El regreso de la serpiente emplumada (El Dios de la Guerra 2)

Graham Hancock

Fragmento

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Créditos

Título original: War God. The Return of the Plumed Serpent

Traducción: Paula Vicens

1.ª edición: noviembre 2016

© Graham Hancock, 2014

© Ediciones B, S. A., 2016

para el sello B de Blok

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-578-4

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidasen el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

PRIMERA PARTE

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SEGUNDA PARTE

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TERCERA PARTE

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Marco temporal, localizaciones principales y lista de personajes

El dios de la guerra y la historia

Agradecimientos

Notas

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Dedicatoria

Para Santha

El_dios_de_la_guerra-4.html

PRIMERA PARTE

PRIMERA PARTE

20 de abril de 1519 - 12 de mayo de 1519

El_dios_de_la_guerra-5.html

1

1

Golfo de México, martes, 20 de abril de 1519, en alta mar

—Este perro se está volviendo peleón —dijo Telmo Vendabal.

—Así es —convino Pepillo.

—Parece fuerte. ¿Qué le das de comer?

—Cuando me lo dieron, leche de cabra; ahora las sobras.

—¿Cómo se llama?

Pepillo cambió el pie de apoyo, incómodo.

—Melchor, señor —murmuró.

—¿Melchor? ¿Por ese amigo tuyo negro que se hizo matar?

—Sí, señor. —Se mordió el labio y añadió—: Era valiente, señor.

—Sí, bastante, supongo, pero negro como el demonio.

Los ojillos de Vendabal, un jorobado fornido y despiadado, jefe adiestrador de perros de la expedición, brillaron calculadores.

—¿Te parece que Melchor también es valiente?

Pepillo notó que la frente se le perlaba de sudor, y no a causa del sol.

—No estoy seguro. Lo trato como a un animal de compañía.

—Animal de compañía, ¿eh? ¡Y qué más! En una expedición no hay sitio para las mascotas.

Vendabal torció la boca y se arrodilló junto al perro, un cruce de lobero y galgo, lo sujetó por la mandíbula inferior, le alzó el labio y le examinó la dentadura blanca de cachorro. Melchor gimoteó ansioso y trató de retroceder, volviendo los ojos ambarinos de mirada inteligente hacia Pepillo en una súplica muda, como si supiera que estaba atrapado.

—Tranquilo, chico —le dijo Pepillo—. ¡Quieto!

Era evidente que Melchor no estaba cómodo, pero Pepillo lo estaba entrenando para que fuera obediente y se mantuvo quieto mientras Vendabal le examinaba la boca y le pasaba un sucio pulgar por las encías. Sin embargo, cuando el jorobado deslizó la otra mano hacia los cuartos traseros y trató de agarrarle los testículos, el gemido nervioso del cachorro se convirtió en un gruñido amenazador y sus dientes destellaron en un repentino intento de mordérsela. Soltando una retahíla de juramentos, Vendabal apartó la mano y le propinó un golpe en la cabeza tan fuerte que mandó al animal gimiendo y dando tumbos por la cubierta. Luego se le acercó y le dio una patada en las costillas, arrancándole otro agónico gañido.

Instintivamente, Pepillo saltó cuando el adiestrador estaba a punto de propinarle un segundo puntapié; le puso una zancadilla y lo derribó. De inmediato se congregó un grupo de veinte o más tripulantes y soldados junto a los mástiles para observar la escena entre gritos y mofas, mientras otros se encaramaban a las jarcias para ver mejor. Rojo de ira y jadeando, Vendabal se levantó, alzó a Pepillo por las solapas y le echó una vaharada de aliento fétido a la cara.

—¡Pedazo de mierda, tu perro es mío! —le gritó—. En la próxima batalla será el primero en enfrentarse al enemigo.

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