esas sesiones de interpelación profunda dice: «Los del hemisferio norte viven cabeza arriba. Y nosotros, cabeza abajo. Y por vivir cabeza abajo, a nosotros las ideas se nos caen». No es una demasía la elección de este objeto. Desde el símbolo del globo, Quino, al que nada del mundo y sus conflictos le generaba indierencia, estableció su propia y rica cosmovisión, esa de la que están hechos también sus personajes. Como creyente de un mundo mejor, Mafalda revela su sueño vocacional: llegar a ser traductora en las Naciones Unidas. Por eso, en una tira, desliza este pedido: «Eso sí, prometeme que vas a durar hasta que yo sea grande». Cuando los libros con las tiras de Mafalda comenzaron a distribuirse en distintos puntos del globo terráqueo, se inició otra manera cultural de leer sus aventuras. Por ejemplo, cuando Quino visitó España por primera vez, todavía gobernaba el dictador Francisco Franco. Por la fuerte censura imperante, los libros iniciales salieron a la venta con la patética advertencia: «Solo para adultos». La radioMafalda demuestra auténtica empatía con la radio o, para mejor decirlo, con un aparato a pilas cuyos mensajes la entretienen, la desilusionan, la alarman o directamente la ponen en estado de shock. Esa vocería irremplazable le modula la impresión sobre el estado del mundo, que, casi invariablemente, termina por decepcionarla. Se conforma diciendo: «Debería haber un día a la semana en que los informativos nos engañen un poco dando buenas noticias».Cuando era un niño, Quino tuvo a la radio como un vehículo informativo de primera línea. Sus padres, andaluces, identificados con el bando republicano, finalmente derrotado, siguieron a través de ella las noticias que llegaban de los frentes de batalla mientras se desarrolló la cruenta Guerra Civil Española. La teleEl aparato, ya por entonces de fabricación nacional, llegó a la casa de Mafalda cuando la televisión ya había sido adoptada por más de un millón y medio de
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página 15hogares, entre ellos el de la familia de Felipe. El ansiado electrodoméstico tardó en golpear a la puerta de las casas de Libertad y Manolito.Un diálogo entre Mafalda y su papá explica esa ansiedad. El hombre regresa de su trabajo con un chocolate de regalo para su hija.–Adiviná qué te traigo –le dice a Mafalda.–Un televisor –responde, eufórica.El chocolatín termina en la boca del pad

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